El alcohol terminó surtiendo efecto en Amelia y Maximilian, tal vez por eso, ambos sentían tanto calor, aquel que se intensificó cuando entraron a la habitación. El hombre aseguró de colocar el seguro a la puerta detrás de él, sus pasos firmes resonando en la habitación. Amelia permaneció inmóvil en el centro, mirando a su alrededor, consciente de lo que inevitablemente sucedería esa noche. No quería parecer un gatito asustado frente a un enorme felino a punto de devorarla. No. No le daría ese placer.
Por eso, fingió una tranquilidad que no sentía en absoluto. Maximilian se acercó a ella con pasos calculados, como un depredador que acecha a su presa. Se detuvo detrás de ella y, sin previo aviso, sus labios rozaron la piel de su cuello. Amelia sintió cómo su respiración se aceleraba de inmediato. ¿Así que él iría directo al grano? —Maximilian… —murmuró, tratando de ocultar su nerviosismo, aunque su voz salía con torpeza. —Es nuestra noche de bodas —respondió él, su voz con un tono bajo y casi frío, sonriendo como un tonto y como si no fuera suficiente, se sirvió una copa de alchohol y la bebió toda hasta el fondo—. No eres una persona de mi agrado, pero eres mi esposa. Amelia giró entre sus brazos, enfrentándolo con una sonrisa falsa, obligada, como si no le importara lo que acababa de escuchar. —Tampoco eres de mi agrado, de hecho, te odio —replicó con un tono sarcástico y encogiendo los hombros, casi perdiendo el equilibrio en medio de su ebriedad—. Pero eres mi esposo, y tenemos que consumar esta unión, ¿no? ¿Por qué perder el tiempo? Por un instante, Maximilian pareció sorprendido. Esperaba rechazo, resistencia… no ese descaro y aparente calma. Tal vez el alcohol estaba afectandole, por eso actuaba así. En todo caso no es como si él no estuviera dominado también por la embriaguez. —¿Estás tan desesperada? —soltó una carcajada burlona—. Debí suponerlo. Eres igual a ella. Insolente, atrevida… deseosa de revolcarte con un hombre como yo. Amelia bufó ante sus palabras, cruzándose de brazos. —Y tú, Señor Schneider, estás deseando que sea tuya. ¿No es así? —lanzó y hasta ella misma se perdía entre su oración enredada. —¿Señor Schneider, ahora? —soltó con sarcasmo, levantando una ceja. —Solo soy una joven de veintidós años. Tú tienes treinta. Eres un señor —arrastró las palabras, con una expresión petulante, enfatizando la palabra "señor".— Incluso si ahora seré llamada señora Schneider, sigo siendo mucho más joven que tú. —Es evidente. Por eso eres tan inmadura y grosera —murmuró. Ella rodó los ojos, pero antes de que pudiera responder, Maximilian la atrapó con firmeza por la cintura y la besó con una intensidad que la dejó sin aliento. El contacto era salvaje, desdén y deseo que los consumía a ambos. A pesar del desprecio que compartían, no pudieron evitar el fuego que ardía entre ellos. Amelia sintió cómo su corazón latía con fuerza, su respiración entrecortada, mientras la pasión los arrastraba. Maximilian, acostumbrado a tratar a las mujeres como simples aventuras pasajeras, no entendía por qué con ella, la despreciable Amelia, sentía la necesidad de ser más delicado. La ropa desapareció, y el descontrol se apoderó de ambos. En cuestión de minutos, todo acabó, y él cayó rendido a su lado, el pecho subiendo y bajando con rapidez. Por un momento, el silencio llenó la habitación. Maximilian, agotado, giró hacia ella y habló con tono burlón: —¿Por qué no dices nada? ¿Te comió la lengua el ratón? Amelia, que le daba la espalda, intentaba conciliar el sueño. Ahora que el efecto del alcohol se había ido, sentía verguenza. No quería responder, pero lo hizo de todos modos, con frialdad. —¿Qué esperas que diga? ¿Que tan bueno has sido? Supongo que ya sabes lo que haces. ¿Contento? Él bufó, irritado. —¿He sido insensible contigo? —¿Por qué te preocupas? No quiero hablar —fue lo único que dijo antes de cerrar los ojos con fuerza, deseando que la noche terminara de una vez. Maximilian no volvió a dirigirle la palabra, y poco a poco se quedó profundamente dormido. Amelia, sin embargo, permaneció despierta, observándolo en la penumbra. Era increíblemente atractivo, incluso bajo la luz tenue de la habitación. Sin pensarlo, alargó una mano para trazar sus facciones, convencida de que no la atraparía. Pero entonces él abrió los ojos, sus zafiros brillando intensamente en la oscuridad. —¿Qué estás haciendo? —cuestionó con voz profunda, tomando su muñeca entre sus dedos. —Nada —escupió rápidamente, sintiendo cómo su estómago se encogía al ser descubierta—. Suéltame. Él la miró con profundidad, como si quisiera leerla por completo. Finalmente, soltó su muñeca con un suspiro. —Si es "nada", entonces duérmete —ordenó, su voz era firme. Amelia cerró los párpados, frustrada consigo misma. ¿Cómo podía estar pensando siquiera un poco en ese hombre de esa manera? Sacudió la cabeza, la culpa la tenía su estúpido corazón que no se calmaba. A la mañana siguiente, Amelia despertó desorientada. Los recuerdos de la noche anterior inundaron su mente, y sus mejillas se tornaron carmesí. ¿Cómo había terminado así? Casi soltó un grito cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Maximilian apareció, impecable como siempre, con un traje perfectamente a su medida. —¿Por qué me miras así? —inquirió con frialdad—. Levántate y arréglate. Te llevaré a casa antes de ir a la compañía. —Bien… —respondió de forma automática, evitando que la sábana se deslizara y la dejara expuesta. la vergüenza la superaba, y es que ahora se sentía terrible, ahora que no estaba ebria sino en todos sus sentidos. —Actúas como si anoche no hubiera visto todo de ti —comentó con una sonrisa burlona—. Ve a darte una ducha. La ropa llegará pronto. Cuando él salió de la habitación, Amelia dejó escapar el aire que había estado reteniendo. Se apresuró a ducharse, todavía con la mente revuelta. Al regresar a la habitación, encontró un vestido rosa palo sobre la cama, acompañado de ropa interior y accesorios perfectamente coordinados. Se vistió y se miró en el espejo. Se veía bonita, aunque no estaba segura de querer impresionar a nadie. Al salir, Maximilian la observó por un instante. Hubo algo en su mirada, un destello que Amelia no pudo descifrar. Pero, como siempre, él lo ocultó rápidamente bajo su máscara de dureza. —¿Por qué demonios te has tardado tanto? —gruñó—. Vamos tan tarde que tendrás que desayunar en casa. —Bien. —¿Por qué eres tan cortante? —escupió, irritado. —Porque no quiero hablar contigo —se atrevió a decir con indiferencia, encogiéndose de hombros. En el elevador, la tensión creció entre ellos. —¿Crees que puedes hablarme así? —arremetió él—. Supongo que debo recordarte cuál es tu lugar aquí. —¿Mi lugar? —replicó ella, con una mirada desafiante—. Soy tu esposa. También deberías respetarme. —¡Tu familia no tiene en dónde caerse muerta! —espetó él, su tono cargado de desprecio—. Si ahora conservan la casa y tienen un techo, donde comer y dormir, es porque mi padre les tendió la mano. Así que deja de ser tan altiva conmigo, Amelia Williams. Ella apretó los puños a los costados, luchando por no perder el control. Las palabras de su padre regresaron a su cabeza, un recordatorio repetitivo también de parte de su madre. "No puedes decirle a Maximilian lo del incendio. Puede sentirse culpable, y no queremos eso. Prométeme que nunca se lo dirás." Y ella lo había prometido. —Supongo que me tratas así porque ahora no pertenecemos al mismo mundo —soltó finalmente, con una sonrisa amarga—. Tú sigues siendo millonario, y yo soy una chica arruinada, que por desgracia… o fortuna, según cómo lo veas, se casó contigo. —No es la única razón, Amelia —emitió él, con desdén—. Tu sola presencia me desagrada. Esas palabras, aunque no eran nuevas, golpearon a Amelia con fuerza. Se prometió no dejarse pisotear, pero en ese momento se sintió aplastada. Apretó los labios, evitando que las lágrimas traicioneras escaparan, y se giró para no darle la satisfacción de verla derrotada. Pero sabía que terminaría hecha pedazos.Cuando llegó a su destino, se tomó un momento para observar su entorno. La soledad la envolvía en aquel lujoso piso de Maximilian. No había nada que la sorprendiera, pues había estado rodeada de lujos toda su vida. Sin embargo, el aburrimiento pronto la invadió y decidió sentarse en el sofá. Encendió la televisión para distraerse un poco. De repente, un sobresalto la hizo reaccionar al ver a una mujer uniformada aparecer frente a ella. Era parte del servicio doméstico. —Señora Schneider, disculpe la interrupción. Creí que llegaría un poco más tarde, pero aquí estoy para darle la bienvenida. Soy Laura Hoffmann, a su servicio. La pelinegra, de apariencia amable, era Laura, quien trabajaba para Schneider. —Está bien, no te preocupes —respondió ella, sintiéndose un poco más tranquila. —Cualquier cosa que necesite, estoy a su disposición. —Te lo agradezco. —Con su permiso. Laura se retiró y ella bufó, preguntándose si realmente iba a estar encerrada en esas cuatro paredes
El día estaba frío, y el negro de los atuendos de duelo resaltaba en el ambiente. Muchos autos negros llenaban el lugar, donde amigos, familiares, colegas y conocidos se reunían para despedir a Lukas Schneider. Entre ellos, Amelia estaba presente, acompañada por sus padres. A medida que la ceremonia avanzaba, las personas comenzaron a retirarse. Ana se acercó a Maximilian y lo abrazó con ternura. Él correspondió, aunque su rostro permanecía sereno, sin dejar escapar una sola lágrima.—Maximilian, deberías ir a casa y descansar —le aconsejó Ana antes de separarse. Luego, miró a Amelia—. Haz que vuelva a casa contigo. Me iré.Amelia asintió lentamente mientras Ana abordaba el auto que la esperaba. Una vez que se marchó, Maximilian se volvió hacia Amelia, acercándose a ella y tomando su mentón para forzarla a mirarlo. Ella parpadeó, curiosa.—Maximilian...—¿Estás esperando que llore como un niño delante de ti, eh? —acusó, con los ojos inyectados de tristeza.—¿Por qué querría eso? —res
Maximilian Schneider resopló con frustración mientras sus ojos zafiros se clavaban en su padre, Lukas. No estaba bromeando cuando decía que si deseaba convertirse en el sucesor de la compañía; tenía que casarse lo antes posible. —¿Por qué debería hacerlo, padre? Aún soy joven, puedo enfocarme en el negocio. El matrimonio puede esperar. Lukas miró a su hijo con desagrado. —¿Podrías dejar de ser tan egoísta y pensar en el futuro de la compañía? Un buen líder siempre debe contar con el apoyo de su familia. No podrás dirigir el negocio si no eres capaz de asumir las responsabilidades familiares. Un hombre de negocios debe equilibrar la familia y el trabajo. Pero si no tienes una familia, no eres nadie, no funcionaría. —Padre... —El doctor me comentó que mi enfermedad está avanzando y no hay retroceso. Hijo, me estoy muriendo; probablemente me queda un año de vida. Quiero conocer al nieto que me des y estar presente el día de tu boda. Maximilian no estaba contento con las pa
El día de la boda finalmente llegó, y Amelia sentía un peso enorme sobre sus hombros. Por un instante, deseó con todo su corazón huir, escapar de aquel destino impuesto… pero sabía que era imposible. Frente al espejo, su reflejo mostraba a una mujer indudablemente hermosa. El vestido blanco de seda caía con elegancia, ajustándose perfectamente a su figura, y el delicado velo acariciaba sus hombros. Sin embargo, su apariencia impecable no podía ocultar la tormenta que sentía por dentro. A pesar de su belleza, se sentía una perdedora, una mujer a punto de ser entregada como una simple moneda de cambio en un trato desesperado por la salvación de su familia. Un canje. Eso era todo. Rodó los ojos con frustración y sostuvo con fuerza el ramo de flores entre sus manos, como si aferrarse a él pudiera darle algo de estabilidad. El lugar donde se celebraba la ceremonia estaba abarrotado. Entre los asistentes, reconoció algunos rostros familiares, mientras que otros eran apenas conocido