Mundo ficciónIniciar sesiónUna app anónima. Un mensaje cada noche. Un amor que no debería existir. Valentina huye del mundo real hasta que conoce a “A.” en una aplicación donde nadie usa su nombre verdadero. Durante semanas, construyen algo que parece imposible: confianza, cariño y una conexión que la hace sonreír cada vez que vibra su teléfono. Lo que no imagina es que “A.” tiene rostro, nombre y oficina: Alexander Roth, su jefe. Cuando lo descubre, nada vuelve a ser igual. El hombre que la trataba con frialdad cada mañana era el mismo que le prometía amor cada noche. Y justo cuando intenta escapar de esa confusión, aparece Lucca, el chico que la mira como si fuera un nuevo comienzo. Entre el secreto, la traición y el deseo, Valentina tendrá que decidir si el amor puede sobrevivir cuando se construye sobre una mentira.
Leer másEl reloj digital marcaba las 8:54 a.m.
En la oficina de Alexander Roth todo parecía más grande de lo necesario: los ventanales, las paredes de vidrio, incluso el silencio.
Valentina se sentó al borde del sofá frente a su escritorio, cuidando de no tocar nada. El aire olía a café recién hecho y a ese perfume masculino que él siempre dejaba atrás, como si su presencia siguiera allí incluso cuando no estaba.
Tenía las manos frías. No era su primera reunión con él, pero esa mañana se sentía diferente. Desde que había visto su nombre en la agenda: “Reunión con el Director General – 9:00 a.m.”, algo en su pecho no dejaba de latir con fuerza.
Recordó a su enamorado secreto quien, horas antes, le había escrito en línea: “Si el día se pone difícil, recuerda que te pienso siempre.”
Alexander había salido unos minutos antes para atender una llamada urgente. Dejó su teléfono móvil sobre el escritorio, boca arriba, junto a su reloj y un porta-documentos negro.
Valentina intentó no mirar, pero la pantalla vibraba con cada notificación. Se obligó a apartar la vista. No quería parecer curiosa.
Sacó su propio teléfono. Abrió LoveMatch, su refugio secreto desde hacía un mes.
Sabía que era absurdo: una app de citas donde nadie usaba nombres reales ni fotos. Solo letras y mensajes.
Ella era “V”.
Nunca habían hecho video-llamadas ni intercambiado detalles. Aun así, ese anonimato se sentía más real que cualquier otra cosa.
V: “Mañana tengo una reunión con mi jefe. Deséame suerte.”
Sonrió al recordarlo. Durante un mes, “A.” había sido su secreto más preciado.
Le enviaba café sin explicar cómo sabía su dirección. Le dejaba notas digitales cada mañana. Incluso le había transferido dinero una vez, con el mensaje:
“No quiero que te preocupes por nada.”
Ella protestó, pero él insistió en que era un regalo de cumpleaños adelantado; cuando la verdad es que él sabía que ella apenas podía cubrir su renta aquel mes.
Ahora, mientras esperaba a su jefe en esa oficina enorme, tecleó un mensaje con la misma confianza de siempre:
V: “Aún no empiezo el día y ya me arrepiento de venir. ¿Qué harías si fueras yo?”
Envió.
Del otro lado del escritorio, el celular de Alexander vibró.
Valentina levantó la vista. La pantalla se encendió y, por un instante, el mundo se detuvo.
V: “Aún no empiezo el día y ya me arrepiento de venir. ¿Qué harías si fueras yo?”
El mensaje era suyo.
El aire se le escapó del pecho. Parpadeó, buscando una explicación. Pero el ícono, el color, todo era idéntico.
LoveMatch.
Era él.
Alexander.
Su jefe.
El sonido del ascensor la hizo reaccionar.
—¿Valentina? —su voz llenó la oficina.
Ella se levantó tan rápido que casi tiró su bolso.
—S-sí, solo lo esperaba —balbuceó.
Alexander arqueó una ceja, dejando su chaqueta sobre la silla.
Su mirada pasó de ella al escritorio. Valentina cerró la app y metió el teléfono al bolso.
—¿Todo bien? —preguntó él con voz neutra.
—Sí… solo revisaba un mensaje.
Él asintió y tomó su celular. Lo bloqueó sin mirar la pantalla.
—Empecemos, entonces.
Se sentó. Valentina lo imitó, intentando concentrarse. Pero cada palabra sonaba distinta ahora.
Era la misma voz que unas horas antes le había escrito “Recuerda que te pienso siempre.”
Intentó enfocarse en los informes, pero su mente solo repetía una frase:
Es él. Es él. Es él.
La reunión terminó sin que recordara una sola palabra.
—Valentina —dijo con tono firme—, estás distraída. ¿Pasa algo?
Su mirada era intensa. Demasiado. La misma que él había descrito en línea:
“Si algún día te miro en persona, sabrás que eres mía sin que lo diga.”
Valentina negó.
—Nada. Estoy bien, señor Roth.
El título sonó ridículo. Señor Roth.
Alexander la observó unos segundos más.
—Entonces eso sería todo. Puedes retirarte.
Ella asintió. Se levantó, lista para huir, pero antes de llegar a la puerta, él habló otra vez.
—Valentina.
Se detuvo.
—No uses esa aplicación durante el horario laboral —dijo con calma—. Es poco profesional.
El suelo pareció ceder bajo sus pies.
Giró lentamente.
—Entendido, señor —susurró.
Salió antes de que su voz temblara.
Las luces frías y el ruido de la oficina seguían igual, pero nada era igual para ella.
Sacó su teléfono. Un nuevo mensaje.
A: “No quería que te enteraras así.”
El corazón le dio un vuelco. Tecleó con las manos temblorosas.
V: “¿Desde cuándo lo sabes?”
Pasaron unos segundos eternos.
A: “Desde antes de empezar.”
Valentina dejó caer el teléfono al bolso.
Porque aunque quisiera odiarlo, aunque quisiera borrarlo, una parte de ella seguía buscándolo.
Cerró los ojos, y por primera vez desde que lo conocía, deseó no volver a verlo nunca más.
El silencio después de la última frase de Alexander se estiró como un hilo fino dispuesto a cortarse en cualquier momento.Valentina permanecía inmóvil, el corazón golpeándole el pecho con fuerza, como si quisiera escapar antes que ella. Quería hablar, poner distancia, ordenar algo de lo que pasaba entre ellos, pero ninguna palabra le brotaba. Nada. Solo la presión de su respiración y la presencia de él.Los ojos de Alexander la sostenían con una intensidad diferente a la que ella conocía. No era la mirada dominante, segura, que solía desarmarla; esta estaba cargada de cansancio, de heridas abiertas, de noches interminables comprimidas en pupilas rojas y vidriosas. Como si todo lo que había callado durante meses se hubiera derramado de golpe en su mirada.—Valentina… —repitió, muy despacio, con la voz quebrada y ronca.Ella sintió un impulso urgente: moverse, escapar, recuperar algún control. Dio un paso hacia la izquierda para rodearlo, buscando el aire, buscando distancia.Alexander
La alarma sonó a las seis, pero Valentina llevaba despierta desde mucho antes. Había pasado la noche dando vueltas entre las sábanas, sintiendo cada minuto estirarse como un hilo tenso a punto de romperse.El encuentro en la oficina con Alexander, su cercanía, su voz baja y enredada de emociones y luego, la aparición repentina de Lucca en el pasillo.Todo eso mezclado había hecho imposible cerrar los ojos sin que el corazón le diera un vuelco.Se levantó sin energía, pero forzándose a moverse. Cuanto más pensara, peor sería. Cuanto antes saliera de su departamento, antes podría convencer a su cabeza de que nada iba a repetirse. De que podía seguir con su vida.La ducha no ayudó. El café tampoco.Toda la mañana se sintió como si caminara dentro de un sueño borroso, siempre con esa presión mínima clavada en el pecho, como si alguien hubiese apoyado una mano invisible sobre ella.Se maquilló más de lo normal para disimular las ojeras, recogió el cabello y revisó su bolso tres veces antes
Valentina no había pegado un ojo.Las sombras de la madrugada seguían aferradas a los bordes de las cortinas, como si quisieran quedarse un rato más, igual que ella con su propia confusión.El departamento estaba silencioso, demasiado silencioso, salvo por el zumbido de la nevera y el tic-tac insistente del reloj que parecía burlarse de su estado.El teléfono sobre la mesita de noche brillaba como un pequeño faro, recordándole que no podía escapar de lo que la esperaba.El mensaje seguía allí, brillante, insistente, pegado a su memoria como una mano que no se quería soltar.“No te desaparezcas otra vez.”Valentina pasó horas dándole vueltas, girando la frase en su cabeza como un anzuelo que se hundía cada vez más profundo.Imaginó la voz de Alexander diciendo eso: baja, rasposa, cargada de una posesión que le resultaba irritantemente familiar y, a la vez, peligrosa. Vulnerabilidad mezclada con control; la combinación que siempre la desarmaba.Se incorporó del sillón donde había termin
El departamento estaba oscuro cuando Valentina entró. Ni siquiera encendió la luz. Solo dejó caer el bolso en el piso y se apoyó en la puerta, con la respiración atrapada en un punto intermedio entre el agotamiento y el pánico.El mensaje seguía ahí, en la pantalla, iluminando la habitación con un brillo azul que la hacía sentir expuesta:“¿Fue él quien te hizo sonreír así hoy?”Cuando se trataba de Alexander, no hacía falta absolutamente nada. Él siempre encontraba la forma de sonar cerca. Incluso cuando estaba lejos. Incluso cuando no tenía derecho.Valentina bloqueó la pantalla como si esa simple acción pudiera bloquear el temblor en su pecho. Caminó hacia la cocina, abrió la heladera sin mirar y tomó una botella de agua. No tenía sed, pero necesitaba algo que la hiciera sentir cuerda.Dio un sorbo, falló.Las palabras seguían en su cabeza, latiendo como un pulso incómodo mientras los mensajes seguían llegando:¿Fue él?¿Fue él quien te hizo sonreír así?¿Sonreír para quién, Valent
Elena la observaba desde la cocina, con una taza de café en la mano y una sonrisa tan serena que resultaba irritante.—¿Segura que ya puedes volver? —preguntó, sin levantar mucho la voz.—No tengo opción —respondió Valentina, abrochándose la chaqueta—. Si falto un día más, seguro piensan que me internaron.—Podría firmarte otro reposo, o internarte en serio, mi seguro lo cubriría —bromeó su hermana, agitando el estetoscopio que colgaba del respaldo de una silla—. Algo grave… tipo amnesia selectiva o colapso nervioso.—Ya tuve suficiente de eso —replicó, rodando los ojos.Elena rió, esa risa que siempre sonaba como un respiro.—Prométeme que vas a comer algo más que café y ansiedad, ¿sí?—Prometido.—Y que si el hombre del trabajo vuelve a irrumpir tu paz, no le tires el bolso por la cabeza, porque ahí en serio me pedirán internarte.—¿Cuál de todos? —preguntó Valentina con sarcasmo.Elena arqueó una ceja.—El que te hace ver como si estuvieras a punto de incendiar algo.—Ah. Ese.Amba
El café se había enfriado hacía rato, pero Lucca seguía frente a la taza, inmóvil. La espuma se había hundido y en su lugar quedaba un remolino gris, como un reflejo exacto del caos que sentía por dentro.El reloj del departamento marcaba las siete. Afuera, la ciudad ya despertaba, los autos rugían en la avenida y el murmullo de la lluvia golpeando los vidrios le daba al silencio una cadencia que dolía.Era curioso: a veces, el ruido sonaba más fuerte cuando no había nadie para escucharlo.Valentina llevaba tres días desaparecida.No había mensajes, no había llamadas.Solo un vacío digital que lo seguía como una sombra, línea tras línea de conversaciones congeladas, todas terminando igual: en el intento de decir algo que ya no hacía falta repetir.Él sabía que forzarla no serviría.Había visto ese tipo de mirada antes: la de alguien al borde del colapso, intentando sostener el mundo con las manos desnudas. Y la de Valentina era la de alguien que estaba aprendiendo a soltar antes de ro





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