El día de la boda finalmente llegó, y Amelia sentía un peso enorme sobre sus hombros. Por un instante, deseó con todo su corazón huir, escapar de aquel destino impuesto… pero sabía que era imposible. Frente al espejo, su reflejo mostraba a una mujer indudablemente hermosa. El vestido blanco de seda caía con elegancia, ajustándose perfectamente a su figura, y el delicado velo acariciaba sus hombros. Sin embargo, su apariencia impecable no podía ocultar la tormenta que sentía por dentro. A pesar de su belleza, se sentía una perdedora, una mujer a punto de ser entregada como una simple moneda de cambio en un trato desesperado por la salvación de su familia. Un canje. Eso era todo. Rodó los ojos con frustración y sostuvo con fuerza el ramo de flores entre sus manos, como si aferrarse a él pudiera darle algo de estabilidad. El lugar donde se celebraba la ceremonia estaba abarrotado. Entre los asistentes, reconoció algunos rostros familiares, mientras que otros eran apenas conocido
El alcohol terminó surtiendo efecto en Amelia y Maximilian, tal vez por eso, ambos sentían tanto calor, aquel que se intensificó cuando entraron a la habitación. El hombre aseguró de colocar el seguro a la puerta detrás de él, sus pasos firmes resonando en la habitación. Amelia permaneció inmóvil en el centro, mirando a su alrededor, consciente de lo que inevitablemente sucedería esa noche. No quería parecer un gatito asustado frente a un enorme felino a punto de devorarla. No. No le daría ese placer. Por eso, fingió una tranquilidad que no sentía en absoluto. Maximilian se acercó a ella con pasos calculados, como un depredador que acecha a su presa. Se detuvo detrás de ella y, sin previo aviso, sus labios rozaron la piel de su cuello. Amelia sintió cómo su respiración se aceleraba de inmediato. ¿Así que él iría directo al grano? —Maximilian… —murmuró, tratando de ocultar su nerviosismo, aunque su voz salía con torpeza. —Es nuestra noche de bodas —respondió él, su voz con un
Cuando llegó a su destino, se tomó un momento para observar su entorno. La soledad la envolvía en aquel lujoso piso de Maximilian. No había nada que la sorprendiera, pues había estado rodeada de lujos toda su vida. Sin embargo, el aburrimiento pronto la invadió y decidió sentarse en el sofá. Encendió la televisión para distraerse un poco. De repente, un sobresalto la hizo reaccionar al ver a una mujer uniformada aparecer frente a ella. Era parte del servicio doméstico. —Señora Schneider, disculpe la interrupción. Creí que llegaría un poco más tarde, pero aquí estoy para darle la bienvenida. Soy Laura Hoffmann, a su servicio. La pelinegra, de apariencia amable, era Laura, quien trabajaba para Schneider. —Está bien, no te preocupes —respondió ella, sintiéndose un poco más tranquila. —Cualquier cosa que necesite, estoy a su disposición. —Te lo agradezco. —Con su permiso. Laura se retiró y ella bufó, preguntándose si realmente iba a estar encerrada en esas cuatro paredes
El día estaba frío, y el negro de los atuendos de duelo resaltaba en el ambiente. Muchos autos negros llenaban el lugar, donde amigos, familiares, colegas y conocidos se reunían para despedir a Lukas Schneider. Entre ellos, Amelia estaba presente, acompañada por sus padres. A medida que la ceremonia avanzaba, las personas comenzaron a retirarse. Ana se acercó a Maximilian y lo abrazó con ternura. Él correspondió, aunque su rostro permanecía sereno, sin dejar escapar una sola lágrima.—Maximilian, deberías ir a casa y descansar —le aconsejó Ana antes de separarse. Luego, miró a Amelia—. Haz que vuelva a casa contigo. Me iré.Amelia asintió lentamente mientras Ana abordaba el auto que la esperaba. Una vez que se marchó, Maximilian se volvió hacia Amelia, acercándose a ella y tomando su mentón para forzarla a mirarlo. Ella parpadeó, curiosa.—Maximilian...—¿Estás esperando que llore como un niño delante de ti, eh? —acusó, con los ojos inyectados de tristeza.—¿Por qué querría eso? —res