El aire cambió de dirección y, de repente, el sueño que me envolvía se transformó en pesadilla, tan rápido que apenas pude reaccionar. Los ojos de Kael ardían, y lo que antes confundí con lujuria, ahora se parecía demasiado al odio.
—N… no… —susurré con un hilo de voz.
—Qué casualidad —espetó, su tono impregnado de veneno—, que apareces en la ciudad y ese mismo día tres de mis hombres desaparecen misteriosamente.
Cada aliento se me escapaba más difícil que el anterior. La presión en mi garganta me nublaba la visión y, sin poder evitarlo, una lágrima rodó por mi mejilla.
—N… no… —repetí, apenas audible.
Por un instante, su agarre se aflojó. Y juro que lo vi mirarme con ternura, como si algo dentro de él vacilara. Pero el momento se esfumó tan rápido como había llegado. Un golpe seco me zarandeó, la fuerza me abandonó y caí al suelo.
Todo se volvió negro.
Cuando desperté, él estaba ahí. De pie frente a mí, inmóvil, observándome fijamente.
Su cabello negro caía lacio y largo, rozándole los hombros, enmarcando un rostro pálido y anguloso, donde los pómulos marcados y la mandíbula afilada parecían esculpidos en mármol.
Pero lo más perturbador, lo imposible de ignorar, eran sus ojos. Negros como la obsidiana, y sin embargo, dentro de ellos danzaban destellos plateados, como si ocultaran fragmentos de estrellas atrapados en su mirada. Había algo inhumano en ellos, una calma letal, como si pudiera ver más allá de la carne, más allá de las mentiras… como si supiera cosas que los demás ni siquiera se atrevían a imaginar.
Me incorporé como pude, tambaleante, el corazón agolpándose con violencia en mi pecho, y la certeza amarga de que mi vida se había convertido en una carrera constante por sobrevivir.
Miré a mi alrededor. No había rastro de Kael.
Solo aquel hombre. Y esa maldita sensación de que la pesadilla apenas comenzaba.
— ¿Quién eres? ¡Aléjate de mí!
Retrocedí a rastras por el suelo, el corazón desbocado en mi pecho.
— No pretendo hacerte daño —dijo él, frunciendo el ceño—. He visto lo que ese hombre quería hacerte... no pude quedarme al margen.
Cada palabra suya solo servía para confundirme más.
— Déjame en paz… ¡Aléjate de mí! —grité, desesperada, y salí corriendo sin mirar atrás.
Cuando lo hice, esperé encontrarlo persiguiéndome, pero no. Allí estaba, inmóvil, observándome en silencio, como si no necesitara seguirme para alcanzarme de algún modo.
Horas después, llegué a casa, agotada y con una sola decisión en mente: abandonar esa absurda búsqueda de respuestas sobre una vida que no me pertenecía. Me convencí de que había cometido un error, de que aquel pueblo albergaba secretos demasiado oscuros, cosas que escapaban por completo a mi entendimiento.
Tiré mi ropa en la maleta y agarré mis documentos. Estaba lista para dejar atrás aquella pesadilla, cuando al abrir la puerta… lo encontré del otro lado.
Intenté cerrarla de golpe, pero su mano la detuvo. Antes de que pudiera gritar, lo tuve encima, cubriéndome la boca.
— No te haré daño —dijo, clavando en los míos esos ojos negros como la noche, donde destellos plateados parecían flotar como fragmentos de estrellas—. Solo quiero hablar. Hay cosas que mereces saber. Después, si aún quieres irte, yo mismo te llevaré al aeropuerto.
Asentí. Las lágrimas me nublaron la vista y un escalofrío me recorrió la espalda. Él se alejó, levantando ambas manos en gesto de paz, y se sentó en la otra punta de la habitación.
— Mi nombre es Darian… y tú eres Nyra.
Negué con la cabeza, retrocediendo un paso.
— Te confundes de persona.
— Imposible —su voz sonó tan firme que me heló la sangre—. Llevo tu olor grabado en la memoria. Estuve allí cuando naciste. Nuestros padres pactaron nuestro matrimonio mucho antes de que tú o yo pudiéramos entenderlo.
Me costaba creer lo que estaba escuchando.
— Siempre tuve una relación especial con tu padre. Él me enseñó más que el mío. Me dio cariño… confianza.
Los ojos de Darian se nublaron y, de pronto, se levantó. Me dio la espalda, sumido en silencio durante un minuto eterno, y luego continuó:
— Por eso… no pude soportar la traición. La falta de honor de mi padre. La vergüenza con la que manchó nuestro nombre.
— ¿De qué hablas? —me atreví a preguntar.
Él se volvió, sus ojos ardiendo de dolor y rabia.
— Mi padre se volvió contra el tuyo. Por tierras, por ambición. Por eso… él masacró a tu familia y te condenó a vivir como humana. Pero, como si la Luna hubiera escuchado mis plegarias, has regresado. Y yo pienso honrar la promesa que le hice a tu padre. Es mi derecho… como hijo mayor, tomar esposa y liderar nuestra manada. Contigo a mi lado, Nyra, podemos devolver la grandeza a nuestros clanes… a nuestra gente… a los licántropos que han olvidado lo que significa ser un lobo.
— Lo siento… no soy quien crees que soy —susurré, pero ni yo misma estaba segura.
Frente a la pantalla del aeropuerto, sus palabras retumbaban en mi cabeza. Los nombres de los vuelos y los números subían y bajaban en la pantalla luminosa, pero yo no veía nada… solo revivía aquella noche, como si algo se hubiera roto dentro de mí. Los recuerdos, contenidos por tanto tiempo, fluían como un río desbordado.
Y la vi.
Su rostro enrojecido, empapado en lágrimas. Su voz, por primera vez, nítida en mi mente.
— Te amo, Nyra. Te amaré por siempre.
Sentí el peso de todo el dolor que había ignorado, de todo lo que había perdido… y al salir del aeropuerto, allí estaba.
Darian.
Apoyado en el capó de un auto viejo, sonriendo con los ojos encendidos de alegría, como si supiera que había ganado.
— ¡Lo sabía! —exclamó—. Vamos… hay alguien que tienes que conocer.