Mundo ficciónIniciar sesiónDakota Adams nunca imaginó que una noche marcaría su destino para siempre. Mesera en un lujoso bar mientras lucha por terminar sus estudios, se cruza con Alekos Ravelli, un magnate griego acostumbrado a tenerlo todo… menos un “no” por respuesta. Él la deseó desde el primer instante. Ella sabía que no pertenecía a su mundo. Pero en medio de promesas no dichas y caricias robadas, Dakota cayó. Lo amó. Lo creyó. Hasta que quedó embarazada. Alekos la acusó de querer atraparlo, de mentirle, de buscar su fortuna. Herida y humillada, Dakota eligió desaparecer… y criar sola a su hija. Cinco años después, sus mundos vuelven a cruzarse. Él es aún más poderoso. Ella, más fuerte. Pero ahora hay una niña de ojos grises entre ellos, con la sonrisa de Alekos y el corazón de Dakota.
Leer másDakota terminaba de acomodar los últimos cojines del sofá cuando miró el reloj. Las diez la noche. Había limpiado cada rincón del departamento, dejado la cocina ordenada, la cama tendida, las velas preparadas. No era una anfitriona obsesiva. Solo una mujer nerviosa.Al día siguiente llegaría Alekos, su novio desde hacía poco más de un año. Y aunque él le había dicho que vendría por la tarde, algo en su interior le pedía estar lista antes de tiempo.
Mientras guardaba unos libros en el estante, sintió una punzada leve en el vientre, acompañada por una oleada de náusea. Se detuvo. Cerró los ojos. No era la primera vez.Dakota lo sabía. No necesitaba una prueba.Estaba embarazada. La idea la sobrecogía. No porque dudara de lo que sentía por Alekos, sino porque no tenía idea de cómo reaccionaría él. Alekos Ravelli era el CEO de una poderosa cadena hotelera. A sus treinta y dos años, estaba acostumbrado a controlar todo. Negocios, personal, decisiones... y tal vez también a las personas que lo rodeaban.¿Y si pensaba que ella lo había hecho a propósito? ¿Y si no quería al bebé? Dakota lo había conocido en un club nocturno de Manhattan, donde trabajaba como camarera. Era uno de esos bares exclusivos dentro de un club aún más exclusivo, donde solo entraban millonarios, celebridades y socios bien conectados.Él había entrado una noche con un grupo de inversores. Destacaba sin necesidad de decir una palabra: cabello oscuro, porte imponente, traje entallado, y esa mirada que atravesaba a cualquiera. Se fijó en ella al instante.La vio moverse entre las mesas con seguridad, su cuerpo enfundado en una blusa negra ajustada y una falda corta. Llevaba el cabello castaño recogido en una cola alta. No era exuberante. Era natural, bella, decidida.Pidió que lo atendiera ella. Y nadie se atrevió a contradecirlo. Cuando se acercó, Alekos le sonrió con esa confianza que parecía esculpida en su rostro.—¿Quieres salir a cenar conmigo esta noche? —preguntó, sin rodeos.Ella se negó con amabilidad.—No puedo. Está prohibido salir con los clientes.No insistió. Solo le tendió su tarjeta.—Si alguna vez querés algo mejor, llámame. Dakota no lo llamó. Pero él regresó. Varias veces. Hasta que ella bajó la guardia. Ahora, un año después, lo amaba. Pero también temía perderlo.Cuando se inclinó para encender una vela sobre la mesa de centro, no escuchó la puerta abrirse. Sintió una mano en la cintura y pegó un grito. —¡Ah!, Alekos eres tu—Eso espero —respondió Alekos divertido—. ¿A quién más esperabas en tu casa? Dakota se giró, con el corazón acelerado.—¡No te esperaba hasta mañana!—No podía pasar otro día sin verte. La abrazó con fuerza. La alzó entre sus brazos y la llevó al dormitorio sin esfuerzo. La acostó en la cama y la miró como si acabara de encontrar algo perdido.Se besaron con ansiedad, con hambre, con el deseo que solo se mantiene cuando hay algo más que atracción.Hicieron el amor sin prisa, como si no existiera el mundo más allá de esa habitación. Alekos exploró cada parte de ella con lentitud, y la llevó al borde con una precisión casi reverente. Horas después, Dakota dormía a su lado, con el cabello suelto y los labios entreabiertos.Alekos la observó unos segundos y se levantó en silencio.Regresó con una pequeña caja envuelta con papel oscuro y una cinta dorada.—Despierta, tengo algo para ti —dijo, sentándose a su lado.Ella abrió los ojos, se incorporó.—¿Qué es esto?—Felicidades por tu graduación. Sabía que lo lograrías. Dakota desenvolvió el regalo. Dentro había un reloj de pulsera elegante, de oro blanco, con una esfera blanca delicadamente trabajada.—Alekos es precioso —murmuró, tocando la pieza con cuidado.—Es para que recuerdes que cada minuto que inviertes en ti vale la pena —dijo él, besándola en la mejilla. Ella sonrió, agradecida. Pero en el fondo, había esperado otra cosa. No por el valor del regalo, sino por lo que no decía. Porque durante ese año juntos, Alekos le había dado muchas cosas… excepto promesas. A la mañana siguiente, mientras desayunaban juntos, Dakota sintió el mareo de nuevo. Dejó la taza a medio camino y se levantó de golpe.Corrió al baño sin dar explicaciones. Alekos la siguió con el ceño fruncido. Cuando salió, él estaba en la puerta, mirándola con preocupación. —¿Estás bien? ¿Te duele algo?Ella respiró hondo, se acercó y tomó su mano. La llevó suavemente hasta su vientre. —Estoy embarazada —dijo, mirándolo a los ojos. Y el tiempo, en ese momento, pareció detenerse.Después de la fiesta, Alekos acompañó a Calista a su suite. Había llegado el momento de pedirle matrimonio. Calista comenzó a besarlo, pero a Alekos no se le antojaba; solo podía pensar en la mirada de Dakota, ¿qué ocultaba? Porque algo ocultaba. ¿Por eso se hacía llamar Eloise Adams?—¡Calista, cariño! Voy a tener que dejarte esta noche. Mañana me espera un largo día y estoy agotado. Te veré la próxima semana.A la mañana siguiente, en cuanto despertó, llamó a su amigo Xandro, que era investigador y jefe de seguridad.—Necesito que me averigües todo sobre Dakota Eloise Adams.—¿Qué está pasando? —preguntó Xandro.—¡Eso es lo que quiero saber!Llevaba tres días trabajando, aunque le costaba mucho concentrarse. Su pensamiento siempre volvía a la noche de la fiesta y a la mirada de Dakota. Se encontraba leyendo un contrato cuando su teléfono sonó.—¡Que Calista sufrió un accidente! —dijo Alekos, sorprendido—. Iré inmediatamente.Ni bien llegó al hospital, se encontró con Bastian, quien
Dakota Eloise Adams, o Eloise Adams como se hacía llamar desde que usaba el apellido de su madre, sonreía alegremente... hasta que llegaron al destino.—¡Podrías haberme dicho que la fiesta sería en el Palacio Mayflower! —se mordía el labio inferior, visiblemente nerviosa—.Elliot Blackston, con su clásica sonrisa cálida, replicó: —Te dije que eran extranjeros, ricos ¿qué diferencia hay? A este tipo de lugar acude el mismo tipo de personas. ¡Te ves hermosa, Eloise! ¡Eres la mujer más guapa que hay aquí!Dakota sonrió nerviosa. —Este baile es demasiado para una simple asistente de investigación de Carolina del Norte.—¡Tonterías! Eres muy inteligente, más que la mayoría de estas mujeres. Te ofrecí trabajo en la Oficina de Asuntos Exteriores, pero no quisiste. Tranquila. Tienes todo para estar aquí, entre la élite. Ven, te presentaré a todos.—Te presento a Bastian Kourakis, empresario griego, un gran amigo mío. Por cierto, es viudo. Las mujeres de Estados Unidos lo extrañarán cuando se
Las semanas pasaban y no había novedades de Dakota. Tal vez era una señal de que no debía seguir revolviendo todo.Esa mañana, Alekos había ido de compras. Al día siguiente partiría rumbo a Grecia, más precisamente a Tesalónica, para celebrar el cumpleaños de su padre. Pero lo más importante era que su padre se retiraba y él asumiría como presidente del imperio empresarial Ravelli. A sus 32 años, había llegado el momento que tanto había esperado. Le había comprado un reloj a su padre y, ya que estaba, una gargantilla para Freya.—Freya, ven por favor —llamó desde su oficina.—¿Alekos, qué necesitas? —preguntó ella al ingresar.—Como sabes, mañana iré a Grecia al cumpleaños de mi padre. También tomaré posesión formal de las empresas. Necesitaré algunos días para conocer bien a fondo la situación, y quiero que vengas conmigo. Necesitaré de tus servicios. Hay secretarias allá, pero me entiendo mejor contigo.—Por supuesto, Alekos. Lo que digas. Prepararé todo.—Toma, te compré esto. Es s
Al otro lado del Atlántico, Dakota llegaba tras conducir doce horas a la casa de Teresa. Era una mañana preciosa. En cuanto escuchó el ruido de un coche acercándose, Teresa salió al porche. Reconoció enseguida el auto de su pequeña —como la llamaba con cariño— volvía a casa.Teresa, una mujer de sesenta años, viuda desde hacía cinco tras perder a su amado esposo Charles a causa de una enfermedad mortal, no había tenido hijos. La única familia que le quedaba era su pequeña, su niña del alma.Apenas bajó del coche, Dakota corrió a abrazarla.—Mi niña... qué bueno es tenerte aquí —susurró Teresa conmovida.Dakota rompió en llanto—. Ay, abuela... si supieras... —sollozó sin poder contener tanto dolor acumulado.—Mi niña, tranquila, me estás asustando. Ven, vamos adentro, te haré un té de hierbas. Eso te va a calmar los nervios.Ambas entraron en la cocina. Teresa se movía con agilidad preparando el té, como si el tiempo no pasara por ella. Le sirvió la taza caliente y se sentó frente a el
En la bella Londres comenzaba a anochecer. Había sido un gran día de trabajo: todo había salido según lo que Alekos había planeado, y eso lo dejó satisfecho. Decidió invitar a Freya a cenar.Estaba hospedado en el Four Seasons Hotel at Ten Trinity Square, donde la comida era exquisita, digna del paladar más exigente.Recordó que Dakota siempre decía que le gustaría conocer Londres. Desechó de inmediato ese pensamiento. ¿Por qué la tenía tan presente? Solo había sido una amante más, y la peor zorra de todas. Le había mentido diciendo que estaba embarazada. Eso era: una zorra. Ese sería su pensamiento recurrente de ahora en adelante.Tomó el teléfono y pidió que lo comunicaran con la habitación de Freya.—¡Hable!—Freya, quiero que me acompañes a cenar esta noche. Te espero a las ocho. Cenaremos en mi habitación.—¡Por supuesto, te veré ahí, Alekos! —respondió ella sin ocultar su entusiasmo.En su habitación, Freya no podía creer su suerte. Empezó a buscar algo que ponerse, pero nada la
Llevaba seis horas conduciendo. Estaba en medio de la nada, rodeada de campo a ambos lados del camino. El cansancio comenzaba a apoderarse de su cuerpo, pero su determinación se mantenía firme. Sabía que hacía lo correcto, aunque el futuro se presentara incierto y plagado de posibles privaciones.—Nadie te separará de mí, cariño —susurró, mientras posaba una mano sobre su vientre.¿A dónde iría? Sus padres habían muerto hacía años y, siendo hija única, sus opciones eran escasas. Su única familia era su abuela materna.Aunque Alekos no sabía dónde vivía, Dakota había mantenido una relación cercana con ella durante los últimos años. Siempre aprovechaba sus ausencias por viajes para llamarla o visitarla.La casa de Teresa era el único lugar seguro que se le ocurría para pasar unos días y decidir qué rumbo tomar.Pensó que se detendría en la próxima gasolinera, tomaría un café y seguiría el viaje.Mientras tanto, Alekos Ravelli caminaba como un león enjaulado dentro de su departamento. Iba
Último capítulo