“Esta vez, miraré sus dientes.”
El aire estaba tenso desde el amanecer. La llegada de Tania a la manada había removido recuerdos, miedos… y rabia. Pero Tala se había prometido algo: no mostrar debilidad. No esta vez. En el comedor, los miembros de la manada iban y venían. Las charlas eran disimuladas, pero sus miradas no. Todos observaban a Tala. Esperaban que se quebrara, como lo había hecho antes. Su esposo había traído a otra mujer a la manada y aunque por ahora no lo confirmaba la manera en la que lo consentía decía más de lo que él había dicho, no era solo una amiga. Pero Tala sonreía. Esa sonrisa nueva, serena y firme, incomodaba. Tania lo notó primero. —¿Te pasa algo, Tala? —preguntó, con esa dulzura venenosa que envenenaba hasta el aire. Tala alzó la vista, sin perder la calma. —¿Debería pasarme algo? —respondió con genuina inocencia, aunque sus ojos decían otra cosa. Tania ladeó la cabeza, estudiándola. No, esta no era la misma chica ingenua de la que le habían hablado. Había algo diferente en su manera de mirar, de caminar… de callar. Esta Tala es peligrosa, pensó. Y eso la ponía nerviosa. Las cosas no le saldrían tan fácil como pensaba, debía actuar, pero debía ser discreta. Más tarde Ruddy convocó una reunión en la casa del consejo. Tala fue llamada, pero no se molestó en arreglarse. Vestía sencillo, pero su postura decía autoridad. —Hemos decidido que Tania ocupará un lugar en el consejo temporalmente —anunció Ruddy, sin mirarla. Nadie habló. Solo los ojos de todos se posaron en Tala. —¿Y yo? —preguntó ella. —Tu lugar será… reevaluado —respondió el alfa, con dureza mal disimulada. Tala no respondió de inmediato. Solo se levantó de su silla, con calma. Rodeó la mesa, y se paró frente a Ruddy. Todos contuvieron el aliento. —Lo que decidan sobre mi lugar, lo aceptaré —dijo. Luego, bajó la voz y clavó sus ojos en él—. Pero recuerden: lo que ustedes creen que están eligiendo… tal vez no es lo que realmente necesitan. Y salió de la sala. Tala cruzó el patio, cuando la voz de Ruddy la detuvo. —¿Desde cuándo te volviste tan insolente? —preguntó él, siguiéndola con pasos tensos. —¿Insolente? —repitió ella, girando lentamente—. No, Ruddy. Estoy respondiendo como una loba que aprendió que callar la llevó a la muerte. Él la observó, desconcertado, no entendía exactamente lo que Tala le decía. Esa mujer no era la misma. Había algo más allá de sus palabras. Un fuego contenido, un resentimiento que aún no lograba entender. —¿Qué te pasó? —preguntó él. Tala sonrió, esa sonrisa que decía más de lo que él estaba listo para escuchar. —Viví. Y se fue. Tania observaba a Ruddy desde la ventana. Lo conocía bien, habían compartido desde la infancia algo que ella pensaba que no era del saber de Tala aún. Lo conocía demasiado bien. Y por primera vez en años, lo vio confundido. ¿Desde cuándo Tala podía manipularlo así? ¿Desde cuándo sabía exactamente qué decirle para desarmarlo? —No me gusta esto… —susurró. Esa noche, Tania no pudo dormir. Soñó con Tala… y en su sueño, los ojos de la muchacha brillaban con un poder oscuro que no sabía cómo enfrentar. Al día siguiente la manada tiene prácticas de combate. El entrenamiento era obligatorio. Todos los guerreros de la manada se reunían al amanecer en el claro del bosque para pulir habilidades y reforzar lealtades. Para Tala, era una oportunidad. Era un día especial: los lobos de élite practicarían combates uno a uno frente al Alfa, como parte de una tradición ancestral que fortalecía la jerarquía y mantenía el respeto. Ruddy, erguido con los brazos cruzados, observaba desde una roca elevada. A su lado, Tania se mantenía cercana, demasiado. Su mirada iba y venía entre sus guerreros… hasta detenerse en Tala la cual acababa de llegar, llegó tarde a propósito. —¿Tú también participarás, Tala? —preguntó con una ceja levantada, con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Todos se voltearon a mirarla cuando atravesó el campo. No vestía como guerrera. No llevaba armadura. Solo ropa cómoda y el cabello recogido. Su sola presencia cortó el aire. —¿Hay alguna norma que me lo impida? —respondió ella con serenidad, caminando hasta el círculo sin esperar aprobación. —Creí que ya no participabas en los entrenamientos. —dijo Ruddy con una ceja arqueada. —Tal vez he cambiado de opinión —respondió ella, clavando los ojos en él—. ¿O debo pedir permiso para fortalecerme? Los murmullos se extendieron. Tala rara vez entrenaba en público en la vida anterior. Todos sabían que era buena sanadora… pero no guerrera. Al menos, eso creían. Ruddy asintió con un gesto sutil, conteniendo una sonrisa. Quería verla luchar. Quería que recordara a quién pertenecía. Pero el destino le tenía preparada otra escena. —Yo entrenaré con ella —dijo Tania, abriéndose paso entre los lobos. Llevaba ropa ligera de combate y una sonrisa afilada. —¿Estás segura? —preguntó Ruddy, entre divertido y expectante. —Totalmente —afirmó Tania—. Me servirá para conocer mejor a mi futura manada. —¿Te parece si entrenamos Tala? —preguntó con una sonrisa envenenada. Tala sonrió también. No era burla. Era aceptación. —Claro. Me encantaría. Formaron un círculo a su alrededor. El aire estaba cargado de tensión. Todos sabían que eso no era un simple entrenamiento. Era un enfrentamiento simbólico. Pasado contra presente. Dominación contra evolución. —Bien —dijo Ruddy —Ya conocen las reglas, nada de dientes, nada de colmillos y nada de poderes— dijo esto último mirando a Tala temiendo que ella usara el poder de la muerte en ese momento. —Dicho esto, podemos empezar. El primer golpe vino de Tania. Rápido, técnico, directo a las costillas. Tala lo esquivó por centímetros, girando con una agilidad que arrancó un jadeo colectivo de los espectadores. Contraatacó con una patada en la base de la pierna, obligando a Tania a retroceder dos pasos. Era un combate elegante y silencioso. Ninguna hablaba. Ninguna fingía. No era un duelo de poder, sino de control. Y ambas sabían perfectamente qué estaba en juego: no era el respeto de la manada. Era Ruddy. Tania gruñó. Esta vez no sonrió. Atacó de nuevo, más agresiva. Tala la recibió de frente, bloqueó, giró y la lanzó al suelo… pero no la remató. La dejó incorporarse. —¿Te estás conteniendo? —espetó Tania, furiosa. —¿Y tú no? —respondió Tala, limpiamente. El combate se volvió más físico, más violento. Garras y colmillos amenazaban asomar, pero ambas se mantuvieron en forma humana. Era un duelo de control. De poder. De mensaje. Tala bloqueó un puñetazo y respondió con una llave que casi derriba a Tania, pero esta se liberó con una voltereta rápida. Rodaron por el suelo, se separaron y se observaron. Ambas estaban respirando con fuerza. Ninguna tenía ventaja. Nadie podía declarar una ganadora. Fue un empate. Uno que ardía como derrota en el ego de Tania… y en el orgullo de Ruddy. Tania quiso volver a golpear cuando una voz la detuvo. —Basta —dijo Ruddy, poniéndose de pie. Su voz cortó el aire. Las dos se alejaron. Tania con una sonrisa forzada. Tala con rostro imperturbable. —Eso fue… inesperado —dijo Ruddy, acercándose a Tala. —No sabía que habías mejorado tanto —le dijo, mientras los demás se dispersaban—. Has dominado técnicas que ni siquiera yo manejo del todo. Me impresiona. Tala lo miró de reojo, sin emoción, limpiándose una gota de sudor del cuello. —Hay muchas cosas de mí que aún no conoces —respondió con un tono seco—. Pero no te preocupes. No necesitas conocerlas. Ruddy frunció el ceño. No era la respuesta que esperaba. Su ego sintió el rechazo como un arañazo. —¿Te molesta que te felicite? Tala lo miró a los ojos por fin, con una media sonrisa cargada de verdad. —Me molesta que creas que un elogio tuyo todavía significa algo para mí. —Hermana, como puedes contestarle así a nuestro alfa, el solo está elogiándote y tú te estás comportando toda terca — Interrumpió Tania echándole más leña al fuego pensando que Ruddy tal vez la castigaría. —Tienes talento. Siempre lo tuviste… pero ahora hay algo más en ti. — Dijo Ruddy ignorando por completo lo que decía Tania. Ella lo miró de arriba abajo. —Lástima que no lo notaras cuando más lo necesitaba. Y sin esperar más, se dio la vuelta y se marchó, dejando a todos en silencio. Incluso Tania. “En el pasado amé a un lobo por su sonrisa… esta vez, miraré sus dientes.” Ese día en la noche Tala salió al bosque, buscando aire, buscando calma. La luna se alzaba sobre los árboles, silenciosa. Ella caminó con pasos lentos, mientras su mente se llenaba de recuerdos. Una noche. Solo una. Fue la única que compartió con Ruddy. “Una noche” pensó Tala, había olvidado por completo que en esa noche fue cuando salió embarazada, por lo que ya estaba en estado. Él la buscó justo antes de que Tania regresara. Le juró cosas que no cumplió. Le habló de futuro. Le tocó el vientre, hablándole de cachorros. Y como una tonta, ella creyó. Fue hace poco más de un mes. Desde entonces, no dejó que volviera a tocarla. Acarició su vientre, de nuevo. El retraso era evidente. Su cuerpo, aunque aún no mostraba cambios visibles, lo sabía. Estaba embarazada. Y nadie lo sabía. Ni él. Algo que podía parecer imposible, pero era su escudo, estaba protegiendo a su cachorro hasta de su propio padre, estaba protegiéndolo de una amenaza que aún no era evidente. Ella se detuvo bajo un árbol y cerró los ojos, dejando que la brisa acariciara su rostro. Su corazón latía despacio, sereno. Pero no era paz. Era control. Furia contenida. En mi otra vida, creí que el amor bastaba. En esta, entenderé que el amor sin justicia… es solo destrucción disfrazada.” Y con esa promesa en el pecho, volvió a la manada.