capitulo 4

La oscuridad pareció envolverlo todo de golpe. Dakota yacía en el suelo, desorientada, con la vista borrosa y un agudo dolor punzante en la cabeza. No comprendía del todo lo que había ocurrido, pero al intentar moverse, la realidad se impuso con crudeza: se había tropezado con la alfombra y, al caer, su cabeza impactó contra la esquina de la cómoda. Un hilo cálido de sangre descendía lentamente por su oído, confirmando la gravedad del golpe.

—Maldita sea mi suerte… ¿algo más va a pasar hoy? —murmuró con la voz temblorosa.

Con cuidado, logró ponerse de pie. Tomó una toalla y presionó la herida mientras observaba con desagrado el charco de sangre en el piso. Limpió lo mejor que pudo, y una vez que todo estuvo ordenado, comenzó a recoger sus cosas. No podía seguir en esa casa. Si Alekos no la amaba, no tenía sentido permanecer allí. Pero lo que más le angustiaba era otra posibilidad: ¿y si él intentaba buscarla para obligarla a abortar?

Con manos temblorosas, se sentó frente al escritorio y le escribió una carta.

Alekos:Tenías razón, te mentí. Pensé que me pedirías matrimonio en cuanto te contara que estaba embarazada. He decidido no perder más mi tiempo ni mi juventud contigo.Dakota

Sabía que eso sería suficiente para herirlo en su orgullo. Alekos Ravelli era un hombre que no soportaba sentirse burlado, y mucho menos humillado. No la buscaría. Y su hijo estaría a salvo.

Guardó dinero, las joyas, el cubre cama qué ella había comprado en un paseo turístico, dejó la nota sobre la cama y, sin mirar atrás, subió a su coche y se alejó de la ciudad. No tenía un destino claro, solo sabía que necesitaba distancia. No se detendría hasta llegar a otra ciudad.

Mientras tanto, Alekos terminaba su vaso de whisky. Llamó a su chófer para que preparara el coche y luego marcó el número de su amigo Patrick, a quien invitó a cenar. Necesitaba despejar algunas dudas que lo atormentaban desde esa mañana.

Patrick era de las pocas personas en las que confiaba plenamente. Hablar con él le permitiría pensar con más claridad. Aunque una parte de él se negaba a creer que Dakota le hubiera sido infiel, prefería obtener certezas. Quería saber en qué momento exacto se podía determinar la paternidad.

Alekos descendió por el ascensor hasta la planta baja, ya decidido. Le diría a Dakota lo que había resuelto: estaba dispuesto a convertirla en una mujer respetable, en su esposa. Imaginaba la expresión de sorpresa que pondría al escuchar esas palabras.

Durante la cena, Patrick lo felicitó por su futura paternidad. Aunque solo había visto a Dakota en algunas ocasiones, le aseguró que no parecía ser del tipo de mujer capaz de utilizar un embarazo como chantaje. Aun así, comprendía las dudas de su amigo, y le explicó que una vez que se confirmara el estado y tiempo de gestación, se podría determinar cuándo hacer una prueba de ADN.

Tras la cena, Alekos pidió que dejaran primero a Patrick en su casa y luego se dirigieron al departamento de Dakota.

Ella nunca lo supo, pero el departamento en el que vivía le pertenecía a él. Diez meses atrás, cuando la conoció, Dakota vivía en una casa compartida con otras estudiantes. Alekos había comprado ese departamento para ella, pero le había dicho que era de un amigo que necesitaba una casera Ella creyó que era así.

Al llegar, notó desde la calle que las luces estaban apagadas. Subió en el ascensor y abrió la puerta con su propia llave. Todo estaba en penumbras.

—¡Dakota, llegué! —anunció, esperando oír su voz desde alguna habitación.

Pero la respuesta fue el silencio.

Entró al dormitorio. La cama estaba vacía. Algo en el ambiente le dio una mala espina. Y entonces la vio: la nota, apoyada sobre las sábanas.

La tomó con manos tensas. A medida que leía, el rostro se le endurecía.No podía creer lo que estaba leyendo. Su mandíbula se contrajo, y con rabia contenida, murmuró.

—¡Maldita zorra!

Comenzó a revisar los muebles, furioso.Se había llevado todo.Hasta la maldita planta que estaba en el comedor.

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