Capítulo 5. Desnuda

Elena

Me dejé guiar. No pregunté a dónde íbamos. Solo caminé detrás de él. Yo no sentía miedo, ni siquiera duda.

Si ese hombre me llevaba a la muerte, también sería una forma de acabar con mi sufrimiento. Si me arrastraba a su mundo, también sería una solución. Porque lo que me había traído hasta ese bar no era el whisky. Era el deseo de terminar, de cerrar, de romper con todo.

—¿Falta mucho? —pregunté, sin esperar respuesta.

Él se detuvo.

—Ya estamos cerca.

Asentí. No pregunté más.

Caminamos unos metros más, hasta que se detuvo frente a una puerta de hierro. La empujó con la palma abierta, y esta se abrió.

Entré detrás de él. Él se giró hacia mí.

Se acercó muy despacio. Hasta que nuestros rostros quedaron a centímetros.

—Sé lo que quieres de mí.

Sostuve su mirada.

—Y si sabes lo que quiero… entonces entiendo que estás dispuesto.

—Estoy más que dispuesto —dijo al fin.

—Entonces hazlo —susurré—. Haz lo que viniste a hacer.

Se acercó aún más, hasta que el aliento de ambos se mezcló en el aire. Pero no me tocó. Solo me miró detenidamente.

—No voy a hacerte daño.

Después se alejó sin decir más. Caminó hacia una mesa de madera oscura, donde reposaba una botella sin etiqueta. Sirvió dos copas.

Regresó con ambas copas. Me entregó una sin tocar mi mano.

Acepté la copa.

Me guió hacia un sofá de cuero negro, amplio, hundido en el centro. Me senté sin decir palabra. Él tomó asiento frente a mí, en una silla recta, de respaldo alto. La distancia entre nosotros era mínima.

Me puse nerviosa. No por lo que iba a decir, sino por cómo me miraba. Esa mirada me ponía los pelos de punta. Y sin embargo, no podía dejar de mirarlo.

Me parecía el hombre más hermoso que jamás había visto. Tenía una cicatriz que cruzaba su ceja izquierda y rozaba el borde del ojo. Pero esa cicatriz no le restaba belleza.

—Vamos, habla —me ordenó

—¿Qué quieres saber? —pregunté, con la copa aún en la mano.

—Todo —dijo al fin—. Desde el principio. Desde antes de que decidieras terminar con tu problema e intentar ligar de forma desastrosa. Hay una razón y quiero saberla.

Creo que en ese momento me morí de la vergüenza. Mi alma abandonó mi cuerpo, se fue a dar una vuelta por Lunaria y volvió solo para decirme: “¿En serio intenté ligar como lo hice?

¡Calor! Sentí mucho calor. No el tipo de calor sexy que una espera cuando intenta ligar con un hombre misterioso y musculoso. No. Era el calor de la vergüenza. El que te sube por el cuello, te sonroja las orejas y te hace sudar como si estuvieras en una sauna.

Mi intento de flirteo fue tan torpe...

En serio, creo que me vendría bien una clase intensiva de ligoteo. Algo tipo “Flirteo para principiantes que no quieren parecer que están vendiendo seguros”.

Y lo peor es que él… ¡él no dijo nada! Solo me miraba. Con esa cara de “¿Está bien esta chica?” mezclada con “¿Me está ligando o me está entrevistando para un documental sobre hombres lobo?”

En fin. Tengo que borrar ese recuerdo de mi cabeza para siempre.

Bajé la mirada. El líquido en la copa temblaba ligeramente. Como yo.

—Te lo contaré —susurré—. Pero por favor no me juzgues y no te eches para atrás, eres la única solución a mi problema. Lamento el bochornoso espectáculo que has presenciado en ese bar, pero estoy desesperada.

No sé si era el alcohol o que necesitaba contarle a alguien todo lo que me estaba pasando, que sin darme cuenta empecé a contarle todo, sin omitir nada. Cuando terminé, me sentí mejor, más ligera. Quizás el podría darme su opinión o su consejo, porque yo estaba perdida, dando tumbos y haciendo el ridículo.

Él me escuchó sin interrumpirme. Al final, solo dijo:

—Tu padre es un miserable. Y voy a ayudarte.

No estaba segura, pero creo que mis palabras le afectaron, vi como apretaba la copa y sus nudillos se volvían blancos.

—Sabes cómo puedes ayudarme. Por eso estoy aquí. Pero antes... necesito saber tu nombre.

—Me llamo Lycan —dijo al fin, con una voz más suave de lo que esperaba.

—¿Eres un hombre lobo, verdad?

No aparté la mirada, aunque mi corazón latía con fuerza.

Lycan no se inmutó.

—Sí. ¿Hay algún problema?

—Ninguno.

Nunca había conocido a un hombre lobo. Sabía que existían, que entre humanos y licántropos había acuerdos antiguos. Pero en mi pueblo, esa convivencia era más teoría que práctica. No había ninguno que yo supiera. O quizás sí, y simplemente no se mostraban.

La idea me inquietó.

Lycan seguía observándome con calma, sin moverse, como si esperara que yo decidiera el ritmo de la conversación. Pero sentía que aquello se estaba alargando demasiado.

Quería acabar ya.

Me levanté del sofá con un movimiento rápido, casi brusco. Lycan no reaccionó. Solo me siguió con la mirada.

—Gracias por ayudarme.

Lycan inclinó ligeramente la cabeza.

—¿Dónde está el dormitorio?

Lycan señaló con la mano una puerta. Asentí.bCaminé hacia ella. Al apoyar la mano en el pomo, me detuve. Algo dentro de mí me decía que estaba a tiempo de huir. Pero otra parte, más fuerte, gritaba que me quedara.

—¿Estás segura de esto? Porque no creo que pueda parar una que vaya entrado en tí —preguntó Lycan, sin moverse de su sitio.

Giré apenas el rostro, sin mirarlo directamente.

—Estoy segura de que no quiero seguir siendo la Elena que todos conocen —susurré, mientras mis dedos, temblorosos comenzaron a desabrochar mi vestido.

Sentí cómo la tela se aflojaba y se deslizaba por mis hombros, poco después el vestido cayó al suelo.

Y allí estaba yo. De pie. Desnuda. Mientras Lycan me devoraba con la mirada.

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