El crepúsculo cayó pesado sobre la manada. Las sombras danzaban como presagios oscuros entre los árboles, mientras el círculo ritual comenzaba a dibujarse en el claro más antiguo del bosque. Era un lugar prohibido, sagrado y peligroso. La última vez que se había usado, una loba murió envuelta en llamas.
El aire olía a madera quemada y salvia fresca. Los miembros de la manada rodeaban el círculo en silencio, algunos con curiosidad, otros con miedo. Tania estaba vestida con una túnica ceremonial antigua. Tala se presenta al ritual como cualquier otro lobo de la manada. Tania la percata de inmediato y la señala con el dedo. —Tú Tala la mira con confusión y responde— ¿Yo? —Si tú, necesitamos a alguien en el centro del ritual, ya que han habido algunos inconvenientes contigo, es bueno que te presentes— señala Tania, algunos murmuraron dándose cuenta de la humillación mientras otros le daban la razón. —¿Te sigues basando en mi poder para lograr tus cometidos cada que tienes una oportunidad para salirte con la tuya? —No Tala, no me explique, disculpa, el equilibrio de la manada ha sido alterado… y que es deber de todos restablecerlo con armonía y unidad. Tú eres la princesa de los lobos, nos honraría si fueras tú. Tala acepta participar sin objetar, lo que desconcierta a Tania. Ancianos y ciudadanos rodean el círculo de piedra del claro. Algunos murmuran entre sí, otros solo observan. En el centro, Tala permanecía de pie, serena, vestida con una túnica blanca que le llegaba hasta los tobillos. Sus pies descalzos tocaban la tierra húmeda, y podía sentir un leve temblor bajo sus plantas. La luna aún no salía, pero algo ya respondía desde lo profundo de la tierra. Tania, con una sonrisa velada y una mirada brillante de malicia, alzó la voz: —Este ritual no es un castigo, sino una purificación. Que la verdad se manifieste —dijo, alzando las manos. Frente a ella, varios símbolos antiguos habían sido tallados en piedra y hueso. Había ojos abiertos, lunas invertidas y ramas de roble ardiendo con una llama azulada que no consumía. El fuego del juicio. Ruddy observaba desde su sitio como alfa, tenso. No había autorizado del todo este acto, pero había sido convencido por las palabras suaves de Tania y las crecientes dudas sembradas entre los ancianos. “Solo una prueba”, decían. “Si es inocente, no pasará nada.” Tala cerró los ojos y murmuró en voz baja: —Estoy lista. No me arrodillaré. Tania comenzó a recitar un cántico en la lengua antigua de los lobos lunares. A su alrededor, el viento giró en un círculo perfecto. La temperatura bajó de golpe. Tala sintió que sus dedos se entumecían. Unos cristales oscuros emergieron del suelo, bordeando el círculo, como dientes que brotaban de la tierra. Una energía densa descendió como niebla negra. Las llamas del fuego azul se alzaron, rodeándola. Tania utiliza su don de manipulación mental de forma sutil, sembrando imágenes y emociones en Tala para desestabilizarla: recuerdos de su muerte pasada, gritos, traiciones, sangre, pérdida. Entonces comenzaron las visiones. Tala cayó de rodillas, no por debilidad, sino por impacto. Frente a ella, se desplegaron imágenes como espejos rotos: El rostro ensangrentado de su madre, susurrándole algo que no podía entender. Tania besando a Ruddy, con una mueca de desprecio en los ojos. Su propio cuerpo en la cueva, el día de su muerte pasada… pero esta vez, alguien más estaba en la sombra, mirando. ¿Un traidor? El tatuaje de Ruddy. Pero en la visión, ese tatuaje ardía, convirtiéndose en una marca maldita. Su respiración se agitó. Sintió un pinchazo en la espalda, como si algo intentara entrar en su alma. Pero entonces, el escudo despertó. Una onda dorada la envolvió, haciendo estallar uno de los cristales y fracturando el círculo con una luz blanca. El viento comienza a soplar con fuerza, como si la Luna respondiera al poder de ambas. Todos retrocedieron. —¡La energía… está respondiendo a ella! —gritó uno de los ancianos. —¡No! ¡Ella está manipulando el ritual! —acusó Tania, perdiendo la calma por primera vez. —¿O el ritual está mostrando lo que tú no quieres que veamos? —dijo una voz grave entre la multitud. Era el anciano Galrik, uno de los sabios más respetados. Sus ojos estaban clavados en Tania con desconfianza. Tala entra en una especie de trance mientras mantiene la mirada firme. En su visión, aparece su madre, con el mismo escudo protector que ella. Le dice: “El poder no es para defenderte del dolor, sino para recordar quién eres entre las sombras.” Tala ve también a lobos antiguos —líderes de generaciones pasadas— algunos con ojos brillantes que la observan. Uno susurra: “El fuego del alma no se puede limpiar.” Al regresar del trance, Tala está de pie. Sus ojos brillan brevemente con un tono plateado. Su voz sonó clara, casi sobrenatural: —Este no era un ritual de limpieza. Era una emboscada para silenciarme, como lo hicieron con mi madre. Pero el poder que llevo no responde a la oscuridad… responde a la verdad. Una fuerte ráfaga de viento apagó las llamas azules. Los cristales se deshicieron en polvo. La tierra vibró. Entonces, sin previo aviso, la marca lunar de Tala brilló en su frente —algo que nadie había visto antes—. Un símbolo ancestral que significaba: “Elegida por la Luna”. Silencio. Solo se escuchaba el crujido de las ramas, como si el bosque entero se inclinara ante ella. Varios miembros de la manada se arrodillaron. Otros murmuraban entre sí, mirando a Tania con desconfianza. Ruddy apretó los puños, mirando a Tala como si la viera por primera vez. Por dentro, algo le ardía. Orgullo. Miedo. Y una emoción que no quería nombrar. Tania intentó recuperar el control: —¡No se dejen engañar! ¡Esto es una ilusión, una manipulación! Pero nadie la escuchó. La semilla estaba plantada. Nerviosa sin saber qué hacer y con una risa incómoda fingiendo satisfacción dijo— Gracias, hermana. Tu energía está más clara ahora. Pero Tala le responde en voz baja, que solo ella y los cercanos escuchan— No puedes limpiar lo que no está sucio. Algunos ciudadanos la miran con admiración silenciosa. Otros aplauden suavemente, influenciados por la manipulación sutil de Tania. Ruddy, confundido, se mantiene al margen. Está dividido, no sabe si proteger a Tala o apoyar a Tania. El anciano de antes, se acerca a Tala y en voz baja le dice: Hoy resististe. Pero no dejes de escribir lo que recuerdas. La verdad necesita testigos. Esa noche, Tala regresó a su habitación en silencio. Mientras todos murmuraban su nombre y algunos incluso le dejaban ofrendas de flores silvestres, ella encendió una pequeña vela y se percató que en la puerta había una marca tallada que antes no estaba. Una advertencia. Sin pensárselo comenzó a escribir en la libreta vieja que antes estaba en el tronco del árbol. Si no regreso, que esto sirva de prueba. Ya no soy la loba que mataron. Soy la que regresó para terminar lo que comenzó mi madre. Si hoy fue un ritual mañana será una ejecución pero no volveré a morir. Una lágrima rodó por su mejilla. No de tristeza. De furia contenida.