Capítulo 31- El séptimo día

El viento arrastraba un olor a tormenta cuando la puerta de la casa matrimonial se abrió con un chirrido lento.

Tania entró con paso medido, envuelta en una capa color vino que contrastaba con su piel pálida. A cada paso, sus tacones resonaban contra el mármol, marcando el compás de una serpiente que sabía muy bien cómo deslizarse sin ser oída.

Las criadas bajaron la cabeza al verla. Algunas fingieron estar ocupadas, otras simplemente se alejaron con miedo. Nadie olvidaba lo que había pasado la última vez que Tania había pisado esa casa.

—Qué silencio más triste —murmuró ella, dejando los guantes sobre la mesa—. Esta casa parece… vacía.

Su mirada se paseó por cada rincón como si buscara algo que ya sabía perdido. Luego, sonrió con esa dulzura envenenada que usaba solo cuando iba a atacar.

—¿Y Tala? —preguntó con fingida curiosidad.

—La señora está en la cabaña del bosque —respondió una de las sirvientas, bajando la voz—. Aún se está recuperando.

Tania chasqueó la lengua, fingiendo pre
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