Capítulo 3- La primera grieta

El amanecer filtraba una luz pálida entre las ramas del bosque. A través de la ventana semicircular de piedra, Tala sintió la caricia fría de la brisa matutina en su piel. La silueta de la luna que aún se resistía a retirarse se veía desde su habitación. Ya estaba despierta mucho antes de que los primeros gallos de la aldea cantaran. No por costumbre, sino por estrategia. En su vida pasada, los días comenzaban con ella siendo arrastrada al ritmo de los demás. En esta nueva vida, los marcaría a su paso.

La chica que una vez dormía hasta tarde soñando con un futuro feliz junto al Alfa, ya no existía. Esa Tala murió entre gritos y sangre. Lo que había en su lugar ahora era una mujer que despertaba con un solo pensamiento clavado en el pecho: no volver a ser la víctima de nadie.

Se incorporó sin prisa, con movimientos serenos pero conscientes. Se alisó el cabello, se lavó el rostro en el cuenco de agua junto a la cama y se vistió con una túnica ligera de lino blanco. No necesitaba parecer fuerte. Lo era.

A lo lejos escuchó pasos y voces. Ruddy se preparaba para inspeccionar los límites de la manada, acompañado por los lobos de élite. No la buscó, no le deseó buen día, ni siquiera asomó la cabeza a su cuarto. Tal como en su vida pasada. Siempre tan atento al deber… excepto cuando se trataba de ella.

Cuando bajó a la cocina comunal, los murmullos de los sirvientes se silenciaron. Algunos la observaban con una mezcla de respeto y temor. Ruddy ya se había marchado. Tal como en la vida anterior. Tal como ella recordaba.

Pero esa vez, él no había dicho adiós.

No importaba. No dolía. No más.

En el centro de la gran mesa, una figura la esperaba con una sonrisa que no le alcanzaba a los ojos.

—Buenos días, Tala —dijo Tania con dulzura empalagosa, fingiendo ser una más del lugar. Vestía una túnica azul oscuro y un colgante de obsidiana que brillaba como una advertencia silenciosa—. ¿Dormiste bien? He pedido que prepararan tu infusión favorita. Espero no haber sido demasiado atrevida.

Tala se sentó frente a ella con la gracia de una princesa, pero la mirada firme de una loba alfa. Sirvió un poco de té de hojas silvestres antes de responder.

—Dormí profundamente, gracias. Supongo que estar en casa siempre ayuda.

—Sí, claro. Casa… —repitió Tania, midiendo cada palabra.

-Para alguien que acaba de llegar, te has adaptado rápido a mis gustos —respondió con una sonrisa leve.

Tania bajó la vista, fingiendo modestia.

—Ruddy me habló tanto de ti… Sentí que te conocía incluso antes de llegar.

Tala sostuvo su taza sin beber. En la vida pasada, habría agradecido el gesto. Esta vez, lo diseccionaba como una amenaza envuelta en papel de regalo.

—¿Y qué te dijo exactamente? —preguntó con suavidad.

—Que eras dulce. Discreta. Que no dabas problemas.

—Vaya. Qué retrato tan… conveniente.

El silencio se hizo más denso. Tania frunció el ceño apenas por un segundo. Una grieta. Pequeña. Pero real.

—¿Te pasa algo, Tala? —preguntó, ladeando la cabeza como una niña inocente.

Tala fingió pensarlo.

—Solo tengo un presentimiento. Como si algo que ya viví estuviera repitiéndose… pero esta vez yo supiera cómo termina.

La sonrisa de Tania titubeó.

—Curioso —dijo, bajando la vista al pan que no tocaba—. A veces la intuición puede jugar malas pasadas.

No, bruja. Esta vez no.

Por dentro, Tala sentía las viejas emociones removerse: rabia, traición, dolor. Pero no dejó que salieran. En su lugar, sonrió con tranquilidad.

—¿Y tú? ¿Te acostumbraste de nuevo a la cabaña de huéspedes? —preguntó con un tono que parecía amable, pero cargado de doble filo.

—He estado en lugares peores —respondió, volviendo a clavarle la mirada—. Aunque debo decir que te noto… diferente a cómo me dijeron que eras. Más segura.

—A veces, cuando una tiene que morir para despertar, la seguridad viene por sí sola —dijo Tala, dejando la taza con delicadeza sobre el plato.

Tania se tensó. Tala lo notó. El escudo que la protegía del poder de persuasión de la otra funcionaba. Ya no era vulnerable a su magia, y eso la llenaba de una satisfacción silenciosa. Tala no dijo nada más. Se levantó con elegancia y dejó su taza intacta sobre la mesa. Al salir, Tania alzó la mirada, observándola con una mezcla de alerta y desconfianza.

No es como me dijeron, pensó. Esta Tala… tiene fuego en los ojos.

Horas después, se convocó una reunión en la sala principal del consejo. Ruddy, de regreso, tomó su lugar en el asiento central, flanqueado por los ancianos y jefes de grupo, el gran salón de consejo vibraba con la energía de los líderes reunidos. Tala se sentó en su lugar habitual, al costado de Ruddy. Como esposa del Alfa, debía estar presente, pero nunca había intervenido… hasta hoy.

Tania también estaba ahí. Sentada entre los sabios como si hubiera nacido en esa tierra. Eso no había ocurrido hasta semanas después. Tala lo notó de inmediato. Una jugada adelantada, pensó Tala. Ella también está haciendo cambios.

El anciano Galreth propuso que se reforzaran los controles de entrada a la manada. La idea parecía sensata, hasta que Tania que no tenía aún ningún rango, se atrevió a intervenir diciendo:

—Podríamos emplear lobos jóvenes como vigías. Están deseando probar su lealtad. Sería un honor para ellos.

Algunos líderes asintieron, sorprendidos por su iniciativa. Ruddy sonrió.

Pero entonces, Tala se incorporó levemente en su asiento y habló.

—Con todo respeto —dijo con voz clara—, poner a los jóvenes en la línea de fuego puede parecer honorable, pero también es irresponsable. No debemos confundir entusiasmo con preparación. Esa sugerencia… pondría en riesgo a los más inexpertos.

El salón quedó en silencio. Todos giraron la cabeza hacia ella. Tala rara vez hablaba en las reuniones. Menos aún para contradecir.

Tania parpadeó, sin saber qué decir. Ruddy la miró, entre sorprendido y molesto.

—Tala… nunca habías intervenido en estas decisiones —dijo él, tenso.

Ella lo miró sin miedo.

—Quizá es tiempo de empezar a hacerlo.

—¿Por qué piensas eso? —preguntó uno de los ancianos, curioso, refiriéndose a la contradicción anterior de Tala.

—Porque no se trata de poner a prueba la lealtad. Se trata de proteger a la manada. Exponer a los más jóvenes a un riesgo innecesario puede ser visto como imprudencia… o como una estrategia para reducir números.

La sala quedó en silencio. Ruddy entrecerró los ojos, evaluándola. Tania apretó los labios.

—No quise decirlo así —dijo Tania con una sonrisa forzada.

—Lo sé —respondió Tala con amabilidad falsa—. A veces uno dice cosas sin medir sus consecuencias.

Los murmullos comenzaron. Tala mantuvo la espalda recta, los ojos serenos. No alzó la voz ni hizo un gesto de más. Solo dijo lo necesario. Pero en su interior… temblaba. No de miedo. Sino de una energía que no sentía desde hacía años.

Galreth carraspeó para cambiar el tema. La reunión continuó, pero la atmósfera ya no era la misma. Una grieta más se abría. Esta vez, dentro del Alfa.

Esa noche, Ruddy entró a su habitación sin tocar. Tala estaba sentada en la cama, descalza, peinando su cabello frente al espejo. No se giró al oírlo.

—¿Podemos hablar? —preguntó él, con ese tono autoritario que usaba incluso al pedir permiso.

—Siempre puedes hablar. Pero no siempre obtendrás respuesta —dijo Tala sin mirarlo.

Él la rodeó, poniéndose frente a ella.

—¿Por qué contradijiste a Tania hoy?

—Porque estaba equivocada —respondió simplemente.

—¿Y tú ahora eres consejera? ¿Una líder? ¿Desde cuándo te tomas esas libertades? ¿Desde cuándo contradices a tus mayores delante de todos? —preguntó él, sin rodeos.

—Desde que me cansé de estar callada mientras otros juegan con vidas ajenas. Desde que sus decisiones afectan a los que aún no tienen voz.

—¿Y también contradices a tu pareja? ¿A tu Alfa?

Tala se volvió hacia él con una serenidad cortante.

—¿Estás preguntando si pienso antes de obedecer?

Ruddy frunció el ceño. Dio un paso más, alzando la voz.

—No me gustó cómo lo dijiste. Me dejaste en ridículo.

Tala se quedó en silencio ignorándolo completamente.

—No te reconozco —dijo él, apretando los dientes.

—Porque nunca te diste el tiempo de conocerme.

Sus ojos se encontraron. Por un instante, Ruddy pareció herido. Pero luego dio un paso atrás, orgulloso, frío.

—Cuídate, Tala. No todos tolerarán ese nuevo carácter tuyo.

Ella sonrió con calma.

—No busco que me toleren. Busco justicia.

Ella se levantó. Frente a frente, lo miró con una frialdad que ni él conocía. Ruddy la miró por última vez y se fue, molesto sin entender qué le pasaba. Tal como un niño confundido.. En su vida pasada, esa escena la habría destrozado. Se habría encerrado a llorar, preguntándose qué hizo mal.

—En mi otra vida —pensó Tala mientras contenía el temblor en sus manos—, me habría disculpado. Habría llorado. Habría pensado que lo había arruinado todo.

Pero no ahora.

“En mi otra vida, creí que el amor bastaba.

En esta, entenderé que el amor sin justicia es solo destrucción disfrazada.”

Tala cerró la puerta detrás de él con calma.

Más tarde, sola en la oscuridad, Tala cayó de rodillas frente a la ventana. El bosque dormía. La luna estaba alta, radiante y callada.

Las lágrimas brotaron, no de tristeza, sino de una furia silenciosa. Por su hijo. Por el hijo que nunca llegó a nacer. Por su vida. Por la inocencia que ya no tenía.

—Luna, si aún me escuchas… —susurró—. Dame la fuerza que necesito, no puedo decaer, no ahora.

Y la luna brilló con más fuerza por un instante, como si respondiera. Como si dijera: Estoy contigo.

—Luna… —susurró— no me des más señales. Ya entendí.

Se abrazó a sí misma. El aire era frío. La noche no la consolaba, pero la escuchaba.

—No volveré a perderme.

No volveré a perderlo todo.

Aunque me cueste la vida… esta vez los haré caer a todos.

Y por primera vez desde su renacimiento, sonrió con crueldad.

La guerra había comenzado.

Y esta vez, no habría compasión.

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