Mundo ficciónIniciar sesiónLas semanas pasaban y no había novedades de Dakota. Tal vez era una señal de que no debía seguir revolviendo todo.
Esa mañana, Alekos había ido de compras. Al día siguiente partiría rumbo a Grecia, más precisamente a Tesalónica, para celebrar el cumpleaños de su padre. Pero lo más importante era que su padre se retiraba y él asumiría como presidente del imperio empresarial Ravelli. A sus 32 años, había llegado el momento que tanto había esperado. Le había comprado un reloj a su padre y, ya que estaba, una gargantilla para Freya. —Freya, ven por favor —llamó desde su oficina. —¿Alekos, qué necesitas? —preguntó ella al ingresar. —Como sabes, mañana iré a Grecia al cumpleaños de mi padre. También tomaré posesión formal de las empresas. Necesitaré algunos días para conocer bien a fondo la situación, y quiero que vengas conmigo. Necesitaré de tus servicios. Hay secretarias allá, pero me entiendo mejor contigo. —Por supuesto, Alekos. Lo que digas. Prepararé todo. —Toma, te compré esto. Es solo un presente. —Gracias, Alekos —dijo ella mientras abría la pequeña caja. Dentro había unos hermosa gargantilla de esmeraldas—. Es preciosa. Muchas gracias. —Puedes retirarte —respondió él sin más. Sentada en su escritorio, Freya no podía dejar de admirar la gargantilla. Era el momento indicado para poner en marcha su plan. Había decidido grabar un video cuando tuvieran sexo; si Dakota aparecía, se lo mostraría… o tal vez se lo enviaría directamente a su teléfono. Por lo pronto, lo primordial era filmarse con Alekos. Más tarde, cuando la oficina se desocupó, fue al baño. Se puso el collar, un conjunto de lencería sexy, y encima un saco. Golpeó la puerta de la oficina. Alekos estaba absorto frente a la pantalla de la computadora. —Alekos, no puedo darte un obsequio... —No te lo pedí —respondió él sin mirarla. —Lo sé, pero me gustaría darte algo —se acercó lentamente, lo besó apasionadamente, se quitó el saco y se sentó sobre él. Hicieron el amor sobre el escritorio. Tener una amante en la oficina tenía sus ventajas. Más tarde, Freya miraba el video. Se veía perfecto. Lo guardaría bien… ya llegaría el momento de usarlo. En Charlotte, Carolina del Norte, todo marchaba bien para Dakota. Había pintado y preparado lo que sería el dormitorio del bebé. Su embarazo progresaba con normalidad, aunque debía controlar su anemia. Se dedicaba a estudiar y había conseguido que la aceptaran en un hotel para adquirir experiencia. Seguía pensando en Alekos, y de vez en cuando veía noticias suyas en revistas de chismes. Desde que lo había dejado, lo habían relacionado con tres mujeres distintas. Eso le dolía… mucho. No tardó nada en reemplazarla. A veces tenía ganas de llamarlo solo para insultarlo y liberar toda esa rabia acumulada. Tres días después, Alekos se encontraba en Tesalónica. Qué lindo era estar en casa, pensó. Era el cumpleaños de su padre y al evento asistieron celebridades, empresarios y políticos. Esa noche, sin embargo, la situación se le fue de las manos. Todo comenzó con la llegada de Ivone, una supermodelo reconocida a nivel internacional. Era espectacular, y como era de esperar, Alekos la sacó a bailar. En cuanto Stvros Ravelli vio a su hijo bailando con Alexandra, y sonrió. Con algo de suerte, esa sería su futura nuera. Pero esa noche padre e hijo terminaron discutiendo a causa de Alexandra. —Yo no deseo casarme, padre. Debes entenderlo —dijo Alekos con firmeza. —Pero necesitas sentar cabeza, tener un par de hijos. Alexandra es la indicada. No viviré para siempre. Deseo verte casado antes de morir. Alekos no supo qué responder a semejante chantaje emocional. Salió a caminar por la playa, olvidando su teléfono en el camino. En ese momento comenzó a sonar su celular. Freya, que se encontraba en la habitación, vio la pantalla: “Llamada de Ágape mou”. Sin dudarlo, respondió. —Hable —dijo con voz seca. —Con Alekos, por favor. Freya reconoció de inmediato la voz. Estaba segura de que era Dakota. —Está tomando una ducha, aguarde un segundo… Alekos, cariño, tienes una llamada —gritó con perversidad fingida. Luego volvió al teléfono—. ¿Desea dejar un mensaje? No puede atender. —¿Con quién hablo? —Con Freya. ¿Y usted quién es? —Soy Dakota... —Ah, Dakota… Pensamos que no volveríamos a saber de ti. ¿Qué quieres? ¿Más dinero? —¿Quién te creés que sos para hablarme así? ¡Quiero hablar con Alekos! —La mujer de Alekos soy. Siempre lo fui. Tú solo eras una de las remeras de turno… como todas las demás. —Eso es mentira, fui su novia —sollozó Dakota. —¡Eras la trola de turno! Y si no me creés, es tu problema. Pero para que veas que no miento, ahí te mando un regalito. Por cierto, ya te vamos a atrapar. Te estamos esperando en lo de tu abuelo y, si llegás a estar embarazada, a golpes te lo vamos a sacar. Freya cortó la llamada y borró el historial. Dakota no paraba de llorar. Había visto en Internet que Alekos posiblemente se comprometiera con Alexandra Lexus . Y en un ataque de ira, lo había llamado... Escuchaba voces a lo lejos. Sentía un gran dolor en el pecho. Había llorado por horas, hasta que ya no pudo llorar más. Se sentía vacía, completamente ajena al ruido y al ajetreo del hospital. Tumbada en aquella camilla, solo alcanzaba a oír la voz del médico que le pedía que se calmara, que sus nervios no ayudaban a frenar la hemorragia. Las próximas horas eran cruciales para su bebé. —¡Dakota, debes calmarte! —le suplicaba Teresa, su abuela. —Enfermera, vamos a sedarla. No nos queda otra opción —dijo el médico con tono firme. Dakota no podía creer lo que estaba pasando. Alekos tenía una relación con su secretaria. Era cierto. Ella solo había sido una más. Él siempre había estado con su secretaria. Lloró por el hombre que nunca conoció. Lloró por su hijo, a quien posiblemente no llegaría a conocer. Mientras tanto, Freya no podía creer su buena suerte. Justo había atendido la llamada con el celular de Alekos en su poder. Para completar su racha, luego de la discusión de Alekos con su padre, Stravos Ravelli había sufrido un infarto. Alekos se sentía culpable. No había querido ser tan brusco con él. Stravos era un buen hombre. Solo que, tras la muerte de su esposa, había querido cumplir su última voluntad: que su esposo buscara una buena mujer, se casara y no regresara al estilo de vida mujeriego que había tenido antes de conocerla. Pasaron tres meses desde aquel infarto. Stravos ya se encontraba mejor. Alekos había pasado dos meses en Grecia, luego viajó por compromisos empresariales a París y otras ciudades. Freya, durante esos tres meses, había sido su sombra. Cuando Alekos ingresó a su oficina en Nueva York, se dio cuenta de cuánto había extrañado ese lugar. Al mediodía almorzó con Xandro. No había novedades de Dakota. Su abuelo Frank Adams había fallecido un mes antes de un infarto. Dakota no había aparecido a reclamar la propiedad. Frank era dueño de un rancho muy productivo y, por lógica, su única heredera era Dakota Adams, su nieta. Pero parecía que la tierra se la había tragado. —Retira la búsqueda. Debe estar desplumando a algún imbécil. ¡Ya no la buscaré! —exclamó Alekos. —Muy bien, Alekos, como prefieras —respondió Xandro con resignación. Durante cuatro meses había mantenido relaciones con Freya. Era una excelente amante, pero ya notaba que ella tenía otros intereses, algo más formal, y él no estaba dispuesto. —¡Freya, ven a mi oficina! Tenemos que hablar. Ni bien ingresó a la oficina, cerró la puerta con llave. Freya pensó que habría acción. —Siéntate, por favor —dijo Alekos, muy serio. —¿Pasa algo, Alekos? ¿Hice algo que te molestara? —preguntó ella, algo nerviosa. —Hace cuatro meses, en Londres, te dije que llegaría el día en que ya no necesitaría tus servicios. Si la hubiera abofeteado, no le habría dolido tanto. —Entiendo que ya no quieras tener nada conmigo, pero por lo que más quieras, no me despidas. Nunca he hablado con nadie de nosotros. La empresa es enorme, ¿podrías trasladarme a otro sector? —suplicó. Alekos se quedó en silencio. En el fondo, era una excelente empleada. Él no tendría que haber cruzado el límite. La culpa era de Dakota. Si ella no se hubiera marchado, él nunca habría tenido que buscar consuelo en otra parte. Freya lo observaba, expectante. —Está bien —dijo por fin—. No solo no te despediré, además te asignaré un nuevo rol. Tienes los estudios suficientes. A partir de la próxima semana, serás la mano derecha del gerente en nuestras oficinas de París. —Gracias, Alekos —respondió ella conteniendo el alivio. —Ahora retírate —ordenó con firmeza. Freya salió de la oficina sin decir una palabra más. Aquel no era el resultado que esperaba, pero aún estaba cerca… muy cerca.






