capitulo 2

—¡¿Embarazada?! ¿Cómo podía Dakota estar embarazada? —pensó Alekos, furioso.

Él había tomado todas las precauciones. Pero… ahí estaba. Lo había traicionado.

—Alekos, cálmate. Yo estoy bien. Entiendo que te tome por sorpresa.

—¡Claro que crees que estás bien! Con un reloj de lujo y embarazada… ¿ahora qué vas a decir? ¿Que es mío?

—¡Por supuesto que es tuyo! Sabes que eres el único hombre con el que he hecho el amor. Somos novios. Te quiero, y creí que tú también me querías.

—¡Yo no quiero a nadie! —espetó él con dureza—. Y no pienso cargar con el hijo de otra persona. ¡No esperaba que mi amante se quedara embarazada!

—¡No soy tu amante!

—¿Se supone que tomabas la píldora! ¿Qué fue lo que pasó?

—Aquella noche que te acompañé a Londres por trabajo… olvidé llevarla. Fue un accidente.

Alekos comenzó a reírse, sarcástico.

—Claro, la única vez que te invito a acompañarme y te olvidas la píldora… Eres una mujer muy perversa.

Tomó su maletín con gesto brusco.

—Tengo una reunión impostergable. Luego hablaremos —dijo, y salió del departamento dando un portazo.

Dakota se sentó en la orilla de la cama, con la mirada perdida.¿“Amante”? , “Perversa”, “El hijo de otro”¿Cómo podía pensar así de ella después de compartir un año de su vida?

Se levantó lentamente y comenzó a prepararse para ir al trabajo. Un trabajo que Alekos le había conseguido… Ese sería su último día allí. Se había recibido y esperaba poder dedicarse a la contabilidad.

Mientras tanto, Alekos llegó a su oficina con una furia poco habitual en él. No podía pensar en otra cosa.Nunca le perdonaría a Dakota su supuesta traición.Golpeó la mesa con fuerza.

—¡Maldita sea! —exclamó.

Tomó el teléfono y marcó a su asistente.

—Freya, tráigame unos analgésicos. Y suspenda todas las reuniones. Hoy no estoy para nadie.

—Enseguida, señor Ravelli

Más tarde, Dakota se presentó en las oficinas de Alekos. Como era de esperarse, la secretaria le dijo que el señor Ravelli no estaba disponible.

Pero Dakota no pensaba seguir esperando. Sin pedir permiso, se metió a la fuerza en la oficina.

—¡Señor Ravelli, discúlpeme! Le dije que usted no podía recibirla. Voy a llamar a seguridad.

—Déjelo, Freya. Yo me haré cargo.

Alekos se puso de pie.

—¿Qué demonios haces aquí, Dakota?

—No he sido tu amante. Pensé que eras mi novio. Pensaba que…

—¡Basta! —la interrumpió él con frialdad—. No eres tan inocente. Te he dado coche, joyas, ropa. Podías tener lo que quisieras… menos un anillo. Jamás te ofrecí matrimonio. Eres demasiado malvada, Dakota.

—¿¡Malvada!? ¿Cómo puedes decirme eso?

—Si en algún momento creíste que podías atraparme con un hijo no deseado, debiste pensarlo mejor. Pero no te preocupes. Hablaré con Patrick, es un médico estupendo, muy amigo mío… discreto. Se encargará de tu embarazo. Yo pagaré.Ahora márchate. No tengo tiempo para esto.

Dakota regresó a su departamento devastada. Ahora todo cobraba sentido: el hecho de que nunca le presentara a su familia, a sus amigos; los regalos caros, el silencio cuando hablaban del futuro…

¿Y ahora qué haría?Él no quería a ese hijo. Creía que ella solo quería atraparlo. ¿Y Patrick? ¿Para qué quería hablar con un médico?¿Quería que abortara?

Ahora lo veía con claridad: Alekos era un hombre frío y despiadado.

No podía seguir allí.

Tomó una decisión. Tenía que marcharse del departamento. Tenía que terminar con Alekos.

Ella no sacrificaría a su hijo por nada, ni nadie.Se puso de pie con decisión y se dirigió hacia la habitación. Pero en el apuro, tropezó con la alfombra.

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