—¿Tú lo sabías? —pregunté, al escuchar cómo sus pasos se detenían detrás de mí.
Estaba de pie frente a la caseta vacía. No había rastro de él en toda la casa… o, al menos, en los lugares que había logrado revisar. Maldito lugar, lleno de puertas cerradas, de secretos que se aferraban a las paredes y de maldiciones que parecían respirar en cada rincón.
—No… hasta hace muy poco —contestó Kael en un susurro que apenas rompió el silencio.
—¿Sabes dónde está?
—No.
—¿Sabes si está vivo?
—No —repitió, con la misma voz grave y contenida.
—¿Y a qué has venido?
Kael dejó escapar una breve exhalación, como si buscara valor para responder.
—Mi padre era, para mí, el ser más importante del mundo. Grande e invencible. Todopoderoso. De alguna forma, creo que todos sentimos eso por nuestros padres. Y cuando murió… el mundo se volvió más frío.
—Él no es mi padre. Nunca antes lo vi, nunca hizo nada por mí… y el mundo ya es un lugar frío, con o sin él.
—Entonces, ¿por qué quieres saber dónde está?
—Por