Capítulo 6- Un secreto a medias

El amanecer llegó con un aire húmedo y denso. Tala se despertó con una punzada en el estómago, no de hambre… sino de náuseas. Se sentó en el borde del lecho improvisado, respirando hondo. Las visiones de su vida pasada habían sido tan intensas esa noche que se sintió agotada antes incluso de comenzar el día.

Había evitado pensar demasiado en los cambios físicos que empezaba a notar. Pero ya no podía negarlo. Las náuseas, el olfato más agudo, la forma en que su piel parecía más sensible al tacto… su cuerpo hablaba claro: estaba embarazada.

Y lo estaba desde antes de volver al pasado.

Se incorporó lentamente. No era el momento de mostrar debilidad. No ahora, no cuando estaba rodeada de lobos que aún no sabían lo que podía llegar a ser. Ni siquiera Ruddy.

Al salir, encontró a Liora esperándola cerca de los árboles. “Te ves un poco pálida”, comentó, con tono suave. Tala esbozó una sonrisa forzada.

—Solo es el calor —mintió.

—Si necesitas descansar, puedo cubrirte —ofreció con sinceridad.

Tala negó con la cabeza. —Estoy bien.

Pero no lo estaba. No completamente.

Durante el entrenamiento de la mañana, Tala sintió cómo sus movimientos eran menos precisos. Los ejercicios de combate y resistencia la dejaban sin aliento más rápido que antes. Algunos lo atribuían a la intensidad del día anterior, pero no todos eran tan ingenuos.

Mientras se alejaba para beber agua, sintió la presencia de alguien acercándose en silencio. Un anciano lobo, de pelaje gris moteado y ojos color miel, la observó detenidamente.

—La luna te bendice de nuevo, niña de dos lunas —dijo en voz baja.

Tala lo miró, desconcertada.

—¿Perdón?

Él sonrió, como si la viera por dentro.

—Puedo sentirlo. Esa vida diminuta latiendo en ti. No temas. Los dones que crecen con el amor son más fuertes que cualquier amenaza.

Ella no respondió. Solo tragó saliva y asintió, en un silencio agradecido. El anciano se retiró con calma, como si no hubiera dicho nada extraordinario.

Más tarde, ese mismo anciano se encontró con Ruddy cerca del río, mientras supervisaban la vigilancia del territorio.

—Felicidades, muchacho. Esa loba tiene fuego y luna en su vientre. No hay bendición mayor que un hijo —dijo, dándole una palmada en la espalda.

Ruddy frunció el ceño. —¿Qué?

—Tala —aclaró el anciano, sin captar la confusión—. No sabía que ya lo sabías.

El alfa se quedó quieto. El mundo pareció detenerse por un segundo.

—No lo sabía —murmuró. El anciano lo miró con confusión “¿como no lo sabía?”

Ruddy La buscó de inmediato. La encontró en el claro del bosque, practicando sola. Su concentración se rompió al sentir su presencia.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó sin rodeos.

Ella lo miró con una calma inquietante.

—¿Y qué querías que te dijera?

—Que estás embarazada.

Tala se queda paralizada, como lo sabe, ¿No sirve el escudo? Ahora que podía decir si ya lo sabía, no podía negarlo, era bastante evidente, pronto todos se darían cuenta y si lo ocultaba podían pensar que era una adúltera y podían condenarla. No podía dejar que eso pasara, su fin no podía llegar así.

— No lo sabía fingió— apenas lo noté por los malestares. He estado muy ocupada con todo y no he tenido tiempo de escuchar mi cuerpo.

—¿Es mío?— pregunto Ruddy desconfiado con esto último que ella dijo.

Tala sostuvo su mirada. Podía mentir. Podía decir la verdad. Pero en esta vida, había aprendido que el silencio era a veces más poderoso.

—No importa de quién sea —respondió—. Este hijo no te necesita.

Ruddy dio un paso atrás, como si sus palabras fueran cuchillas.

—Me fuiste infiel, ¡Como puedes decir que no importa de quién sea! ¡Acaso no es mio!— dijo sujetándola por ambos brazos obligándola a mirarlo a la cara.

Instintivamente ella se suelta de este agarre y comenta— Te estás escuchando, si este es tu comportamiento y apenas te enteras que estoy embarazada no quiero imaginarme en el futuro. Desearía que este hijo no fuera tuyo.

—¿Te avergüenzas?

—Me protejo.

Y con eso, se dio la vuelta y lo dejó ahí, con más preguntas que respuestas.

Tania, mientras tanto, ya había olido la noticia. Aunque aún no se había anunciado oficialmente, la manada era un río de murmullos. No podía permitirse que ese niño naciera no aún, aún no había tenido relaciones con el alfa y necesitaba que su plan saliera perfecto.

—Un hijo que puede curar y matar —susurró a una joven loba, con el tono envenenado de quien quiere parecer preocupada—. ¿Y si hereda lo peor de ella?

Esa frase bastó para encender la chispa. Algunos empezaron a comentar en voz baja, mirar a Tala con recelo, preguntarse si el poder que crecía en su vientre era un milagro… o una amenaza.

Esa noche, Tala se sentó junto a Liora en la cima de la colina. El viento traía consigo el olor de los pinos y la humedad de la tierra. Liora le ofreció un trozo de pan seco.

—Solo tengo una duda, ¿Cómo es que el alfa no lo sabía?, o es muy tonto como para no oler a su propio cachorro o— se detuvo un momento pensando si debía hacer la siguiente pregunta, detuvo todos modos no se detuvo y prosiguió—¿Es de él?

Tala la miró, sin necesidad de fingir.

—No me preguntes eso.

—Está bien. Solo quería saber si estás bien.

—Estoy… aprendiendo a estarlo. En mi otra vida, este hijo fue el comienzo del fin. Pero esta vez no lo veré así. No es un castigo. Es una nueva oportunidad.

Liora le tocó la mano, apretándola con suavidad.

—Entonces harás lo correcto. Lo sé.

Ya sola, Tala se recostó entre las raíces de un árbol. La luna brillaba sobre ella, como si también vigilara su promesa. Se acarició el vientre, apenas abultado aún. Su poder seguía allí, latiendo en ella y en lo que estaba por venir.

“En mi otra vida morí con él dentro de mí. En esta… viviré para protegerlo.”

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