Mundo ficciónIniciar sesiónEn la bella Londres comenzaba a anochecer. Había sido un gran día de trabajo: todo había salido según lo que Alekos había planeado, y eso lo dejó satisfecho. Decidió invitar a Freya a cenar.
Estaba hospedado en el Four Seasons Hotel at Ten Trinity Square, donde la comida era exquisita, digna del paladar más exigente. Recordó que Dakota siempre decía que le gustaría conocer Londres. Desechó de inmediato ese pensamiento. ¿Por qué la tenía tan presente? Solo había sido una amante más, y la peor zorra de todas. Le había mentido diciendo que estaba embarazada. Eso era: una zorra. Ese sería su pensamiento recurrente de ahora en adelante. Tomó el teléfono y pidió que lo comunicaran con la habitación de Freya. —¡Hable! —Freya, quiero que me acompañes a cenar esta noche. Te espero a las ocho. Cenaremos en mi habitación. —¡Por supuesto, te veré ahí, Alekos! —respondió ella sin ocultar su entusiasmo. En su habitación, Freya no podía creer su suerte. Empezó a buscar algo que ponerse, pero nada la convencía. Así que decidió salir a comprar algo nuevo. Luego de sus compras, tomó una ducha larga en la tina. Había escogido un vestido corto, ceñido al cuerpo, bien escotado, con lencería de encaje, todo en color rojo. Se recogió el cabello y, al mirarse al espejo, supo que se veía despampanante. A las ocho en punto, como era de esperarse, estaba en la puerta de la habitación de Alekos. Una de las mucamas le abrió y la condujo hasta donde él se encontraba. En cuanto Alekos la vio, supo que Freya estaba dispuesta a todo. ¿Pero acaso eso era lo que él quería? Sí, buscaba entretenerse, distraerse con alguien, además de sus vasos de whisky. Pero Freya era una buena secretaria, y enredarse con ella significaba probablemente tener que prescindir de sus servicios más adelante. —Toma asiento, Freya —le dijo mientras le corría la silla. Luego se sentó frente a ella—. Espero que no te moleste cenar aquí. Creí que sería más discreto. Ella sonrió. Aquello era todo lo que había deseado en los últimos tres años, desde que comenzó a trabajar con él, aunque en realidad llevaba más tiempo en la empresa. —Me parece el lugar indicado, Alekos. Mucho más íntimo —dijo, mientras se mordía el labio inferior. Había esperado esa oportunidad durante tres años. Alekos era apuesto, rico... el hombre ideal. Durante los primeros dos años de trabajo, él había cambiado de mujer cada tres meses. Siempre una distinta. Pero el último año se había liado con una niña tonta, Dakota. No pertenecía a su círculo social, pero aun así logró retenerlo durante todo un año. Esta vez, Freya no pensaba perder la oportunidad. Y si bien no sabía por qué Dakota se había marchado, haría lo posible por impedir que él volviera con ella. La velada fue más amena de lo que Alekos esperaba. La conversación fluyó entre negocios, política y arte. Freya era más culta de lo que él recordaba. —Freya —dijo de pronto, serio—, sabes que si pasa algo entre nosotros será sin compromiso. Cuando yo quiera, sin promesas, sin amor. Y si fuera necesario, dejarías de trabajar para mí. Ella sonrió, aunque no era exactamente lo que esperaba. Pero tenía claro que eso podría cambiar. —¿Alekos, y quién dijo que yo busco amor? —respondió, mientras se inclinaba hacia él y lo besaba apasionadamente. Lo tomó de la mano, lo condujo hasta la cama y comenzó a desabotonarle la camisa mientras lo seguía besando. Luego se puso de pie y se bajó el vestido lentamente. Alekos tuvo que admitir que su secretaria estaba bien proporcionada: un trasero firme, pechos generosos. Freya se arrodilló frente a él y comenzó a desabrochar su cremallera, decidida a dejar una impresión que él no olvidara.






