Un grito, un golpe seco y luego nada más que absoluta oscuridad. Escucho un corazón latiendo con fuerza, casi a punto de estallar; está cerca, lo siento en mi pecho, pero no es el mío. Las ramas me arañan piel y una ola de cabello, negro y espeso se enreda en mi rostro. Me llevan en brazos. Corremos, no puedo ver con claridad, pero sé que nos siguen. Alguien o algo. Otro grito, un gruñido, una luz y despierto otra vez en mi cama. Empapada en sudor, agitada y temblorosa. He tenido el mismo sueño por quince años, ahora ya sé lo que significa.
Me compongo frente al espejo y miro el reloj. Ya son las ocho. El bar abrirá pronto y hoy es mi primer día.
No me hace ilusión trabajar entre esta gente, en un pueblo extraño a kilómetros de mi hogar, o lo que creía mi hogar, empañado ahora con el recuerdo de las mentiras de mi infancia. Aquellos no eran mis padres, ni esa mi casa, ni yo una niña normal como tanto se esforzaron en hacerme creer.
Si trabajar en este sitio, soportando a borrachos escandalosos era lo que necesitaba para aprender de mis padres bilógicos, de su historia, y de mí, de lo que era; no iba a dejar que nada se interpusiera en mi camino, no siquiera mis propios miedos.
La noche llegó y enseguida descubrí que estaba en lo cierto; pasar horas entre el hedor de aquelllos hombres peludos, navegando entre sus halagos babosos me dejaba escuchar conversaciones, normalmente inútiles, con la esperanza de encontrar algo, un nombre, una historia, que me diera un punto de partida, un lugar donde comenzar.
— !Otra cerveza, mamita! — el golpe estremeció la barra y la espuma rancia que quedaba en la jarra se derramó por la madera.
— En un minuto—. Contesté poniendo una botella de whisky sobre la bandeja.
— ¡Ahora mismo perra! — Pretendí no oírlo y seguí mi camino hacia la mesa con la bandeja llena de vasos y el whisky — Oye, ¿ eres sorda o acaso no sabes quien soy yo?
El tacto de su mano callosa en mi hombro me hizo estremecer. Intenté desprenderme pero me zarandeó con fuerza haciéndome soltar la bandeja, el vasos se volvieron trozos afilados en el suelo y todo el bar se volvió silencioso.
— ¡Qué perra ta torpe! Necesitas aprender como son las cosas aquí.
— Sueltáme —. Intenté zafarme en vano.
Su risa estruendosa rebotó a mi alrededor.
— Tienes agallas, me gustas. Ven, hablemos a solas.
No me averguenza decir que sentí el terror más profundo cuando comenzó a halarme hacia el cuarto de servicios y busqué, desesperada, cualquier ayuda entre los presentes. Cada uno de ellos bajó la vista al suelo, evitando mi mirada. Supe que estaba sola y que solo podía contar conmigo misma. Entonces lo escuché a mis espaldas. Primero fue un susurro.
— Lucian — Luego un grito — ¡Lucian! — La bestia me soltó de golpe , y se dio. la vuelta. Su expresión había cambiado por completo. Estaba pálido, podría jurar que era miedo lo que veía en su mirada.
— Kael...
— ¿ Qué crees que haces Lucian? — La voz venía de una esquina oscura en el fondo del bar.
— Es solo una humana, pequeña e insignicante.
— Oh, mi querido y estúpido Lucian.
La bestia tragó en seco, retrocedí intentando recuperar el aliento, y entonces lo vi. Los demás se hacían a un lado para abrirle paso.
Alto, imponente, con hombros anchos y cuerpo esculpido a base de fuerza y disciplina, su sola presencia emanaba poder. Su piel era ligeramente bronceada, curtida por el sol y la vida salvaje, y sus músculos se marcaban bajo la camiseta negra y la chaqueta de cuero gastada.
El cabello oscuro, negro como la noche sin luna, caía en mechones desordenados sobre su frente, dándole un aire rebelde y peligrosamente atractivo. Pero eran sus ojos lo que más intimidaba y fascinaba a la vez: grises, fríos como la tormenta, cargados de secretos, ferocidad y una culpa que parecía tatuada en su mirada.
Su mandíbula definida y la barba de varios días acentuaban su masculinidad, mientras que líneas de tatuajes asomaban desde su cuello y se perdían bajo la ropa, símbolos antiguos que susurraban sobre su herencia y su rol. Kael caminaba como un depredador en su territorio, cada movimiento calculado, elegante, y cargado de la amenaza latente de alguien que podría destrozarte… o protegerte… con la misma intensidad.
Se detuvo frente a él, Lucian bajó la mirada.
— Creo que es hora de que te vayas a dormir.
Lucian gruñó y salió del bar azotando la puerta.
Kael ladeó la cabeza, olfateando sutilmente el aire. Su expresión se tensó.
—Eres nueva —dijo con voz grave.
—Trabajo aquí —respondí y me apresuré hacia la barra.
Kael se acercó sus movimientos fluidos, peligrosos, como un lobo acechando a su presa.
—Tu olor… —sus ojos brillaron con un destello salvaje—. Eres mucho más que una simple humana. ¿ Cómo te llamas?
Mi corazón se detuvo un segundo.
—Isela y no sé de qué hablas.
Kael apoyó las manos grandes y fuertes sobre la barra, acercándose. El calor de su cuerpo la envolvía, intoxicante.
—Sabes perfectamente de qué hablo... loba.
Mi pecho se apretó con sus palabras. Por un momento nos quedamos en silencio, el uno perdido en los ojos del otro. Todo a nuestro alrededor parecía desaparecer, hasta que la puerta del bar se abrió de golpe.
— Kael...
Una voz dulce se escuchó y Kael se apartó de la barra.
— Lyana — El aura indomable de Kael parecía doblegarse de alguna forma ante la presencia de aquella mujer de ojos dorados y cabello negro.
Ella se acercó, puso la mano en su pecho y le susurró algo al oído, luego se giró hacia mi.
— y tú... ¿quién eres?
— Ise...
— Nadie, no es nadie. — Kael me interrumpió tomándola por la cintura.
Lyana sonrió sin separar sus ojos de mi.
— Tienes razón, mi amor. No es nadie.