02

El día de la boda finalmente llegó, y Amelia sentía un peso enorme sobre sus hombros. Por un instante, deseó con todo su corazón huir, escapar de aquel destino impuesto… pero sabía que era imposible.

Frente al espejo, su reflejo mostraba a una mujer indudablemente hermosa. El vestido blanco de seda caía con elegancia, ajustándose perfectamente a su figura, y el delicado velo acariciaba sus hombros. Sin embargo, su apariencia impecable no podía ocultar la tormenta que sentía por dentro.

A pesar de su belleza, se sentía una perdedora, una mujer a punto de ser entregada como una simple moneda de cambio en un trato desesperado por la salvación de su familia. Un canje. Eso era todo.

Rodó los ojos con frustración y sostuvo con fuerza el ramo de flores entre sus manos, como si aferrarse a él pudiera darle algo de estabilidad. El lugar donde se celebraba la ceremonia estaba abarrotado. Entre los asistentes, reconoció algunos rostros familiares, mientras que otros eran apenas conocidos. No le importaba. Amelia odiaba ser el centro de atención, y estar rodeada de tantas personas solo intensificaba su incomodidad.

A lo lejos, sus ojos lo encontraron: Maximilian Schneider. El hombre al que iba a unirse en matrimonio. No lo había visto ni una sola vez desde que aceptó, a regañadientes, esta unión forzada. Aunque sí en varias ocasiones en el pasado.

Él estaba allí, esperándola al final del pasillo, impecable con su traje negro. Su expresión era fría, casi inescrutable, pero a Amelia no le costó identificar el desdén en su mirada. Era evidente que él tampoco deseaba estar allí.

Tomó una bocanada de aire, tratando de calmar el revuelo en su interior, y comenzó a caminar hacia él. Solo entonces fue consciente de que su padre la llevaba del brazo, guiándola hacia aquel hombre. Un hombre que claramente no la quería.

Cuando estuvo frente a él, Maximilian la miró con desprecio y hastío. No hizo ningún esfuerzo por disimularlo.

Estaban ambos atrapados en una farsa, obligados a fingir cariño frente a una multitud que esperaba un cuento de hadas. Amelia quiso sentir lo mismo por él, pero su traicionero corazón tenía otros planes. Al verlo tan de cerca, sintió cómo su pecho se agitaba y su boca se secaba.

¿Por qué, maldita sea, Maximilian Schneider tenía que ser tan increíblemente guapo? Su cabello oscuro, perfectamente peinado, contrastaba con su piel clara. Sus facciones eran duras, masculinas, y sus ojos de un azul profundo, como zafiros sumergidos en un océano de sombras, parecían perforarla.

Amelia odiaba la atracción inexplicable que sentía por ese hombre que claramente la despreciaba.

El padre de Amelia la entregó a Maximilian, y ella sintió cómo su brazo se desprendía del de su padre para ser tomado por el hombre que ahora sería su esposo. La voz del oficiante rompió el silencio, dando inicio al casamiento. Amelia trató de prestar atención, pero su mente estaba en otra parte. Todo en su interior gritaba que quería correr lejos, pero sus pies permanecían inmóviles.

Entonces, Maximilian habló.

—Yo, Maximilian Schneider, prometo ser tu compañero, estar contigo el resto de mi vida. En los días malos y buenos, permaneceré a tu lado. Te daré mi amor, apoyo y respeto, y juntos tendremos un futuro de plena felicidad. Amelia Williams, te amaré todos los días de mi vida. Lo prometo —finalizó con una voz convincente.

Por un momento, ella casi le creyó. Su discurso había sonado tan sincero, tan lleno de compromiso, que por un instante fugaz pensó que esas palabras podían ser reales. Pero no, sabía que no era más que un gran actor en esta obra de teatro llamada matrimonio.

Él tomó su mano para deslizar el anillo en su dedo. El suave roce de sus dedos contra su piel le provocó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Detestó que su cuerpo reaccionara así, como si traicionara su orgullo.

Luego llegó su turno. Amelia levantó la vista hacia sus padres, que estaban entre los presentes. Por un momento vaciló. Una palabra. Solo una palabra, "no", y todo terminaría. Pero sabía que no podía hacerlo. No podía permitirse un acto de rebeldía ahora.

—Yo, Amelia Williams, te prometo a ti, Maximilian Schneider, que te amaré con todo mi corazón y te seré fiel incluso en la adversidad. Estaré contigo en los días buenos y malos, en la salud y en la enfermedad. Te amaré y respetaré durante toda mi vida —finalizó, con una voz que se escuchó firme, pero que en su interior sonaba rota.

Cuando terminó, se sintió furiosa consigo misma. Decir todas esas falsedades la llenaba de rabia, pero no tenía otra opción.

—Siendo así, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia —anunció el oficiante.

Maximilian se inclinó hacia ella y dejó un beso sobre sus labios, apenas un roce frío y distante. Un simple acto forzado para cumplir con las expectativas de los presentes. Amelia sintió el rechazo en aquel gesto, pero no le importó. Ella misma lo compartía. Sin embargo, lo que vino después la hizo hervir de ira.

Mientras los aplausos resonaban y la pareja se separaba ligeramente, Maximilian se inclinó hacia su oído y, con una voz baja y cargada de desprecio, susurró:

—¿Crees que olvido lo infantil e inmadura que eres? Solo eres una rebelde caprichosa, una niña de la que tus padres se han querido deshacer, aprovechándose de esta situación para salvarse. Ahora estás atrapada, Amelia. Tendrás que obedecerme y seguir las reglas que yo dicte. Y más te vale no ser una zorra, como ella.

¿Cómo ella? ¿A quién se refería?

El veneno en sus palabras la hizo temblar de rabia. Amelia quiso gritarle, golpearlo, recordarle que él no tenía ningún derecho a tratarla así, no después de que su hermano lo había salvado. Pero se controló, al menos en apariencia.

Con una sonrisa forzada, se inclinó hacia su oído para devolverle el golpe:

—Supongo que tendré que ser una esposa sumisa, ya que estoy atada a ti. Pero escucha esto, Maximilian Schneider: no seré tu marioneta, ni tu prisionera. Si crees que puedes avasallarme, estás muy equivocado.

Al separarse, la sonrisa falsa seguía en su rostro. Maximilian no parecía nada complacido con su respuesta, y ella supo que se acercó al peligro. Retarlo sería su perdición, pero no podía permitir que él la aplastara tan fácilmente.

Mientras los dos sonreían para los presentes, ella masculló entre dientes, en un susurro apenas audible:

—Maldito seas, Maximilian.

Él la escuchó, y su mirada se endureció aún más. Pero Amelia no se dejó intimidar. Si esta iba a ser su nueva vida, estaba decidida a sobrevivir.

La celebración llegó pronto, un banquete opulento. Maximilian se acercó a ella con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Amelia —dijo, con un tono que sonaba casi juguetón—, deberíamos bailar esta canción. Así todos verán cuánto nos queremos.

Amelia puso los ojos en blanco, sintiendo cómo la frustración burbujeaba en su interior. Sin embargo, no podía negarle esa pequeña muestra de compromiso frente a los presentes. Con un suspiro resignado, se dirigió al centro de la pista, donde todos los miraban expectantes a los recién casados.

La música suave llenaba el lugar.

Maximilian se acercó a ella, colocando su mano sobre su cintura con una confianza que la hizo estremecerse. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y la cercanía de su figura la puso nerviosa. A pesar de su desdén, la intensidad en los ojos de Maximilian y el roce de su mano provocaban en ella un maremoto de sensaciones prohibidas.

—Mira cómo nos observan —dijo él, su voz baja y cargada de un tono burlón—. ¿No parece que somos la pareja perfecta?

Amelia lo miró, sintiendo cómo su corazón latía más rápido. Era como si cada movimiento suyo despertara una chispa de emoción que intentaba reprimir. Sabía que él se burlaba en su interior, disfrutando del efecto que tenía sobre ella. Aun así, no podía evitar sentirse atrapada en esa danza, en esa farsa que era su vida.

Finalmente, la canción llegó a su fin, y con un leve aplauso de los invitados, se separaron. Maximilian tomó una copa de champagne y luego otra más, disfrutando de cada sorbo como si fuera un triunfo. Amelia, por su parte, decidió que al menos podía permitirse un poco de diversión en medio de toda la opresión. Aunque no tenía intenciones de emborracharse, se sirvió dos copas, sintiendo un impulso de liberarse, aunque fuera por un momento.

De pronto en un momento de distracción, Maximilian aferró su cintura y le susurró al oído:

—Vayamos a nuestra luna de miel, querida esposa.

Ella tembló en su lugar.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP