Maximilian Schneider resopló con frustración mientras sus ojos zafiros se clavaban en su padre, Lukas. No estaba bromeando cuando decía que si deseaba convertirse en el sucesor de la compañía; tenía que casarse lo antes posible. —¿Por qué debería hacerlo, padre? Aún soy joven, puedo enfocarme en el negocio. El matrimonio puede esperar. Lukas miró a su hijo con desagrado. —¿Podrías dejar de ser tan egoísta y pensar en el futuro de la compañía? Un buen líder siempre debe contar con el apoyo de su familia. No podrás dirigir el negocio si no eres capaz de asumir las responsabilidades familiares. Un hombre de negocios debe equilibrar la familia y el trabajo. Pero si no tienes una familia, no eres nadie, no funcionaría. —Padre... —El doctor me comentó que mi enfermedad está avanzando y no hay retroceso. Hijo, me estoy muriendo; probablemente me queda un año de vida. Quiero conocer al nieto que me des y estar presente el día de tu boda. Maximilian no estaba contento con las pa
El día de la boda finalmente llegó, y Amelia sentía un peso enorme sobre sus hombros. Por un instante, deseó con todo su corazón huir, escapar de aquel destino impuesto… pero sabía que era imposible. Frente al espejo, su reflejo mostraba a una mujer indudablemente hermosa. El vestido blanco de seda caía con elegancia, ajustándose perfectamente a su figura, y el delicado velo acariciaba sus hombros. Sin embargo, su apariencia impecable no podía ocultar la tormenta que sentía por dentro. A pesar de su belleza, se sentía una perdedora, una mujer a punto de ser entregada como una simple moneda de cambio en un trato desesperado por la salvación de su familia. Un canje. Eso era todo. Rodó los ojos con frustración y sostuvo con fuerza el ramo de flores entre sus manos, como si aferrarse a él pudiera darle algo de estabilidad. El lugar donde se celebraba la ceremonia estaba abarrotado. Entre los asistentes, reconoció algunos rostros familiares, mientras que otros eran apenas conocido
El alcohol terminó surtiendo efecto en Amelia y Maximilian, tal vez por eso, ambos sentían tanto calor, aquel que se intensificó cuando entraron a la habitación. El hombre aseguró de colocar el seguro a la puerta detrás de él, sus pasos firmes resonando en la habitación. Amelia permaneció inmóvil en el centro, mirando a su alrededor, consciente de lo que inevitablemente sucedería esa noche. No quería parecer un gatito asustado frente a un enorme felino a punto de devorarla. No. No le daría ese placer. Por eso, fingió una tranquilidad que no sentía en absoluto. Maximilian se acercó a ella con pasos calculados, como un depredador que acecha a su presa. Se detuvo detrás de ella y, sin previo aviso, sus labios rozaron la piel de su cuello. Amelia sintió cómo su respiración se aceleraba de inmediato. ¿Así que él iría directo al grano? —Maximilian… —murmuró, tratando de ocultar su nerviosismo, aunque su voz salía con torpeza. —Es nuestra noche de bodas —respondió él, su voz con un
Cuando llegó a su destino, se tomó un momento para observar su entorno. La soledad la envolvía en aquel lujoso piso de Maximilian. No había nada que la sorprendiera, pues había estado rodeada de lujos toda su vida. Sin embargo, el aburrimiento pronto la invadió y decidió sentarse en el sofá. Encendió la televisión para distraerse un poco. De repente, un sobresalto la hizo reaccionar al ver a una mujer uniformada aparecer frente a ella. Era parte del servicio doméstico. —Señora Schneider, disculpe la interrupción. Creí que llegaría un poco más tarde, pero aquí estoy para darle la bienvenida. Soy Laura Hoffmann, a su servicio. La pelinegra, de apariencia amable, era Laura, quien trabajaba para Schneider. —Está bien, no te preocupes —respondió ella, sintiéndose un poco más tranquila. —Cualquier cosa que necesite, estoy a su disposición. —Te lo agradezco. —Con su permiso. Laura se retiró y ella bufó, preguntándose si realmente iba a estar encerrada en esas cuatro paredes
El día estaba frío, y el negro de los atuendos de duelo resaltaba en el ambiente. Muchos autos negros llenaban el lugar, donde amigos, familiares, colegas y conocidos se reunían para despedir a Lukas Schneider. Entre ellos, Amelia estaba presente, acompañada por sus padres. A medida que la ceremonia avanzaba, las personas comenzaron a retirarse. Ana se acercó a Maximilian y lo abrazó con ternura. Él correspondió, aunque su rostro permanecía sereno, sin dejar escapar una sola lágrima.—Maximilian, deberías ir a casa y descansar —le aconsejó Ana antes de separarse. Luego, miró a Amelia—. Haz que vuelva a casa contigo. Me iré.Amelia asintió lentamente mientras Ana abordaba el auto que la esperaba. Una vez que se marchó, Maximilian se volvió hacia Amelia, acercándose a ella y tomando su mentón para forzarla a mirarlo. Ella parpadeó, curiosa.—Maximilian...—¿Estás esperando que llore como un niño delante de ti, eh? —acusó, con los ojos inyectados de tristeza.—¿Por qué querría eso? —res
El regreso a casa estuvo cargado de un silencio tan ensordecedor que parecía tener vida propia. Amelia sentía cómo su pecho se comprimía, robándole el aire, como si cada respiración fuera un esfuerzo titánico. Era una sensación aplastante, un peso insoportable que se aferraba a su alma mientras su mente, inquieta y caótica, jugaba en su contra. ¿Un hijo de Maximilian? ¿Incluso cuando no era su deseo? La idea resultaba una condena injusta, una imposición absurda de ese hombre que estaba a su lado: "su esposo tirano".—¿Por qué estás tan callada? —su voz rompió la tensión en el aire, arrastrando consigo un tono de falsa calma—. No quiero interpretar tu silencio, pero es evidente que estás molesta conmigo.—¿Debería estar feliz? —replicó ella, girando apenas el rostro para mirarlo con una mezcla de rencor y agotamiento—. Soy un pájaro atrapado en una jaula de oro, obligado a comer de tu mano, a seguir tus órdenes y soportar tus deseos. ¿Cómo se supone que debo sentirme? Si no soy nada… y
Amelia no tuvo más opción que dejarse guiar por Laura, pero no sin antes lanzar una última mirada de desprecio hacia Maximilian. Un desprecio que él ignoró, como si fuera algo insignificante. Una vez en la habitación, Laura cerró la puerta. Amelia escuchó el giro de la llave y la voz de Maximilian del otro lado.—No quiero que salga de la habitación —ordenó con su tono autoritario—. Asegúrate de que coma, Laura. No quiero inconvenientes.—Sí, señor, como usted ordene —aseguró Laura, y el sonido del cerrojo confirmó lo que ya sabía.Amelia se dejó caer al suelo, apoyando la espalda contra la puerta. Las lágrimas brotaron con fuerza y dolor. Su pecho se alzaba con una sensación dolorosa y su mente repetía una y otra vez la misma pregunta: ¿Cómo podía un hombre ser tan cruel, tan egoísta, tan despiadado?Tenía un nombre: Maximilian Schneider.—Te odio Maximilian, vas a pagar por lo que me has hecho —declaró tapando su rostro entre sus manos. ***La determinación de Amelia de no quedar
El tiempo en aquella sala de espera parecía avanzar con una lentitud insoportable. Maximilian sentía cómo la impaciencia lo devoraba desde dentro, incapaz de predecir cuándo obtendría respuestas. La urgencia crecía en su pecho como un peso insostenible. Finalmente, se levantó del asiento que había ocupado durante lo que le parecieron horas y comenzó a caminar de un lado a otro por el pasillo casi desierto. Intentaba calmarse, encontrar la paciencia que siempre le faltaba, pero que ahora parecía completamente inexistente.Mientras caminaba, Maximilian recordó algo importante: sabía que lo correcto era informar a los padres de Amelia sobre lo sucedido. Sin perder más tiempo, sacó su teléfono y marcó el número de Camila, su suegra. La llamada fue respondida casi de inmediato.—Maximilian, no esperaba tu llamada. ¿Qué está pasando? ¿Todo está bien? —inquirió Camila, con un tono que combinaba expectativa y preocupación.El hombre respiró profundamente antes de responder, como si buscara f