— ¿Qué haces aquí? — Abrí la puerta apenas entrecerrándola detrás de mí, como si temiera que alguien más pudiera escuchar. — Son las cuatro de la mañana.
— Querías una prueba.
— Kael, ¿estás borracho?
— No.
— Apestas a whisky.
— Tengo lo que me pediste, ¿lo quieres o no?
— Lyanna…
— Lyanna está dormida. ¿Quieres ver a tu padre o no?
La voz de Kael se endureció, grave, y en la penumbra del pasillo sus facciones parecían más afiladas, más duras, como esculpidas en sombra.
Cerré la puerta con cuidado, el sonido del cerrojo resonó leve en la quietud de la madrugada, y lo seguí. La casa dormía en silencio, envuelta en una calma casi sepulcral. Solo se oían nuestros pasos apagados sobre la madera.
Descendimos por las escaleras, donde el pasamanos crujía suavemente bajo mi mano, frío al tacto. Atravesamos la cocina principal, amplia, impecable, con el mármol de la encimera brillando bajo el débil resplandor de la luna que se colaba por las cortinas entreabiertas. Los cubiertos alineados y l