La luz se colaba a través de las cortinas con una suavidad engañosa. Tala abrió los ojos lentamente, sintiendo que su cuerpo no le pertenecía del todo. Una pesadez inusual le oprimía el pecho, como si una sombra invisible se hubiese acurrucado sobre su corazón durante la noche.
Se llevó una mano al cuello con un gesto casi automático. Sus dedos tocaron el dije, colgando sereno en medio de su pecho. El metal estaba tibio. No caliente como cuando se ha estado expuesto al sol, sino tibio como si algo dentro de él estuviera… vivo.
Lo observó durante unos segundos. El diseño antiguo, las pequeñas runas apenas visibles alrededor de la piedra central. ¿Siempre había brillado de ese modo? Tal vez no lo había notado antes. Tal vez no quería notarlo.
Un sonido la sacó de su ensimismamiento. Era la puerta. Ruddy entró con paso lento, como si temiera despertarla. Al verla despierta, esbozó una sonrisa—una de esas que usaba antes, cuando fingía que todo estaba bien entre ellos.
—Dormiste como una