El tiempo en aquella sala de espera parecía avanzar con una lentitud insoportable. Maximilian sentía cómo la impaciencia lo devoraba desde dentro, incapaz de predecir cuándo obtendría respuestas. La urgencia crecía en su pecho como un peso insostenible.
Finalmente, se levantó del asiento que había ocupado durante lo que le parecieron horas y comenzó a caminar de un lado a otro por el pasillo casi desierto. Intentaba calmarse, encontrar la paciencia que siempre le faltaba, pero que ahora parecía completamente inexistente.
Mientras caminaba, Maximilian recordó algo importante: sabía que lo correcto era informar a los padres de Amelia sobre lo sucedido. Sin perder más tiempo, sacó su teléfono y marcó el número de Camila, su suegra. La llamada fue respondida casi de inmediato.
—Maximilian, no esperaba tu llamada. ¿Qué está pasando? ¿Todo está bien? —inquirió Camila, con un tono que combinaba expectativa y preocupación.
El hombre respiró profundamente antes de responder, como si buscara f