***** Día uno (1):
Al día siguiente el sol apenas había cruzado la línea de los árboles cuando Ruddy apareció en el umbral de la choza. No llevaba guardias ni insignias, solo el gesto tenso de quien intenta parecer sereno. Tala, sentada junto al fuego, levantó la mirada despacio, fingiendo sorpresa.
—Alfa —dijo con voz suave, la suficiente para sonar agradecida.
Él avanzó un paso, observándola con atención. Su mirada se detuvo en su vientre, en sus manos, en la calma con la que respiraba.
—Solo vine a saber cómo estás. —Su tono buscaba calidez, pero había más duda que afecto—. Me dijeron que el bebé responde bien a las hierbas.
Tala asintió. —La anciana ha hecho maravillas. Estoy… mejor.
—Si, creo que si usaras tu poderes ya estuvieras completamente sana — Sugirió Ruddy en un tono que sus palabras no fueran interpretadas a mal.
—Estoy muy débil para usar mis poderes, si los uso solo empeorare.
Ruddy parecía luchar con algo que no decía. Dio otro paso, bajó la voz. —Podrías volver a ca