El sol aún no tocaba del todo los árboles cuando un aullido desgarrador sacudió la calma de la mañana. Tala ya estaba despierta, como casi siempre desde que había vuelto. Estaba sentada sobre una roca frente al lago, con los pies descalzos hundidos en el agua, tratando de calmar su mente, cuando el llamado llegó a sus oídos. Un grupo de jóvenes lobos regresaba de un entrenamiento cuando uno de ellos, el más impulsivo, desvió el rumbo por el acantilado. Fue allí donde sucedió. Un lobo enemigo, de una manada exiliada, los había emboscado. Cuando lo trajeron de vuelta, sangraba por el pecho, y su pelaje estaba enredado con espinas y tierra.—¡Busquen a Tala! —gritó una loba joven—. ¡Javin está muriendo!Ella no lo dudó. Corrió descalza, sin preocuparse por las miradas, sin pedir permiso. El cuerpo de Javin yacía en el suelo, los ojos entrecerrados, la respiración cortada. Un grupo se reunió alrededor de él, entre ellos Ruddy.Tala no esperó instrucciones, se arrodilló a su lado, colocó a
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