La plaza central estaba viva. Lobos en forma humana se reunían para entrenamientos conjuntos, reuniones sociales o simplemente para respirar el mismo aire bajo la luna creciente. Tala pasaba desapercibida, o al menos eso parecía. Caminaba con la espalda recta, la mirada serena, pero por dentro, el peso de cada murmullo reciente le roía el pecho como garras afiladas.
Desde que sanó públicamente al guerrero herido, los ojos ya no la miraban igual. Los más antiguos la observaban con una mezcla de respeto cauteloso; los más jóvenes, con miedo disfrazado de duda. —Dicen que puede matar con ese mismo poder —murmuró una loba adolescente a su amiga. —Eso no puede ser verdad… ¿o sí? — Claro, dicen que es una mezcla por el poder de sus padres, que loco, ¿imaginas que llegara a enojarse o salirse de control? —Tienes razón, a pesar de ser la esposa del alfa, hay que tener mucho cuidado con ella. Tala las escuchó sin detenerse. No era la primera vez que lo decían. No sería la última. Pero esta vez no iba a encogerse, ni fingir debilidad para gustarles. En otro extremo del terreno, Tania se apoyaba en un tronco mientras acariciaba el cuello de Ruddy con una familiaridad que Tala notó desde lejos. Él parecía incómodo, pero no se apartaba. Tania reía suave, como una melodía hipnotizante. —¿Sabes qué me preocupa? —susurró ella—. Esa nueva loba. La que… cura. —Tala —dijo Ruddy, corrigiéndola sin mirarla. —Sí, sí. Tala. —Tania frunció los labios—. Escuché que su poder también puede matar. Ruddy la miró de reojo. —Tala no es nueva, nació en la manada además, esos son solo rumores. —Tal vez… —Tania hizo una pausa—, pero también lo eran las historias de mi padre cuando hablaba del poder de la mente sobre la carne. Y tú sabes lo que ocurrió con él. Ruddy apartó la mirada, incómodo. Tania aprovechó su silencio para deslizar su mano por el brazo de él y apoyar la cabeza en su hombro. Ruddy no la apartó. Tala no dejó que el dolor que le provocó esa imagen cruzara su rostro. No ahora. Esa noche, mientras Tala entrenaba sola en el bosque, un anciano se le acercó. Se llamaba Norek. Un lobo de pelaje gris plata que, en su forma humana, parecía esculpido por los años y la sabiduría. —Sanar… y matar —murmuró él, sin saludar—. La Luna no da dones por capricho, muchacha. Los da a quienes pueden sostenerlos sin volverse monstruos. —Eso intento —respondió Tala, deteniendo su movimiento. —No intentes. Decide. Él se sentó frente a ella. —Cuando era joven, conocí a una loba con poder de controlar el fuego. Todos la temían. No porque fuera peligrosa, sino porque ellos lo serían si tuvieran su don. ¿Lo entiendes? Tala asintió. Esa frase la tocaría más tarde. Los días pasaron. Tania siguió tejiendo sus redes. Hablaba con lobos jóvenes, les sembraba preguntas, dudas, miedos. Les decía cosas como: “Tal vez la Luna se equivocó con Tala. Tal vez le dio ese poder para ponerla a prueba… o castigarnos”. Una tarde, uno de los chicos que escuchó esos rumores intentó enfrentar a Tala. Le bloqueó el paso en medio del bosque. —¿Te crees superior por poder curar? ¿Acaso crees que no notamos cómo nos miras? Tala lo observó con calma. —No soy superior. Pero tampoco me esconderé porque ustedes tengan miedo de algo que no comprenden. El joven la empujó. Su lobo interior rugió. Tala sintió la tentación de defenderse con algo más que palabras, pero Norek tenía razón: si no decidía ahora, los rumores decidirían por ella. Ella lo tocó apenas con los dedos. Un leve resplandor cubrió su brazo. El chico retrocedió, sintiendo algo en su interior que no supo describir: no dolor, sino culpa. Él bajó la cabeza y se fue sin más. Esa noche, Tala soñó. Estaba en una cabaña apartada, soñó con la Tala que fue, golpeada, rota, sangrante. La que rogó y no fue escuchada. La que murió con su bebé en el vientre. Pero esta vez su bebé nació, nació entre el medio de el fuego y la sangre, sus ojos eran blancos de poder, rugido era tan poderoso que los árboles temblaban al escucharlo. En su visión, la Tala del pasado le entregaba una daga hecha de luz. Pero de pronto aparecía Tania, quería arrancárselo de sus brazos. Tala se despierta agitada, toca su vientre, y murmura: “No dejaré que te arrebaten de nuevo.” Se sienta en la cama intentando ordenar sus pensamientos y dice en voz baja. —No basta con recordar. Hay que actuar. Al amanecer, Tala fue al lugar donde las madres lobo cuidaban a sus cachorros. Una loba herida lloraba, su pata rota, su cachorro aún más pequeño que los demás. Nadie sabía cómo ayudar sin causar más dolor. —Permítanme —dijo Tala. Los ojos de todos se fijaron en ella. Algunos dieron un paso atrás. La loba madre dudó, pero asintió. Tala colocó sus manos sobre la herida. Respiró hondo. La energía fluyó, no como fuego, sino como un río. La carne se unió. El hueso se ajustó. El dolor desapareció. La madre lobo no lloraba. Temblaba. Temía que fuera el último momento de su cachorro. —Gracias —susurró, sincera pero temerosa. Tala solo asintió. Al voltear, vio a Ruddy observándola desde lejos. Su mirada era un torbellino de emociones: admiración, duda, deseo, miedo. —Por más que le doy vuelta al asunto, tú poder … no lo comprendo —le dijo cuando se acercó—. Y eso inquieta a muchos. Incluso a mi. —El poder es un reflejo del alma, ya te lo dije —respondió Tala, firme—. Pero te lo vuelvo a repetir, quien teme mi don, teme lo que ellos harían con él. —No digas tonterías, nadie lo teme por las intenciones o los deseos que llevan dentro, lo temen porque tienen miedo que te reveles y nos mates a todos— dijo Ruddy con un perfil serio y manteniendo el tono. — Soy tu esposa, princesa de los lobos de esta manada, su bienestar es mi prioridad, nunca haría nada para dañarlos. —Solo lo digo por— dijo Ruddy cuando fue intervenido por Tala. — No se porque me teme, una orden tuya es hecha,¿Acaso tú poder también no es peligroso si no se usa de la manera debida? Ruddy no replicó. Solo la miró. Y se fue. Esa noche, Tania llegó a su cabaña con una copa de vino. Ruddy estaba allí. Ella se le acercó, más suave que nunca. —¿Aún piensas en ella? Ruddy no contestó. —No eres el único alfa aquí, Ruddy. A veces la manada sigue a quien menos esperas. Ella le rozó los labios con los dedos. —Podrías perder más que tu lugar, si no ves lo que ella es en realidad. Y lo besó. Él la dejó hacerlo e incluso le siguió el beso. Tala lo supo. No porque lo viera, sino porque lo sintió. Algo dentro de ella se rompió, pero solo por un instante. Luego se reconstruyó más fuerte. Al día siguiente, durante un consejo discutían los últimos inconvenientes que había presentado la manada y ofrecían soluciones cuando un lobo mayor alzó la voz. —¡Yo vi a Tala manipular la energía de un joven! ¡Lo hizo arrepentirse con un toque! ¡Eso no es sanación, eso es control! Tania sonrió desde su sitio. Ruddy bajó la mirada. Tala no negó nada. —Si creen que el miedo puede decidir quién soy, están equivocados. —No es que dudemos de ti Tala, por supuesto que no —empezó, con una sonrisa afilada como una daga escondida—. Pero… tu poder está creciendo muy rápido. Y aún no tienes el control emocional suficiente. Todos lo vimos en el claro, ¿no? El murmullo se alzó.Algunos intercambiaron miradas. Otros mantuvieron la vista baja. Pero fue cuando añadió: —Es por su seguridad… y la nuestra. Que la tensión se volvió palpable. Ruddy entrecerró los ojos, sin intervenir. El anciano Cedric frunció el ceño. —¿Propones entonces qué? —Solo… que alguien la acompañe. Cuando cure. Que se supervise el uso de su poder. Para evitar… accidentes. —Hizo una pausa dramática—. Un poder así, sin control emocional, puede ser peligroso. Un murmullo recorrió la sala. Los más jóvenes parecían confundidos. Pero entre los mayores, el comentario fue percibido como lo que era: un intento de humillarla, de aislarla. —O como decían antes —murmuró Cedric, lo suficiente alto para que todos lo escucharan—: vigilar a los raros. A los que no encajan. Tania fingió no escucharlo, pero su mandíbula se tensó. Tala sonrió. Más tarde Tala recogía hierbas cerca del riachuelo. Estaba sola. O eso pensó. —¿Crees que por tener un poder nuevo ya eres especial? Era Anya, una loba del círculo de Tania. Tala la ignoró. —Dicen que puedes curar y matar… Qué conveniente, ¿no? ¿No será que tú misma atacas para luego lucirte salvando? Tala respiró hondo, fingiendo calma. —No tienes que demostrar nada, Anya. Ni siquiera a ti misma —murmuró Tala sin mirarla. —¡Mírame cuando te hablo! —gritó la loba, y en un arrebato infantil, la empujó por el hombro. Entonces pasó. Sin intención, sin siquiera pensar en ello, el escudo invisible de Tala se activó. Una onda de energía salió de su cuerpo, arrojando a Anya tres metros hacia atrás. Cayó al suelo con un grito, fingiendo dolor. Un grupo de jóvenes que pasaban se detuvo al ver la escena. —¡La atacó! —gritó uno. Anya, con lágrimas falsas en los ojos, se encogió dramáticamente—. ¡Sabía que era peligrosa! Alguien corrió de inmediato a buscar al alfa. Tala no se movió. Su respiración era calma. Su rostro, inmutable. Pero sus ojos… sus ojos estaban llenos de fuego contenido. Anya sollozó: —¡Me atacó! ¡Lo hizo a propósito! ¡Solo porque le dije la verdad! Tala caminó lentamente hacia ella. No con agresividad, sino con una frialdad que heló a todos los presentes. Se detuvo a pocos pasos de Anya, la miró sin pestañear y dijo, en voz baja, pero audible para todos: —Si yo hubiera querido atacarte… no estarías respirando. Silencio. Un silencio que cortaba como cuchillo.Todos entendieron que Tala no solo hablaba con poder…hablaba con verdad. Ruddy llegó y ordenó ayudar a Anya que aún seguía en el suelo fingiendo dramáticamente más dolor del que sentía. Se acercó a Tala y la agarró por el brazo. —Podrías comportarte por una vez, ahora también ataca a los de las manadas, conoce las reglas, no usamos nuestros poderes para el mal dentro de la manada. Tala se soltó de su agarre— Ella me atacó primero, conozco las reglas pero al parecer los insensatos no lo hacen, soy la esposa del alfa, princesa de la manada y pocos son los que me dan ese lugar y respeto, y tú nos estás incluido en ellos— dijo esto último acercándose más al alfa, sus ojos mostraban furia. Ruddy de inmediato se puso nervioso, solo le vino a la cabeza lo que había pasado con Tania, pensó que Tala lo sabía. —¿Que estás insinuando?, dices que no te respeto. —Eres tan tonto como ciego— dijo Atala mientras se cruzaba de brazos. Ruddy en un estado de desconcierto agregó— Tala es mi esposo y futura madre de mi cachorro, si alguien no puede respetarla también me está faltando el respeto a mi como su alfa y se enfrentará a la consecuencias. Todos se asombraron, “¿Tala está embarazada?” Se escuchaba entre los murmullos, Tala ante esto solo se rio en silencio, que hipócrita, pensar que en el futuro serás tú mismo quien le dé la opcion de quitarle la vida a tu hijo y a mi, pensó Tala. Esa noche, Cedric buscó a Tala en la penumbra del bosque. —No dejes que te envenenen con sus palabras —le dijo mientras le entregaba una bolsa de hierbas medicinales—. Tú no estás rota. Eres diferente, como lo fue tu madre. Tala lo miró, sorprendida. —¿Qué sabes de ella? Cedric suspiró. —Lo suficiente para saber que su don era temido. Y que por eso la silenciaron. No permitas que te pase lo mismo. —¿Qué quiere decir anciano Cedric?, mi madre solo llevaba el poder del escudo y eso no tiene ningún peligro, a lo contrario— cuando volteó a donde estaba Cedric este ya no estaba. A la mañana siguiente Tala se levantó como de costumbre más temprano que los demás, se alistó bajo a desayunar y salió a tomar aire. Después, esa tarde, durante una asamblea, Tania habló con voz suave: —Los tiempos han cambiado. Las energías se sienten… inestables. Creo que deberíamos hacer un ritual de purificación. Para restaurar el equilibrio. —¿Qué propones? —preguntó Ruddy. —Un círculo de energía, con todos los miembros principales… incluyendo a Tala. Para asegurarnos de que ninguna energía oscura nos contamine. Tala entendió de inmediato: era una trampa. Un ritual que le permitiría a Tania manipular las energías y, posiblemente, exponerla o atacarla de forma encubierta. Esa noche, Tala abrió una pequeña libreta de cuero que escondía en una grieta del árbol más antiguo del bosque. Con un carbón encendido escribió: “Si no regreso, si desaparezco como mi madre, que esta sea mi voz. Que mi historia no sea enterrada como la de ella.” “Mi nombre es Tala. Y no estoy loca. Estoy despertando.”