Sídney temblaba. Su piel desnuda, apenas cubierta por una sábana delgada, y con un frío que le calaba hasta los huesos. No solo el frío del cuarto, sino el helado de una traición brutal que acababa de estallarle en la cara.
Intentó incorporarse, buscando con desesperación cubrir su cuerpo y su dignidad, enredándose en la sábana como si pudiera protegerse del mundo entero.
Pero no tuvo tiempo de dar un paso. Leslie se lanzó sobre ella como una fiera fuera de control.
Pero Travis, se interpuso justo a tiempo.
Sujetó a Leslie por los brazos con firmeza, aunque su voz fue más una súplica que una orden.
—¡Leslie, por favor, detente!
Leslie se quedó mirándolo, como si no lo reconociera.
Como si esa súplica la partiera aún más por dentro.
Lágrimas ardientes surcaban sus mejillas, y su voz se quebró en mil fragmentos.
—¡Me engañaste! —gritó con desesperación—. ¡Dijiste que me querías a mí! ¡Juraste que no ibas a estar con nadie más! ¡Mentiste, Travis! Dijiste que no podías amar, que estabas roto, ¡que necesitabas tiempo! ¡Y ahora estás con ella!
Sídney, aún aturdida, logró vestirse con manos temblorosas, mientras la escena frente a ella se volvía más y más desgarradora.
Por un segundo, creyó que Leslie iba a desmayarse. Su rostro enrojecido se tensó, y comenzó a jadear de forma violenta.
—¡Mi inhalador! —gritó Leslie, llevándose las manos al pecho—. ¡Travis! ¡Por favor!
Sin pensar, Travis corrió al bolso de Leslie, y salió por la puerta para buscarlo en la cartera que dejó.
Y entonces, el espectáculo se detuvo.
La respiración agitada de Leslie se calmó de golpe. Como si no hubiese pasado nada. Como si hubiera estado fingiendo.
Sídney, confundida, dio un paso atrás, pero Leslie se le acercó, su rostro ya no era el de una víctima. Ahora era una máscara de odio.
—¿Crees que ganaste algo, perra? —escupió—. ¿De verdad crees que él te ama? ¡Él te odia! Siempre te ha odiado. ¿Y sabes por qué? Porque cree que arruinaste su vida. ¡Tu padre te acusó de cómplice! ¡Tú lo sabías todo! Sabías lo que pasó con sus padres y no hiciste nada. Fuiste parte de eso.
Sídney sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Sintió que el mundo entero se le desmoronaba encima.
Su padre… su maldito padre…
—No es cierto —musitó—. ¡No es cierto!
—Sí, lo es —dijo Leslie con una sonrisa cruel—. Y mereces todo lo que estás viviendo. Te lo ganaste. Y ahora, escúchame bien… yo soy quien va a destruirte. Yo soy la amante de tu padre. Llevo años jugando con él y contigo. Y apenas estamos comenzando.
Sídney quedó paralizada.
—¿Qué…? —balbuceó—. ¿Tú… tú eres…?
—Sí —respondió Leslie con orgullo venenoso—. La mujer que lo acompañaba cuando tu madre agonizaba en esa cama. La mujer que él quería llevarse a vivir lejos con todo el dinero que íbamos a robar. Yo iba a tenerlo todo, Sídney. Y tú te interpusiste. ¡Tú y tu maldita obsesión por destapar la verdad del asesinato de los Mayer! ¡Pero ahora me toca a mí, joderte la vida a ti, voy a vengarme de que enviaste a tu padre a prisión! ¿Qué se siente perder al hombre que amas en mis manos y no poder hacer nada por demostrar tu inocencia porque él ya no cree en ti?
La furia fue como un fuego repentino dentro del pecho de Sídney. Ya no pudo contenerla.
Levantó la mano y la abofeteó con una fuerza que le dolió a ella misma. Pero no fue suficiente.
Se lanzó sobre Leslie, ambas cayeron al suelo en un forcejeo rabioso, lleno de gritos, arañazos y furia acumulada durante años.
La puerta se abrió de golpe.
—¡Basta! —gritó Travis, separándolas a la fuerza—. ¡Lárgate, Sídney! ¡Fuera de aquí, ahora!
Ella lo miró. Con los ojos llenos de lágrimas, pero también de una ira profunda, densa, imparable.
—¡Travis, esta mujer es la culpable de todo!
—¡Cállate, y déjame en paz! ¡Vete!
—¿Eso quieres? —dijo, con la voz quebrada—. Está bien. Pero un día, Travis, vas a abrir los ojos. Vas a ver quién es ella en realidad. Y será demasiado tarde. Te lo juro.
No esperó más.
Caminó con paso tambaleante hacia la puerta. Atravesó el umbral sin mirar atrás.