En la secuela de Alfa del Valle, la guerra entre lobos y vampiros recrudece, convirtiéndose en todo un desafío para que Mael y Risa estén juntos, y su sueño construir un hogar y formar una familia. Pero un peligro acecha desde la fortaleza de los vampiros en el norte. Un peligro que ignoran, y que bien podría frustrar todos sus sueños y esperanzas, precipitando sus vidas en un abismo del que es casi imposible escapar. Porque si hay algo que la reina de los vampiros no tolera es la derrota. Los lobos se han atrevido a desafiarla, usurpándole territorios y frustrando todos sus intentos de recuperarlos. Y el principal culpable es ese Alfa joven y temerario. Por eso, la reina de los vampiros decide darle una lección que no olvidará jamás.
Leer más**Esta historia es la continuación de Alfa del Valle**
LIBRO 1
Capítulo 1
El amplio corredor que llevaba al salón de fiestas estaba adornado con primorosas guirnaldas de lunas crecientes entrelazadas con cintas azules y flores blancas, cuyo perfume se mezclaba con una multitud de esencias dulces que sólo hablaban de felicidad.
La mano de madre en la mía era un contacto cálido, tranquilizador. A nuestras espaldas, Milo y Mendel se alinearon con sus compañeras, aguardando con una paciencia que me costaba compartir.
—Mora te matará por esto —comentó Mendel divertido—. Te advirtió que no te casaras sin ella.
—Por supuesto, lo pospondré seis meses sólo para darle gusto —repliqué revoleando los ojos, mientras madre a mi lado reía por lo bajo.
En ese momento se abrieron las puertas del salón en el otro extremo del corredor y no precisé cerrarme para que el mundo a mi alrededor desapareciera, mis ojos cautivados instantáneamente por la figura que se erguía directamente frente a mí. Tras ella aguardaba el sacerdote, que sugiriera acertadamente que su capilla era demasiado pequeña para semejante evento.
Menuda, inmóvil, envuelta de pies a cabeza en un blanco inmaculado como el de la nieve que rodeaba el castillo, Risa alzó la cabeza para mirarme a través del ligero velo que ocultaba su cara, sus manos entrelazadas en torno al ramo de lirios. El vestido ceñía su torso esbelto y se abría en una falda acampanada que ocultaba sus piecitos, las mangas de delicado encaje cubriendo sus brazos hasta sus muñecas. Una diadema de oro blanco y zafiros sostenía el velo y el pesado manto de pieles blancas cubría sus hombros y su espalda hasta el suelo. Hermosa, magnífica, delicada, parecía brillar con luz propia en aquella mañana gris.
Madre me presionó suavemente la mano y echamos a andar con lentitud, su bastón rozando el suelo a cada paso que me acercaba a mi amor, a mi compañera, que en cuestión de minutos al fin llamaría esposa.
Pronto escuchamos los violines desgranando las primeras notas del himno de bodas, que parecían derramarse por el corredor hacia nosotros.
Cuando entramos al salón fui capaz de ver su cara a través del velo, sus ojos fijos en mí, sus labios curvados en esa sonrisa dulce que era la luz de mis días. No advertí ningún rastro de nervios o ansiedad. Toda ella vibraba de felicidad, irradiando una serenidad contagiosa.
Madre me soltó para tenderle la mano. Risa la tomó y la apretó un momento contra su mejilla. En respuesta, madre se llevó la mano de Risa al pecho y la guió a descansar en la mía. Encontré su mirada límpida, radiante, y sonreí con ella al tiempo que madre daba un paso al costado. Milo y Fiona la flanquearon para acompañarla a su trono, ubicado en una tarima de varios centímetros detrás del sacerdote. Mis hermanos y sus compañeras fueron a alinearse tras madre.
Incapaz de apartar mis ojos de los de Risa, que no parecía tener la menor intención de desviar la vista, nos adelantamos juntos hacia el altar. El sacerdote vino a pararse frente a nosotros esperando que nos volviéramos hacia él, nos concedió un momento, abrió su misal, nos concedió otro momento, y acabó aclarándose la garganta para reclamar nuestra atención.
La sonrisa de Risa se acentuó por un instante y al fin nos dignamos a separar nuestras miradas para arrodillarnos en los reclinatorios idénticos. Se suponía que estuvieran ubicados a un metro de distancia, pero tanto Risa como yo nos habíamos negado a estar tan separados en semejante momento.
Así que estaban tan juntos como era posible sin superponerlos, y apenas nos hincamos en los cojines, y mis sobrinas acomodaron nuestros mantos y la voluminosa falda de Risa, volvimos a tomarnos de la mano para enfrentar al sacerdote.
No presté la menor atención a lo que dijo el pobre hombre, perdido en la esencia de Risa, que me envolvía en su alegría, y una sensación inevitable de incredulidad al hallarnos ambos allí, así, rodeados por la completa aceptación de mi familia, a punto de cruzar juntos el umbral más importante de nuestras vidas.
El discreto apretón de la mano de Risa me arrancó de mis divagaciones. Advertí que el sacerdote terminaba de hablar y mis sobrinos se acercaban. Me puse de pie sin soltarla, ayudándola a incorporarse mientras las niñas volvían a acomodar nuestros mantos y la cola del vestido, recibían el ramo de Risa, y los muchachos retiraban los reclinatorios.
Lo que seguía era a la vez lo mejor y lo más sencillo de la ceremonia, porque debíamos pararnos frente a frente, tomarnos las manos, mirarnos a los ojos y pronunciar nuestros votos.
Pero sólo en ese momento advertí un detalle del vestido de novia de Risa que me cerró la garganta de emoción. El encaje blanco, que la cubría desde el corpiño hasta el cuello alto, tenía un hueco en forma de corazón justo por debajo de su clavícula, descubriendo el tatuaje que nos hiciéramos en nuestro compromiso, sólo una semana después de regresar del norte.
Su voz dulce se alzó con una serena firmeza que nunca antes le escuchara en público, rebosante de esa ternura cálida que sólo se permitía conmigo en privado. Alcé la vista al escucharla, perdiéndome en sus palabras y su esencia.
—Yo te elijo, Mael, como mi compañero y esposo —dijo con una sonrisa a flor de labios—. Para ofrecerte mi amor, mi respeto y mi respaldo incondicionales, para compartir contigo los momentos de felicidad y enfrentar a tu lado las tribulaciones. Porque te amo, ahora y siempre, con Dios como testigo y guía.
La respuesta brotó de mis labios sin que me detuviera a pensarlo, sólo a medias consciente de que cada palabra surgía de lo más profundo de mi corazón y que nuestro sueño se estaba haciendo realidad.
—Yo te elijo, Risa, como mi compañera y esposa. Para ofrecerte mi amor, mi respeto y mi respaldo incondicionales, para compartir contigo los momentos de felicidad y enfrentar a tu lado las tribulaciones. Porque te amo, ahora y siempre, con Dios como testigo y guía.
El fin no es éste, por supuesto, pero ya falta poco, porque nos queda un libro más de Risa y Mael.Aunque antes de hablar de eso, quiero decirles por enésima vez GRACIAS!Fueron meses difíciles, con mucho dolor que no me permitía pararme, sentarme, caminar, descansar. Durante más de un mes tenía una única posición, de costado en la cama, en la que la cadera no me hacía ver las estrellas.Y una de las motivaciones más importantes para superar la lesión eran ustedes, siguiendo la historia día a día, pidiendo más. Fue una de las cosas que me hizo decir "BASTA", y mandar a mi cadera a hacer gárgaras. Y se ve que mi cadera entendió que se le habían terminado los 5 minutos de fama, porque empecé a recuperarme. Por eso: ¡GRACIAS!Y ni qué decir del brusco giro en la historia, que lo aguantaron como las lobas de raza que son, aceptando el violento cambio de tono sin mandarme al diablo ♥***Notas de la historia en sí, para que se rían conmigo.*¿Quieren saber con cuánta anticipación planeo mi
Caí al suelo de piedra, golpeándome la cabeza con algún mueble, y me sobrepuse a mi aturdimiento para gatear apresurada hasta donde dejara mi vestido. En la cama, Mael se había erguido para estrechar a Olena en sus brazos, moviéndose más y más rápido.Ignoraba qué acababa de ocurrir, pero no permitiría que nada ni nadie frustrara mis planes. Revolví el vestido para sacar la navaja al mismo tiempo que Olena gemía de placer. Me incorporé de un salto y lo que vi me paralizó donde estaba, los ojos muy abiertos de sorpresa.Porque cuando Olena intentó beber del hombro de Mael, él la aferró por el cuello y la arrancó de su ingle como si fuera una muñeca. Ella le clavó las uñas en las manos que apretaban su garganta, luego le araño los brazos, luego intentó herir sus ojos, boqueando y revolviéndose desesperada, los ojos desorbitados, como un pez fuera del agua.Mi reacción instintiva fue intervenir para defenderlo, pero me contuve, aferrando la hoja con fuerza para que no resbalara entre mis
Me deslicé de puntillas fuera de la alcoba de Eldric, y me permití una sonrisa satisfecha al ver que las rubias de Olena no estaban allí. Las amazonas aún custodiaban las puertas en el corredor, pero no importaba.A mis espaldas, Eldric seguía roncando como si nada.Mejor. Que no muriera tan rápido. Ojalá le causara vómitos, cólicos y sangrado intestinal. Se los había ganado con creces. Pensándolo bien, mejor si moría sin alboroto mientras dormía. No fuera cosa que alguien lo escuchara y se asomara a ver qué ocurría. Era una posibilidad, con todo el castillo en ascuas tras la repentina muerte de Kantor.Crucé la sala de estar sin ruido, desnuda como me dejara Eldric, mi vestido hecho un confuso montón entre mis manos. La descripción de Luva me permitió hallar sin dificultad la entrada al pasadizo en la esquina opuesta de la sala. Sólo precisé presionarla para que se abriera con un chasquido apenas audible.Mis ojos de demonio, nunca antes tan útiles, comprobaron que Luva ya había estad
Eldric regresó de un humor de mil demonios, de modo que Olena me envió de regreso a mi habitación.—Yo me encargaré de calmarlo para ti —me dijo con un guiño cómplice—. Procura verte más bonita que nunca antes.No se lo hice repetir y me largué apresurada. A mis espaldas, Eldric clamaba asesinato y traición. Tenía razón con lo de asesinato. ¿Traición? Eso dependía del punto de vista. Y desde el mío, no había traicionado a nadie al matarlo. Más bien al contrario.—¡Mael! —llamé con mi mente tan pronto estuve en mi habitación.Nada.Resoplé exasperada. No era el momento de cerrarse. No a mí.—¡Alfa! —restallé.—Ri… sa…—Sí, mi señor, soy yo.—¿Don… de…?Contuve un grito de pura alegría, porque me había respondido sin que precisara abusar de la voz de mando.—Esta noche iré a verte, mi señor —respondí revolviendo mis vestidos en busca del más provocativo que tuviera—. Y nos largaremos de aquí.
Lo primero que hice fue prepararme un baño, obedeciendo a una urgente necesidad de fregarme y lavarme, porque nunca antes me había sentido tan sucia. Ni siquiera Lars y su hijo me habían resultado tan nauseabundos.—Necesito más ricina —fue lo primero que le dije a Luva cuando tuve oportunidad de hablarle a solas, en susurros como siempre.—Ya. ¿Planeas envenenar a todo el castillo? —bromeó meneando la cabeza divertida.—Sólo uno más.—Y no perderé tiempo preguntando quién. Precisaré dos o tres días.—Cuanto antes mejor —mascullé desviando la vista hacia afuera, el chal tan cerrado sobre mi pecho que me apretaba la garganta.Una amazona trajo a Mael por la tarde. Su expresión al enfrentarme cuando quedamos solos dolió como una puñalada en el pecho. Su mente volvía a despertar gracias a Olena, y no tenía la plata para distorsionar lo que ocurría.Me miró a los ojos como si no me conociera y pasó a mi lado evitando siquiera rozarme para
Tan pronto la hija de Kantor se perdió entre las estanterías para ir a hacer su experimento, dejándome sola, intercambié un frasquito de tónico por el que traía.Me cercioraba que no se notara la diferencia cuando la escuché regresar. La enfrenté alzando un poco las cejas. Su expresión bastó para anticiparme el resultado antes que me mostrara el tubo con líquido verde.—¿Cómo es posible? —inquirió sin ocultar su frustración.—Tal vez sea mi sangre sucia —tercié, y me sorprendí de que mi voz no temblara y hasta sonara normal. Fría, pero normal.—Debe ser eso —masculló, sacudiendo el tubo ceñuda.—¿Puedo ayudarte en algo más, mi señora?Me lanzó una mirada fulgurante y meneó la cabeza. Me incliné en una breve reverencia, di
Último capítulo