A la mañana siguiente desperté en una cama vacía. Su olor seguía impregnado en mi piel, enredado en las sábanas, y aún podía saborear su esencia en mis labios. Pero Kael se había ido.
Es increíble cuán rápido puede el corazón traicionar la razón, cuán fácilmente las prioridades se desvanecen. De repente, mi historia, la venganza por la muerte de mis padres, las románticas y nobles promesas de Darian… todo se volvió insignificante. Solo quería estar con él. Con Kael. Me había vuelto patéticamente adicta a sus manos, su boca, su cuerpo.
Lo llamé varias veces, cada tono de espera se clavaba en mi pecho, y cuando al fin sonó la notificación de llamada entrante, la certeza ya se había asentado en mi interior.
Respondí sin pensarlo.
— ¿Kael? ¿Por qué te fuiste así? Pensé que...
Una risa helada me cortó la voz. Sentí cómo el estómago se me encogía, los dedos temblaban sobre el teléfono, estuve a punto de colgar.
— ¿Cómo puedes ser tan estúpida? — La voz de Lyanna era puro veneno. — ¿De verdad creíste que Kael me cambiaría por ti? Has probado solo una vez lo que yo tendré toda la vida… y ahora no sirves de nada. Ni para los planes del idiota de Darian. Que tengas un buen día, querida.
La línea se cortó, pero su voz seguía retumbando en mi cabeza, zumbando como un eco cruel que no podía silenciar. Me sentía sucia. Usada. Ridícula.
Lo peor de todo… seguía deseándolo. Aunque mi orgullo gritaba, aunque la humillación me calaba los huesos, su olor seguía excitándome, y su recuerdo me incendiaba la piel.
Lloré bajo la ducha hasta que el agua dejó de distinguirse de las lágrimas, y mi tristeza, lenta pero implacable, se transformó en furia.
Horas después, Darian me encontró en la cocina de la cabaña de mis padres. La luz plateada de la Luna se colaba por la ventana, bañando mi rostro con un resplandor frío y fantasmal.
— ¿Qué haces aquí sola? — preguntó, cruzando el umbral con cautela.
Me giré hacia él, la decisión ardiendo en mis ojos.
— Hagámoslo — dije con voz firme.
Él me estudió un segundo, frunciendo el ceño.
— Algo ha cambiado… luces diferente.
— Me casaré contigo. Recuperaremos todo lo que nos han arrebatado. Pero escucha bien, Darian: yo seré la alfa. Y tú seguirás mis órdenes.
Una risa incrédula se le escapó.
— Nyra… así no es como funcionan las cosas.
— Así es como van a funcionar si quieres que este matrimonio ocurra — sentencié, sin apartar la mirada.
Su expresión se tensó, la confusión y el desconcierto dando paso a la furia. Lo vi morderse el interior de la mejilla, conteniendo las palabras que quemaban su lengua.
— O lo hacemos a mi manera… o puedes volver a vivir como un vagabundo en una tienda de campaña en la punta de la montaña, mientras tu hermano disfruta de todo lo que por derecho debería ser tuyo.
Los ojos de Darian se nublaron, oscuros, cargados de rabia y resignación.
— De acuerdo, pero si vamos a hacer esto, Nyra, lo haremos bien — dijo, su voz rasposa, pero firme —. Ante la Luna, ante lo que queda de nuestra manada.
Salí de la cabaña con Darian siguiéndome de cerca. La noche nos envolvía como un manto pesado y frío, y el crujir de las ramas bajo nuestros pies era lo único que rompía el silencio.
El claro frente a la casa se abría como un pequeño santuario escondido entre los árboles. La Luna llena colgaba alta y blanca en el cielo, bañando todo con su luz plateada. Allí, en el centro, un grupo de figuras esperaba en silencio.
Algunos estaban en su forma humana, con los rostros serios y la piel marcada por cicatrices antiguas. Otros, aún convertidos, observaban con ojos brillantes, sus cuerpos imponentes cubiertos de pelaje gris, negro y blanco.
Darian caminó delante de mí, su presencia tan arrogante como siempre, pero noté que sus hombros iban tensos, su mandíbula apretada.
Me detuve a unos pasos de él, sintiendo el peso de todas esas miradas clavadas en mí. La duda se agitaba dentro de mi pecho, pero no podía permitir que la vieran. No ahora.
Darian se giró hacia mí y, en un gesto inesperado, se arrodilló.
Mi corazón tamborileaba en mis costillas. Lo observé, el orgullo roto en su rostro, las cicatrices de viejas batallas marcando su piel. No era sumisión lo que me ofrecía. Era un trato. Un juramento. Una alianza forjada en la desesperación y la necesidad.
Inspiré hondo, cerrando los ojos por un segundo. El olor de la tierra húmeda, del bosque, de los lobos… y el rastro tenue, casi fantasmal, del aroma de Kael en mi piel, me golpearon de lleno.
Pero no podía pensar en él. No ahora.
Tomé su mano.
Los murmullos estallaron a nuestro alrededor. Algunos incrédulos, otros llenos de esperanza. Los lobos empezaron a acercarse, formando un círculo a nuestro alrededor.
— Yo no olvido — susurré, con los ojos clavados en los suyos —. No olvido lo que me arrebataron, ni quién soy. Si camino a tu lado, Darian, es bajo mis condiciones. Yo soy la alfa. No habrá dudas sobre eso.
Una sonrisa torcida se dibujó en su boca.
— Como digas, mi Luna. Pero recuerda… — Se inclinó hacia mí — Alfa o no, es tu deber honrar y respetar a tu verdaero mate.
Un escalofrío me recorrió la columna.
Fue entonces cuando lo sentí. El institno me llevó a rebuscar en las sombras, y allí, entre los árboles, en la oscuridad del bosque silencioso, un par de ojos dorados brillaban, fijos en mí. La respiración se me cortó, el corazón se me detuvo un segundo. Era Kael