Mundo de ficçãoIniciar sessão💔—Arrodíllate, o no podrás casarte —ordenó Sídney, con una voz tan gélida como el acero. Cuando Sídney descubre que está embarazada, cree que finalmente su matrimonio con Travis Mayer ha superado los años de distancia emocional y secretos. Pero ese frágil espejismo se derrumba en segundos: Travis le pide el divorcio, sin darle siquiera la oportunidad de confesarle sobre su hijo. Humillada, rota y decidida a proteger a su hijo del rechazo, Sídney desaparece de su vida sin dejar rastro. Tres años después, su pequeño Liam cae gravemente enfermo. Su única esperanza: un trasplante de médula ósea de un hermano perfectamente compatible. Pero para que eso ocurra, Sídney deberá concebir otro hijo con el mismo hombre que la despreció. Travis Mayer padece una disfunción eréctil que le impide estar con otra mujer desde hace tres años, pero eso cambia cuando su esposa Sídney, a quien abandonó, y juró odiar, reaparece, y se ve arrastrado a una última noche juntos. Y lo impensable ocurre: su cuerpo reacciona, su deseo renace… pero solo por ella. Desconcertado por lo que siente, intenta seguir adelante con el divorcio. Pero la pasión ha sido encendida de nuevo, y con ella, los sentimientos que juró no tener. ¿Puede el rencor resistirse al poder del amor verdadero? ¿Podrá Travis seguir negando que la única mujer capaz de despertar su cuerpo… también es la única que juró odiar? Entre traiciones, secretos familiares y una carrera contrarreloj para salvar una vida inocente, Sídney y Travis tendrán que enfrentarse a la verdad más dura: a veces, el corazón no olvida a quien realmente ama, por mucho que lo intente.
Ler mais—La abuela por fin ha muerto —anunció Travis Mayer con una voz que heló el aire—. Ahora, ya no tengo por qué seguir atado a una mujer como tú... con el corazón oscuro y la sangre de hielo. ¡Quiero el divorcio, Sídney!
Sídney sintió cómo el mundo se le resquebrajaba en un solo segundo.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, incrédulos, como si no acabaran de comprender lo que acababa de escuchar.
Estaba sentada en el sofá del salón principal, vestida de negro riguroso, como dictaba el luto. Sus manos temblaban, apenas logrando sostenerse la una con la otra. El temblor de sus dedos no era por frío... era miedo. Miedo a lo inevitable. Miedo a perder lo poco que aún conservaba.
Claro que lo esperaba. Una parte de ella siempre supo que ese día llegaría.
Las familias Shepard y Mayer compartían décadas de vínculos inquebrantables: alianzas de negocios, bodas arregladas, una amistad conveniente entre las familias... hasta que su padre, el hombre que le dio la vida, cometió la traición más atroz.
Intentó robar la fortuna de ambas familias. Y en el intento, terminó matando a los padres de Travis.
Desde entonces, el apellido Shepard quedó manchado para siempre. Su padre en la cárcel, condenado a cadena perpetua. Ella, convertida en el recordatorio viviente de una tragedia.
Travis arrojó los papeles de divorcio a sus pies como si fueran basura. Como si ella lo fuera.
—¡Firma el divorcio! —gruñó, con los ojos encendidos de furia—. Ella ha vuelto.
Sídney apenas logró articular palabra.
—¿Ella? —susurró, sintiendo que la garganta se le cerraba.
—Leslie —pronunció él, como si nombrara a una diosa—. La única mujer que me ha amado. Ahora que la abuela ya no está, no hay nadie que nos impida ser felices. Para siempre.
El alma de Sídney se desmoronó por completo. Sus piernas flaquearon y se dejó caer al suelo, como una muñeca rota, sin fuerzas. Las lágrimas comenzaron a brotar, silenciosas al principio, luego incontenibles.
Se arrastró hasta él, aferrándose a un último rayo de esperanza.
—¡Por favor, Travis! —suplicó con la voz quebrada—. Yo te amo... no me dejes. Podemos volver a intentarlo, estoy segura de que tú también sientes algo. No puede haber sido todo mentira... déjame demostrártelo.
Pero lo que recibió no fue compasión. Ni siquiera desprecio. Fue peor: risa. Una carcajada seca, burlona, cruel. Una risa que dolía más que mil insultos juntos.
—¿Amor? —repitió con veneno—. Yo nunca te he amado. ¡Nunca te amaré! Lo nuestro fue un pacto, un arreglo, un castigo que tuve que soportar por años. Firma ese maldito divorcio. Lo que hubo entre nosotros... terminó.
Sin decir más, se marchó.
Y el silencio que dejó tras él fue más ensordecedor que cualquier grito.
Sídney se quedó ahí, sola, tirada en el suelo, llorando como una niña abandonada. Cada sollozo sacudía su cuerpo. El maquillaje se le corría por las mejillas, pero no le importaba. Ya nada importaba.
«¿He perdido la dignidad?», pensó.
«¿He tocado fondo?»
Quizá sí. Pero también sabía que no todo era en vano. Todo tenía un propósito.
Con las manos temblorosas, sacó de su bolsillo un papel arrugado y manchado de lágrimas: una prueba de embarazo. Positiva. De hacía apenas una semana.
Llevaba días guardándola, esperando el momento adecuado para decírselo.
Desde hacía un mes, Travis se había mostrado diferente... más cercano, más humano. Hacían el amor casi todos los días, hablaban por horas, compartían silencios que ya no parecían incómodos.
Ella creyó, de verdad, que lo estaba conquistando. Que el odio había comenzado a diluirse.
Se equivocó. Se equivocó tanto…
Se abrazó el vientre, aún plano.
—Lo siento —susurró al bebé que crecía dentro de ella—. Quise darte un padre… de verdad lo intenté. Pero no pude. No me dejó.
Se limpió el rostro, se obligó a respirar hondo. No iba a rogarle más. No iba a arrastrarse por un hombre que la había rechazado incluso después de entregarle su alma. Lo amaba, sí. Lo amaba con cada rincón de su ser… pero su amor ya no bastaba.
Y ese hijo que llevaba dentro merecía algo mejor.
—Ahora tendrás una madre que te amará por los dos.
Con una calma fría y dolorosa, se levantó. Tomó una maleta, metió algo de ropa, dinero y documentos. No miró atrás.
Cuando Travis regresó unas horas más tarde, lo único que encontró fue un salón vacío y los papeles de divorcio sin firmar, tirados en el suelo.
Sídney no estaba. No había nota, ni mensaje, ni despedida.
Y por mucho, mucho tiempo… no volvió a saber de ella.
***
Tres años después.
El reloj de pared marcaba las once de la mañana y la única fuente de luz en el consultorio provenía del ventanal que daba al jardín.
Sídney estaba sentada en una de las sillas junto al escritorio del médico, con las manos entrelazadas sobre el regazo y el corazón, latiéndole con fuerza en el pecho.
El doctor Carrington la observó con una expresión grave, cargada de empatía, pero también de impotencia.
—Señora Shepard… —comenzó con voz pausada, acariciando con los dedos el expediente médico sobre el escritorio—. Su hijo, Liam, tiene Síndrome de Inmunodeficiencia Combinada Severa…
Sídney alzó la vista, sintiendo que el mundo entero se le desmoronaba.
—¿Qué… qué significa eso?
—Es una condición extremadamente grave —explicó el doctor con tono delicado—. El sistema inmunológico de Liam prácticamente no funciona. No puede defenderse de virus, bacterias, ni siquiera de los gérmenes más comunes. Para él, un simple resfriado podría ser mortal. Es como… como vivir en una burbuja de cristal. Aislado del mundo.
Sídney sintió un nudo atroz en la garganta. Sus labios comenzaron a temblar.
—¿Y qué… qué se puede hacer? ¿Qué tratamiento necesita?
El doctor la miró con compasión. Era la parte más difícil.
—Lo único que podría salvarlo es un trasplante de médula ósea. Pero no de cualquier persona. Necesita un donante cien por ciento compatible, y la única forma real de lograrlo es con un hermano genético, concebido con los mismos padres.
Sídney se llevó una mano al pecho, como si el aire hubiera desaparecido de pronto de la habitación.
—¿Un… un hermano? —repitió en voz baja, incrédula.
—Sí. Un hermanito podría ser la mejor y quizás única opción de salvar a Liam. Pero debe ser concebido con el mismo padre biológico. Solo así hay posibilidad de compatibilidad perfecta para el trasplante.
Los ojos de Sídney se llenaron de lágrimas.
El nombre surgió de inmediato en su mente como una daga: Travis Mayer. El padre de Liam.
El hombre que no solo la había abandonado, sino que había jurado no querer volver a verla jamás.
Un hombre que la odiaba y la aborrecía más que a nadie en el mundo.
—¿Con Travis? —susurró apenas, como si el solo hecho de decir su nombre la quebrara.
Su cuerpo entero temblaba.
Se llevó una mano al vientre, por el horror de lo que implicaba esa decisión.
«¿Cómo voy a pedirle eso? ¿Cómo voy a volver a acercarme a él… después de todo lo que pasó? ¿Cómo tener un hijo con el hombre que más me odia?»
Pero cuando pensó en Liam… supo que, por su hijo, era capaz de todo.
Andrew miró fijamente a Stelle, y por un instante ella sintió que el corazón iba a escapársele del pecho. Todo dentro de ella quería gritar, no, quería detener aquella locura, negar lo que Liam había impuesto.Y, sin embargo, había otra parte, una más profunda y frágil, que quería aferrarse a él con todas sus fuerzas.Estaba a punto de abrir la boca, pero Andrew se adelantó.—Lo haré —dijo con solemnidad inesperada—. Me casaré con Stelle.El silencio cayó como un golpe seco. Liam sonrió, satisfecho, casi orgulloso, como si aquella decisión fuera exactamente la que esperaba escuchar. Colocó una mano firme en el hombro de su amigo y luego tomó a Stelle por el brazo para llevarla fuera de la habitación. Andrew se quedó quieto, mirando el vacío, como si intentara convencer a su propia alma de que aquello era lo correcto.Apenas cruzaron el umbral, Liam se volvió hacia su hermana. Sus ojos, siempre tan protectores, brillaban con una mezcla de enfado y preocupación.—¿Por qué lo hiciste, St
—Andrew… yo… —Stelle apenas pudo articular las palabras, su voz se quebró antes de terminar la frase.Pero Andrew no la escuchaba realmente. Estaba demasiado ocupado intentando recordar.Los pequeños fragmentos de la noche anterior regresaban a su mente con brutal claridad. Los besos urgentes. Sus manos temblorosas.La forma en que ella había gemido su nombre. Durante unos segundos creyó que había sido un sueño erótico, un desahogo de su mente confundida… pero no.Era la realidad. La cruda y devastadora realidad.Se llevó una mano al rostro, sintiendo cómo el remordimiento se le clavaba en el pecho.—Stelle… —tragó saliva, incapaz de mirarla directo a los ojos—. Lo de ayer… fue un error. No debió pasar.Las palabras fueron como una puñalada. Los ojos de Stelle se llenaron de lágrimas al instante. No respondió. No intentó defenderse, ni buscar una explicación, ni justificar lo que ambos habían hecho. Simplemente, bajó la mirada, como si esas pocas palabras bastaran para destrozarle el c
El beso se volvió urgente, casi desesperado, como si Andrew quisiera aferrarse a algo que estaba a punto de perder, como si la necesitara para no caer en la oscuridad que lo consumía desde hacía días. Stelle sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo, un temblor que la tomó por sorpresa.Era una mezcla confusa entre temor, deseo y esa atracción inevitable que siempre había intentado ocultar.Por un instante su instinto quiso apartarlo, poner distancia, recordarse que aquello era una locura, que estaban vulnerables, heridos, y que lo que había sucedido horas antes debía ser una advertencia. Pero no pudo. El calor de su boca, el sabor de sus labios, la forma en que él la sostenía, todo eso era más fuerte que cualquier pensamiento racional.Andrew la tomó por la cintura con una firmeza que la hizo temblar y, en un movimiento decidido, la giró, quedando ella debajo de su cuerpo. El colchón se hundió bajo su peso, atrapándola de una forma que la hizo sentir pequeña, frágil, pero extraña
Al día siguiente.La boutique de novias era un lugar impecable, elegante, con enormes ventanales que dejaban entrar una luz suave que hacía brillar cada encaje expuesto.El aroma a flores frescas y el murmullo delicado de otras clientas daban al ambiente un aire casi sagrado.Allí, en medio de todo ese blanco perfecto, Amara estaba subida a una tarima ovalada, mientras una costurera ajustaba los últimos alfileres del vestido que estaba probándose.Su madre observaba desde un sillón, con los ojos humedecidos y las manos entrelazadas sobre el regazo, bebía una copa de champán.Sídney sonreía de oreja a oreja, comentando lo radiante que se veía. Y, a un costado, más discreta, pero igualmente atenta, estaba Stelle, acompañándola como siempre, tratando de no pensar demasiado en el torbellino de emociones que arrastraba desde hacía días.Amara, dentro del probador, daba vueltas frente al espejo.El vestido era un sueño: falda amplia, delicados bordados plateados y un talle que acentuaba su f
Ronald lanzó un grito tan desgarrado que resonó por todo el departamento como el rugido furioso de un animal herido. Golpeó la mesa con tal fuerza que los papeles volaron por el aire.Su rostro estaba rojo, la vena del cuello palpitaba, y sus manos temblaban de pura rabia. Hannah, su amante inseparable, salió corriendo de la habitación al escucharlo.—¿Qué pasó? —preguntó sin aliento, acercándose con auténtico pánico.Ronald la miró con los ojos desencajados, casi desorbitados.—¡Amara entregó su empresa al desgraciado de Liam! —escupió cada palabra como si le quemara la lengua.Hannah se quedó congelada. Su expresión, primero incrédula, luego furiosa, se transformó lentamente en desesperación.—¿Qué? ¿Cómo que se la entregó? ¡Eso no estaba en los planes! —gritó, llevándose las manos al cabello—. Ronald… ¿Qué vamos a hacer ahora? Contábamos con ese dinero. Con esa empresa. Era nuestro as bajo la manga para hundirlos a los dos. Y ahora ella… ella ganó. Quedó con Liam. Él es rico, de fam
Liam recibió la llamada de Andrew a mitad de la tarde, justo cuando intentaba concentrarse en unos documentos que no lograban retener su atención. Conocía a su mejor amigo desde hacía años; habían atravesado juntos pérdidas, negocios fallidos, traiciones, rupturas… pero jamás, nunca, lo había escuchado así. Su voz no era la de un hombre triste, ni siquiera la de alguien enojado. Era la voz rota de alguien que acababa de perder una parte de sí mismo de una forma brutal.Cuando la llamada se cortó, Liam sintió ese tipo de urgencia que no se ignora. Tomó las llaves, le avisó a Amara que volvería tarde y salió de casa sin pensarlo dos veces.En la habitación, Amara quedó de pie, mirándolo marcharse. Aún tenía la mente dando vueltas. Hacía apenas unos minutos había firmado la cesión completa de la empresa que sus abuelos le dejaron… se la dio a Liam con la certeza absoluta de que él jamás usaría ese poder para lastimarla.Nunca creyó que podría amar así; sin miedo, sin reservas. Se recostó





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