Travis se incorporó con dificultad del frío suelo, cada movimiento pesaba como si llevara el peso de un mundo sobre sus hombros.
Con manos temblorosas, recogió los papeles dispersos frente a él y los sostuvo con una mezcla de rechazo y resignación. Su mirada fija en la hoja sintió que el aire se le escapaba entre los dedos.
Tomó el bolígrafo.
Apretó el puño con fuerza, tratando de contener la tormenta que rugía dentro de su pecho, y firmó el divorcio.
Fue entonces cuando una lágrima solitaria comenzó a deslizarse por su mejilla, quemando su piel, el reflejo de todo el dolor, la ira y la desesperanza que había acumulado.
Antes de que pudiera detenerla, la borró con rabia, como si ese gesto pudiera borrar también la tristeza en su alma.
—Te odio, Sídney —murmuró, su voz apenas un susurro áspero—. Ahora no queda nada que nos una.
***
Sídney manejaba con las manos firmes sobre el volante, el motor del auto parecía acompañar el fuego interno que la consumía.
La mañana fría y silenciosa no