— ¡Lo odio! ¡Voy a matarlo! — estallé, la voz rota entre rabia y desespero.
— Shh, no hagas promesas que no puedes cumplir. — Antuan sonrió con esa calma exasperante que parecía diseñada solo para encender aún más mi furia.
— ¿Hay algo de todo esto que te resulte divertido? — pregunté colérica, clavando mis uñas en la madera de la mesa.
— Casi todo, la verdad. — se recostó hacia atrás en su silla, con la mirada chispeante de ironía. — El destino tiene sus maneras retorcidas de acomodar las cosas. ¿No te parece?
— Antuan, no sé si lo has notado, pero esta noche ya ha sido un poco intensa y no tengo tiempo para juegos. — mi voz temblaba entre cansancio y enojo, sintiendo cómo las paredes del lugar se cerraban sobre mí.
— Venga… míralo bien, piénsalo un segundo. — insistió, inclinándose sobre la mesa.
— Antuan. — lo llamé con un suspiro cargado de advertencia.
— ¿Qué? ¿Me vas a decir que quieres regresar a la cama a dormir plácidamente? — arqueó una ceja burlona. — Probablemente no pued