“En mi otra vida, creí que el amor bastaba. En esta, entenderé que el amor sin justicia es solo destrucción disfrazada.” Tala, una joven loba del clan lunar, regresa en el tiempo con todos los recuerdos de su trágico destino anterior: fue brutalmente asesinada, traicionada por el alfa que amaba y señalada falsamente por la amante de este. En su nueva vida, Tala renace con el poder de curar, matar y un escudo que la hace inmune a los poderes de otros. Con un secreto en su vientre y una sed de justicia templada por el dolor, Tala deberá fingir inocencia mientras planea reescribir su historia… y su destino. “Esta vez, no se arrodillará. Esta vez, cobrará cada deuda. Y hará pagar a todos los que le arrebataron su vida… y a su bebé.”
Leer másLa luna llena brillaba cruel e indiferente sobre el círculo de piedra donde la manada se había reunido. Los rostros de lobos y humanos mezclaban morbo y desprecio. No había compasión, solo expectativa. Algunos llevaban antorchas. Otros, piedras.
En el centro, de rodillas y apenas consciente, estaba Ezra.
Su vientre redondeado temblaba con cada jadeo. Tenía los labios partidos, la mejilla hinchada, y un hilo de sangre bajaba desde su ceja hasta el cuello. Su camisón estaba rasgado, manchado de barro, sangre y saliva. A su alrededor, los susurros eran cuchillos que le cortaban más que las garras de sus verdugos.
La acusación era clara: intento de aborto.
El verdugo: Ruddy, el alfa.
La acusadora: Tania, su amante… y la verdadera autora de la mentira que le costaría la vida a la esposa del alfa, Ezra.
—¡Mírenla! —gritó Tania, con lágrimas falsas corriendo por sus mejillas perfectas—. Yo confié en ella. Le dije que me dolía… ¡y ella me dio las hierbas! Dijo que calmarían el dolor, ¡pero me mataron a mi cachorro!
Una exclamación de horror recorrió la multitud. Ezra alzó el rostro como pudo.
—¡Mentira! —su voz era áspera, como si le hubieran arrancado la garganta—. Yo no… no sabía qué te pasaba. Nunca te di ninguna hierba. Jamás te daría algo así. ¡Jamás haría daño a un cachorro!
Los ojos de Ruddy la atravesaron como puñales. No eran los ojos del hombre que una vez la sostuvo entre sus brazos. Eran los de un juez que ya había dictado sentencia.
—Tu envidia la cegó —escupió él—. Sabías que ella me daría un heredero. Y tú… tú solo sirves para lavar heridas y calentar camas.
Ezra sintió un escalofrío que le heló hasta el alma. Él sabía. Él siempre supo que lo amaba. Pero lo negó. Por ella. Por esa serpiente vestida de loba que ahora la miraba con arrogancia, con una sonrisa torcida que escondía siglos de veneno.
Un miembro de la guardia la levantó a la fuerza. Otro le escupió en el rostro. Sintió la vergüenza, la impotencia, el miedo creciendo como fuego dentro de ella. No por ella. Por el pequeño ser indefenso que aún latía en su vientre. No podía permitir que le sucediera nada, no podía permitir que terminara así. Así no.
—Por favor… —susurró—. No por mi hijo…
Pero la palabra hijo encendió la rabia de Ruddy como una chispa en pólvora.
—¡Tu bastardo no es de sangre noble! ¡No lo reconoceré! —bramó, transformándose parcialmente. Las garras emergieron de sus dedos, su rostro se contorsionó, medio humano, medio bestia.
—Ruddy, como puedes decir eso, ¡es tu hijo! —Jadeó Ezra sintiendo la impotencia recurriendo por su cuerpo, no podía creer que el hombre que amo por tanto tiempo, ese que la hacía sentir como su lugar seguro ahora estaba diciendo eso sobre su hijo.
Y entonces empezó la masacre.
Los golpes no venían de uno solo. Eran todos. Uno a uno, se turnaban. La arrastraron por el barro. Le arrancaron la ropa. La patearon mientras estaba en el suelo. Alguien la mordió en el hombro. Otro le pisó el vientre. Todos estaban ahí juzgándola sin ser escuchada.
Y ella, sangrando, moribunda, solo podía cubrir su abdomen con las manos y murmurar.
—Resiste, pequeño… mamá está aquí… mamá está aquí… Todo estará bien… mamá te protege…
Una mujer gritó entre la multitud. Una anciana.
—¡Deténganse m******s, es una embarazada! ¡Esto es inhumano! ¡La luna nunca le perdonará esto!
Pero nadie la escuchó. O no quisieron.
Tania, entre tanto, lloraba sobre el pecho de Ruddy… fingiendo dolor, mientras sus ojos brillaban de placer. Sus dedos acariciaban el pecho del alfa como si le estuviera agradeciendo por eliminar a una molestia más.
Finalmente, un lobo en forma completa la tomó entre los dientes por la pierna y la arrojó contra una piedra.
Ezra sintió que el mundo se partía.
El dolor fue absoluto.
Y luego, silencio.
Ruddy se le acercó. Se arrodilló junto a su cuerpo agonizante. Le levantó la barbilla con desprecio.
—Tu existencia fue un error. Solo serviste para servir… y ni eso hiciste bien.
Último pensamiento antes de morir:
“Todos me juzgaron sin razón, todos creyeron en mentiras. No me escucharon. Pero cuando la luna me dé otra oportunidad, esta loba no volverá a suplicar y los haré pagar a todos los que me humillaron y le hicieron daño a mi bebé”
La oscuridad la abrazó como una madre triste. Y todo desapareció.
Era un lugar sin tiempo. Sin frío ni calor. Sin dolor… pero tampoco consuelo. Solo oscuridad. Solo vacío.
Hasta que una luz plateada empezó a dibujarse frente a ella. Una figura femenina emergió. No tenía rostro, pero su voz era la de todas las madres del mundo juntas.
—Hija de la Luna. No ha llegado tu final.
Ezra, o lo que quedaba de ella, flotaba. No tenía cuerpo, pero sentía. Emoción. Rabia. Amor… y sobre todo, una sed ardiente de justicia.
—¿Quién eres?
—Soy quien te vio nacer bajo la noche en la que los astros callaron. Fuiste traicionada. No por el destino, sino por quienes no merecían tu lealtad.
La figura le mostró escenas: Tania preparando el veneno ella misma. Manipulando las hierbas. Ensayando su llanto frente al espejo. Buscando una forma de deshacerse de Ezra y su hijo.
También le mostró a Ruddy. Dubitativo, sí… pero dispuesto a creer lo que más le convenía. Nunca la defendió.
Nunca lo haría.
—¿Por qué yo? —preguntó Ezra—. ¿Por qué me diste esta vida?
—Porque el alma de Tala debía renacer en el dolor. Solo el fuego templa el acero que romperá las cadenas. Solo quien ha sido quebrada podrá destruir lo que está podrido desde dentro.
Y por primera vez, escuchó su verdadero nombre.
Tala.
La princesa loba.
La hija olvidada.
La heredera de una sangre más antigua que el mismo Ruddy.
Frase mística:
“Tala… hija de la tierra y la luna. El dolor no fue tu fin, sino tu llamado.”
Entonces, un haz de luz cruzó la oscuridad. Y su alma fue arrastrada hacia un nuevo amanecer. Uno donde aún no sería reconocida, donde todo parecería repetirse…
Pero esta vez, recordaría.
Y cuando el momento llegara, la loba dejaría de rogar y empezaría a hacer justicia. Todos lo que la humillaron pagarían.
Al día siguiente Tala se levantó como de costumbre, luego de alistarse bajo a desayunar, ahí estaba Tania con una sonrisa hipócrita, Atala de inmediato recordó la noche anterior, el ritual, las visiones todo. Tania al parecer notó esto y la invitó a desayunar a lo que Tala acepto no muy cómoda.—Toma hermana, escuché que este té es bueno para las embarazadas— dijo Tania ofreciéndole una taza de té a Tala.—No gracias. No tomó té— le respondió Tala, no podía distraerse, cualquier cosa podría arruinarla y en visto que habían cosas que no sucedieron en su vida pasada, debía mantenerse al margen de todo.— Es raro que aún no te has ido—Hermana no puedo volver, mi manada ha sido masacrada, no tengo a nadie, todos están muertos.—Lo sé, y me parece muy raro, ¿como es que sobreviviste?— Tala sabía que todo era una trampa, su manada estaba viva y ella sólo era una infiltrada que había entrado a la manada con esa tonta historia, además como Ruddy la conocía desde pequeña más su poder de manip
El crepúsculo cayó pesado sobre la manada. Las sombras danzaban como presagios oscuros entre los árboles, mientras el círculo ritual comenzaba a dibujarse en el claro más antiguo del bosque. Era un lugar prohibido, sagrado y peligroso. La última vez que se había usado, una loba murió envuelta en llamas.El aire olía a madera quemada y salvia fresca. Los miembros de la manada rodeaban el círculo en silencio, algunos con curiosidad, otros con miedo. Tania estaba vestida con una túnica ceremonial antigua. Tala se presenta al ritual como cualquier otro lobo de la manada. Tania la percata de inmediato y la señala con el dedo.—TúTala la mira con confusión y responde— ¿Yo?—Si tú, necesitamos a alguien en el centro del ritual, ya que han habido algunos inconvenientes contigo, es bueno que te presentes— señala Tania, algunos murmuraron dándose cuenta de la humillación mientras otros le daban la razón.—¿Te sigues basando en mi poder para lograr tus cometidos cada que tienes una oportunidad
La plaza central estaba viva. Lobos en forma humana se reunían para entrenamientos conjuntos, reuniones sociales o simplemente para respirar el mismo aire bajo la luna creciente. Tala pasaba desapercibida, o al menos eso parecía. Caminaba con la espalda recta, la mirada serena, pero por dentro, el peso de cada murmullo reciente le roía el pecho como garras afiladas.Desde que sanó públicamente al guerrero herido, los ojos ya no la miraban igual. Los más antiguos la observaban con una mezcla de respeto cauteloso; los más jóvenes, con miedo disfrazado de duda.—Dicen que puede matar con ese mismo poder —murmuró una loba adolescente a su amiga.—Eso no puede ser verdad… ¿o sí?— Claro, dicen que es una mezcla por el poder de sus padres, que loco, ¿imaginas que llegara a enojarse o salirse de control?—Tienes razón, a pesar de ser la esposa del alfa, hay que tener mucho cuidado con ella.Tala las escuchó sin detenerse. No era la primera vez que lo decían. No sería la última. Pero esta vez
El amanecer llegó con un aire húmedo y denso. Tala se despertó con una punzada en el estómago, no de hambre… sino de náuseas. Se sentó en el borde del lecho improvisado, respirando hondo. Las visiones de su vida pasada habían sido tan intensas esa noche que se sintió agotada antes incluso de comenzar el día.Había evitado pensar demasiado en los cambios físicos que empezaba a notar. Pero ya no podía negarlo. Las náuseas, el olfato más agudo, la forma en que su piel parecía más sensible al tacto… su cuerpo hablaba claro: estaba embarazada.Y lo estaba desde antes de volver al pasado.Se incorporó lentamente. No era el momento de mostrar debilidad. No ahora, no cuando estaba rodeada de lobos que aún no sabían lo que podía llegar a ser. Ni siquiera Ruddy.Al salir, encontró a Liora esperándola cerca de los árboles. “Te ves un poco pálida”, comentó, con tono suave. Tala esbozó una sonrisa forzada.—Solo es el calor —mintió.—Si necesitas descansar, puedo cubrirte —ofreció con sinceridad.
El sol aún no tocaba del todo los árboles cuando un aullido desgarrador sacudió la calma de la mañana. Tala ya estaba despierta, como casi siempre desde que había vuelto. Estaba sentada sobre una roca frente al lago, con los pies descalzos hundidos en el agua, tratando de calmar su mente, cuando el llamado llegó a sus oídos. Un grupo de jóvenes lobos regresaba de un entrenamiento cuando uno de ellos, el más impulsivo, desvió el rumbo por el acantilado. Fue allí donde sucedió. Un lobo enemigo, de una manada exiliada, los había emboscado. Cuando lo trajeron de vuelta, sangraba por el pecho, y su pelaje estaba enredado con espinas y tierra.—¡Busquen a Tala! —gritó una loba joven—. ¡Javin está muriendo!Ella no lo dudó. Corrió descalza, sin preocuparse por las miradas, sin pedir permiso. El cuerpo de Javin yacía en el suelo, los ojos entrecerrados, la respiración cortada. Un grupo se reunió alrededor de él, entre ellos Ruddy.Tala no esperó instrucciones, se arrodilló a su lado, colocó a
“Esta vez, miraré sus dientes.”El aire estaba tenso desde el amanecer. La llegada de Tania a la manada había removido recuerdos, miedos… y rabia. Pero Tala se había prometido algo: no mostrar debilidad. No esta vez.En el comedor, los miembros de la manada iban y venían. Las charlas eran disimuladas, pero sus miradas no. Todos observaban a Tala. Esperaban que se quebrara, como lo había hecho antes. Su esposo había traído a otra mujer a la manada y aunque por ahora no lo confirmaba la manera en la que lo consentía decía más de lo que él había dicho, no era solo una amiga. Pero Tala sonreía. Esa sonrisa nueva, serena y firme, incomodaba.Tania lo notó primero.—¿Te pasa algo, Tala? —preguntó, con esa dulzura venenosa que envenenaba hasta el aire.Tala alzó la vista, sin perder la calma.—¿Debería pasarme algo? —respondió con genuina inocencia, aunque sus ojos decían otra cosa.Tania ladeó la cabeza, estudiándola. No, esta no era la misma chica ingenua de la que le habían hablado. Había
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