De repente, un claro en el bosque se abrió ante mí. Detuve mi carrera, mis patas delanteras clavadas en la tierra húmeda, mi cuerpo tenso pero no por miedo, sino por expectación. Él emergió de la oscuridad, su silueta imponente recortada contra la luz de la luna llena que se derramaba sobre el claro. El aire se cargó de una electricidad palpable, el aroma a pino y tierra húmeda se mezcló con nuestro almizcle.
Nos miramos, dos pares de ojos ámbar brillando con una intensidad sobrenatural. No había agresividad en nuestras posturas, solo una tensión profunda, una mezcla de reconocimiento y anhelo. El bosque alrededor de nosotros era un santuario silencioso, los árboles altos y antiguos parecían inclinarse para presenciar el momento. La luna, majestuosa y redonda, era nuestra única testigo, su luz plateada bañaba el claro en un halo místico.
Un temblor recorrió mi cuerpo, no de frío, sino de un calor que se extendía desde lo más profundo de mi ser. Mis huesos crujieron y se reacomodaron