Maximilian Schneider se enfrenta a la presión de su padre enfermo para casarse y asegurar el futuro de la compañía familiar. A regañadientes, acepta la decisión de su padre de unirse en matrimonio con Amelia Williams, la hija de una familia en apuros económicos. Amelia, resentida por ser utilizada como una moneda de cambio para salvar a sus padres, se encuentra atrapada en un matrimonio sin amor con el hombre al que culpa por la muerte de su hermano. Pronto supo de su embarazo, sin saber que eran trillizos. Embarazada decidirá huir, pero volverá y ahora Maximilian Schneider rogará por una oportunidad.
Leer másDespués de pensarlo durante un largo rato, Amelia decidió que ir a ver a su padre sería lo correcto. Enfrentarse siempre a la situación era lo idóneo, mucho mejor que esconderse como una cobarde. Por eso, cuando el día laboral había culminado, abandonó la oficina con una determinación férrea, dispuesta a manejar hasta la casa de su padre. Sin embargo, el destino, o la casualidad, la encontró con Maximilian en el estacionamiento. Otra vez sintió esa necesidad imperiosa de acercarse a él, de preguntarle al menos cómo había sido la jornada, si todo estaba bien. Pero el recuerdo de la distancia que él había pedido la detuvo. Resignada, terminó asumiendo el volante de su auto para ponerse en marcha, el corazón apretado. Maximilian, que incluso no le había dirigido una sola palabra después de verla en el estacionamiento, se sentía un idiota dentro de su auto. Pensaba que estaba siendo demasiado extremista, un castigo innecesario para ambos. Pero al mismo tiempo, una fuerza inexplicable lo
Esa mañana, la mesa del desayuno era un mosaico de voces y sonrisas. Amelia estaba sentada junto a los trillizos, y Renata, por petición propia, compartía el inicio del día con ellos. Fue entonces cuando Maximilian hizo acto de presencia, su figura llenando el umbral del comedor. Un saludo cariñoso resonó, un "buenos días" que parecía traer un soplo de aire fresco a la habitación. Se acercó a sus hijos, primero besó la mejilla de su pequeña Lily, que irradiaba luz, y luego se dirigió a los varones. Liam y Máximo lo abrazaron con la efusividad de la infancia, y una pequeña interacción brotó entre ellos. —Papá, ¿pronto podrás jugar con nosotros? —preguntó Liam, con esa esperanza pura de los niños. —Sí, papá, ¿cuándo? —añadió Máximo, sumándose al ruego. Maximilian se agachó, una expresión de sinceridad en su rostro. —No puedo prometerlo, mis pequeños —dijo, su voz suave, aunque con un matiz de cansancio—. Pero me esforzaré. Me esforzaré mucho por jugar con ustedes un día de estos.
Cuando Maximilian regresó a casa esa noche, el silencio inicial de la sala lo envolvió, un velo familiar que no esperaba se rompiera. Pero, de repente, las luces se encendieron, y allí estaba Amelia, de pie, esperándolo. El hombre se paralizó, un atisbo de sorpresa en sus ojos. Ella se levantó del sofá con una lentitud casi ceremonial y se acercó a él, la voz llena de una sinceridad que le rasgó el alma. —Maximilian —comenzó Amelia, sus ojos brillando con una humedad que no se había atrevido a soltar durante días—, estoy echándote de menos. No saber de ti en la mañana, o que no compartas la mesa con todos. Los niños también han estado preguntando por ti, Maximilian. Solo les pude decir que en realidad estás saturado de trabajo y por eso no puedes pasar tanto tiempo con ellos en la mañana como antes lo hacías. Pronunció todo eso mientras lo abrazaba con una fuerza desesperada, como si quisiera que la distancia que él había creado se borrara con ese gesto. El hombre terminó correspon
Maximilian miró la hora en su reloj de muñeca, una ceja arqueada por la extrañeza. Su asistente, Giselle, aún no regresaba. Tenía tanto por hacer, un torbellino de papeleo y decisiones, que no reparó demasiado en su tardanza, sumergiéndose de nuevo en la vorágine de sus pendientes. El café que había pedido, sin embargo, permanecía ausente.Mientras tanto, Giselle se sintió extrañamente conmovida cuando Joseph rodeó el auto para abrirle la portezuela de su lado. Jamás había conocido a un hombre tan atento, tan caballeroso.—Muchas gracias, Joseph —dijo ella, una calidez inusual extendiéndose por su pecho.Ingresó a la cafetería con una agilidad sorprendente para su estado de nerviosismo. Pidió de nuevo el café que su jefe le había solicitado, y en poco tiempo, lo obtuvo, aún humeante. Con el vaso en mano, volvió a subir al auto de Joseph. Él puso el motor en marcha, y antes de que el silencio se hiciera denso, la miró de reojo. Ella parecía un poco ner
Todavía sorprendido por la cruda verdad que Maximilian le había revelado, Joseph miró seriamente a su amigo. La oficina se había vuelto un espacio denso, cargado de verdades dolorosas.—A todo esto —preguntó Joseph, su voz un eco de la seriedad que sentía—, quiero saber si estás molesto con Amelia o si todo anda bien con ustedes. Es importante, amigo.Maximilian suspiró, el sonido escapándose como el aire de un neumático desinflado. La sinceridad era la única respuesta posible.—Si te soy sincero, Joseph, no sé ni siquiera lo que siento por ella en este momento —confesó Maximilian, su mirada perdida en algún punto más allá de la ventana—. Realmente me importa, y no quiero que sufra, ni un ápice de dolor. Pero al mismo tiempo, odio que me haya ocultado algo tan importante como eso. De no ser por lo que pasó con su madre, estoy convencido de que continuaría siendo un secreto. ¿Y quién sabe si me habría enterado alguna vez de la verdad?Joseph l
Maximilian recargó su espalda en el asiento de su oficina, observando cómo Joseph hacía acto de presencia. Joseph, con su habitual desparpajo, se acercó, la curiosidad brillando en sus ojos, y se ubicó frente a él, las manos apoyadas en el escritorio.—¡Ay, amigo mío! —exclamó Joseph, con un tono que mezclaba reproche y afecto—. Estoy tratando de comunicarme contigo desde hace varios días y no me tomas el teléfono. Supongo que has estado atareado con todo lo del trabajo y tras lo que pasó con la madre de Amelia...Maximilian asintió lentamente, una expresión de cansancio surcando su rostro. El peso del mundo parecía haberse posado sobre sus hombros.—En realidad, Joseph, hay demasiadas cosas pasando en mi vida —confesó Maximilian, su voz apenas un murmullo—. Todavía estoy intentando ahogarlo todo, ¿sabes? Me concentro en el trabajo porque sé que es una manera en la que puedo mitigar estos sentimientos tan conflictivos que me siento. Es mi refugio, mi forma de no explotar.Joseph frunc
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