Capítulo 3. El elegido

Elena

No reaccioné al instante, pero el corazón se me disparó. Por fuera, fingí estar tranquila, como si lo que acababa de escuchar por parte del camarero no me hubiera afectado. Pero lo entendí perfectamente, ese sitio no era para cuentos de hadas y era exactamente lo que yo necesitaba.

—Gracias —solté, agarrando el bolso sin mirar atrás.

Sentí la mirada del camarero clavada en mí mientras me alejaba. No supe si quería detenerme, advertirme algo, o simplemente desearme suerte en silencio. Pero no me giré. Ya había tomado la decisión.

Salí del hotel. Las calles de Lunaria estaban medio dormidas, iluminadas por farolas. El aire me azotaba las mejillas, y con cada paso, las piernas me temblaban un poco más. No era por el frío. Era por lo que estaba a punto de hacer. Por la idea loca que se me había metido en la cabeza.

Cuando llegué al bar, lo supe sin necesidad de leer el letrero. “El Manto Rojo” tenía una cortina roja pesada en la entrada y se escucha música.

Nada más entrar, el olor a licor fuerte y tabaco llegó hasta mí. Se escuchaba risas de hombres. El sitio estaba lleno. Cada uno en su mundo, en su copa. Nadie preguntaba, nadie juzgaba. Y eso, por raro que fuera, me tranquilizó un poco.

Me quedé de pie junto a la puerta, indecisa. Y entonces lo vi.

Un hombre estaba junto a la barra. Alto, la camiseta se pegaba a su cuerpo musculoso. Su postura era relajada, como si el ruido del lugar no le molestara.

Tenía el pelo oscuro cayéndole despreocupado sobre la frente, y esa barba espesa le daba un rollo medio salvaje. Pero no fue eso lo que me enganchó. Fue cómo se plantaba ahí, como si el mundo no pudiera tocarlo.

Lo miré un rato más. Tenía los brazos apoyados en la barra, relajado. Los tatuajes le recorrían la piel como serpientes enredadas, negros, intensos, llenos de dibujos que no tenía ni idea de qué significaban. Pero me quedé atrapada, no podía dejar de mirar.

Él giró levemente el rostro. Como si hubiera sentido mi mirada. Y de repente, nuestros ojos se encontraron por un instante.

No sabía su nombre, ni su historia. Pero esa noche, él fue el elegido. Y yo, la que decidió no mirar atrás.

Por primera vez en toda la noche, no le encontré un defecto. Me pareció hermoso. Y si iba a perder mi virginidad, al menos que fuera con alguien que despertara algo en mí, que me llamará físicamente aunque sonara superficial.

Sentí la garganta seca. Dudé. ¿Acercarme? ¿Huir? Pero estaba allí y tenía que seguir mi plan si no quería ser vendida.

Me ajusté el escote del vestido con un gesto discreto y comencé a caminar hacia la barra. Los pies me temblaban, pero no me detuve.

Crucé el local. Pasé junto a mesas donde algunos hombres fumaban, otros reían a carcajadas. Algunos me miraron fugazmente, como quien detecta algo fuera de lugar.

Me acerqué a la barra. Me apoyé con elegancia en el mármol oscuro. Lo hice como si él no existiera.

Ni me giré. Ni una mirada de reojo. Nada. Lo ignoré a propósito. No quería parecer ansiosa.

El camarero se acercó. Un hombre mayor, con barba canosa y ojos cansados.

—¿Qué desea, señorita?

No lo dudé.

—Un whisky. Solo. El más fuerte que tenga.

Me observó por apenas un segundo. Lo suficiente para notar el temblor en mi voz. No preguntó. Me lo sirvió en un vaso y lo deslizó hacia mí.

El borde del vaso tocó mis labios. El primer trago me quemó la garganta entera. Tosí bajito, sin hacer mucho ruido. Y volví a beber. Necesitaba calmar los nervios y que el alcohol me quitara un poco la timidez.

Yo bebía en silencio. Él hombre permanecía inmóvil. Con los dedos rozando su vaso. Sin beber, sin hablar, sin moverse más de lo necesario.

Me atreví a girar el rostro.

Él alzó la mirada, lentamente y nuestros ojos se volvieron a encontrar.

Me observó en silencio. Pero el camarero interrumpió el momento:

—¿Otro whisky?

Deslicé el vaso vacío hacia él.

—Sí. Quiero olvidar por unas horas.

El hombre junto a mí no reaccionó. Pero sus dedos se apretaron levemente contra el vaso.

Sabía que esa noche podía marcar un antes y un después en mi vida.

Sostuve el vaso entre las manos mientras el segundo whisky ardía en mi garganta. Sentía los labios entumecidos, las mejillas cálidas, y el corazón golpeándome frenéticamente. La música apenas se oía. Solo escuchaba mi corazón.

Desde que me acomodé en la barra y nuestras miradas se cruzaron por segunda vez, no dejó de mirarme. Era como si algo en mí lo hubiera descolocado… o atrapado. Quieto, como un animal que acaba de descubrir algo que no entiende del todo, pero que le intrigaba. Y ahí se quedó, observando, como si esperara que yo hiciera el siguiente movimiento.

No sabía ni por dónde empezar. ¿Le hablaba sin más? ¿Le soltaba algo directo tipo “oye, tú”? ¿O mejor fingía que solo quería charlar, como si no tuviera nada en mente? Pero claro, ¿y si metía la pata? ¿Y si él no era como yo pensaba? ¿Y si dejaba de hacerme la misteriosa y simplemente le decía: “¿Me llevas a tu casa?” Así, sin rodeos. Total, ya estaba hecha un lío.

Suspiré. Jamás había intentado ligar y ya parecía una patética.

"Vamos Elena, tú puedes" Me animaba a mí misma, tenía que hacerlo, así que reuní el valor para hablar con él. Aunque puedo asegurar que la cosa empeoraría.

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