Mundo ficciónIniciar sesiónAl otro lado del Atlántico, Dakota llegaba tras conducir doce horas a la casa de Teresa. Era una mañana preciosa. En cuanto escuchó el ruido de un coche acercándose, Teresa salió al porche. Reconoció enseguida el auto de su pequeña —como la llamaba con cariño— volvía a casa.
Teresa, una mujer de sesenta años, viuda desde hacía cinco tras perder a su amado esposo Charles a causa de una enfermedad mortal, no había tenido hijos. La única familia que le quedaba era su pequeña, su niña del alma. Apenas bajó del coche, Dakota corrió a abrazarla. —Mi niña... qué bueno es tenerte aquí —susurró Teresa conmovida. Dakota rompió en llanto—. Ay, abuela... si supieras... —sollozó sin poder contener tanto dolor acumulado. —Mi niña, tranquila, me estás asustando. Ven, vamos adentro, te haré un té de hierbas. Eso te va a calmar los nervios. Ambas entraron en la cocina. Teresa se movía con agilidad preparando el té, como si el tiempo no pasara por ella. Le sirvió la taza caliente y se sentó frente a ella con una mirada serena y maternal. —Ahora sí, cuéntame todo, mi niña. —Estoy embarazada, abuela... y Alekos no quiere saber nada del bebé —respondió Dakota, desmoronándose de nuevo. Tras horas de charla entre lágrimas y palabras de consuelo, Teresa la acompañó a su habitación. —Solo me quedaré un par de días, abuela... necesito pensar, luego me iré —dijo Dakota, cabizbaja. —Tú no te vas a ningún lado —replicó Teresa, firme—. Esta es tu casa. Si ese sinvergüenza no quiere hacerse cargo, aquí estoy yo para ayudarte y cuidar de ustedes dos. No sueñes con que te dejaré ir. Dakota se acostó completamente agotada. Cayó en un sueño profundo sin tiempo ni fuerzas para pensar. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, en la ciudad de Londres, Alekos despertaba tras una noche de lujuria. Para su sorpresa, Freya no estaba en la habitación. Sonrió para sí mismo.—Es un buen comienzo —murmuró con tono burlón. Freya, por su parte, se encontraba en su dormitorio, tomando decisiones. Había llegado a una conclusión: le daría a Alekos la impresión de que no quería nada serio, solo sexo sin compromiso. Cuando él bajara la guardia, “accidentalmente” quedaría embarazada. Su primer objetivo, sin embargo, era eliminar por completo cualquier rastro de Dakota de la vida de Alekos. Tomó el teléfono y lo llamó. —Buenos días, Alekos. Solo quería avisarte que llegaron unos documentos importantes. Ya los imprimí y revisé. A mediodía tenés una videoconferencia con Victor Korshenev por la compra de las parcelas. —Gracias, Freya. Pideme el desayuno y traéme los documentos. —Y cortó. —Así debería ser la vida... solo follar, sin romance ni compromiso —dijo él para sí mismo, sonriendo mientras se afeitaba frente al espejo. El resto del viaje transcurrió sin contratiempos. Esa misma noche, regresarían a Nueva York. Allí lo esperaba Xandro, su jefe de seguridad, con toda la información que había reunido sobre Dakota. Aún no la había localizado, pero no sería difícil solo tenía un familiar. Bastaría con montar guardia o intervenir el teléfono para encontrarla en pocos días. Partieron rumbo al aeropuerto, donde los aguardaba el jet privado del Grupo Ravelli. El vuelo fue tranquilo, sin sobresaltos. A mitad del trayecto, Alekos decidió tener un “momento privado” con Freya en el baño del avión. Fue algo tan evidente que incluso la azafata lo notó. Dakota había dormido durante veinticuatro horas. Estaba agotada, física y emocionalmente. Teresa, su abuela adoptiva, estaba tan preocupada que había llamado al médico. Solo se tranquilizó cuando este, con tono relajado, le dijo: —¿Quieres que la pinche, mujer? Verás que en dos segundos abre los ojos. —Está bien, te creo —respondió Teresa, suspirando—. Ven, dejémosla dormir, te prepararé un café. Cuando Dakota finalmente despertó y Teresa le contó que había llamado al médico, ambas rompieron en carcajadas. —Lo siento, abuela… no quería preocuparte, pero estaba tan cansada... —Lo sé, cariño. ¿Cómo te sientes ahora? —Mejor. Ahora solo tengo que decidir qué haré con mi vida. —¿Vas a tener al bebé? —preguntó Teresa con suavidad, deseando que la respuesta fuera afirmativa. —Claro que sí, abuela. Es mi hijo… o hija. Y aunque él no me ame, es el hijo del único hombre que yo he amado… que aún amo. Si él no nos quiere en su vida, yo sí quiero conservar el fruto de esa relación. —Mi niña, todo va a salir bien. Aquí está tu abuela para apoyarte, eres mi unica familia. Dios no me dio hijos pero si un esposo maravilloso con una pequeña a la que ame como a mi hija y ella me dio un regalo precioso. Quiero que te quedes conmigo. Ya lo veo corriendo por todo el jardín... Dakota sonrió. Sí, se quedaría ahí. Su hijo crecería en ese lugar, rodeado de amor y tranquilidad. Apenas puso un pie en Nueva York, Alekos se reunió con Xandro. Ya había ordenado que montaran guardia en la casa del abuelo de Dakota. En cuanto ella apareciera, la orden era clara: traerla de vuelta. —Quiero que la traigan, si es necesario por la fuerza. ¡La quiero aquí, Xandro! —Eso es secuestro, Alekos. No soy un mafioso. ¿Qué fue lo que hizo para que me pidas semejante cosa? —Se burló de mí. Y eso no lo tolero —gruñó Alekos, lleno de rabia. Luego le confesó que Dakota le había mentido con el embarazo, y que incluso había considerado casarse con ella. —Entiendo... pero tal vez deberías dejarlo por la paz. Después de todo, ya salió de tu vida —le sugirió Xandro. — A no ser que ya tenga un idiota para desplumar, tiene que ir con su abuelo, es la única familia que tiene, por lo que se sus padres eran hijos únicos y su madre era huérfana... Lo que Alekos ignoraba era que Freya estaba escuchando atentamente detrás de la puerta. No podía creer lo que oía. Dakota se había marchado… esa era su oportunidad. Tenía que dar con ella antes que Alekos. No podían volver a verse. Y ya tenía un plan. Solo debía ponerlo en marcha. En algún rincón de Charlotte, Dakota conversaba con Teresa. —Debería conseguir un trabajo de medio tiempo… mientras termino mis prácticas para obtener mi certificación. —No creo que puedas trabajar mucho tiempo, pronto comenzará a notarse el embarazo. Tengo unos ahorros y mi pensión. Estaremos bien —le respondió Teresa con ternura. —Por supuesto que no, abuela. Tengo algo de dinero, puedo vender mi coche o incluso unas joyas. No creo que me den mucho, pero nos alcanzará por un tiempo. Ya lo he decidido; venderé las joyas. Aunque le dolía desprenderse de los regalos que Alekos le había hecho, sabía que no volvería a usarlos. Al día siguiente fueron a una joyería. Lo primero que decidió vender fue el reloj que Alekos le había regalado por terminar la universidad. Cuando el dueño de la joyería le dijo cuánto podía pagarle por el, Dakota se quedó atónita. No podía creer que valiera tanto. ¿En qué estaría pensando Alekos cuando lo compró? Sabía que le iba bien, pero aquello era un verdadero derroche. —Con esto podremos vivir bien, abuela, al menos por un tiempo. Prepararemos todo para el bebé. Más adelante venderemos el resto. —Deberíamos guardarlas bien… se ven muy costosas —respondió Teresa con prudencia.






