Sídney estaba sentada en la fría sala del hospital, esperaba poder visitar a su pequeño Liam.
El ruido constante de las máquinas y los murmullos lejanos de los médicos se mezclaban con el latido acelerado de su propio corazón.
Sentía miedo, pero también una determinación férrea que la mantenía en pie.
De repente, una figura conocida se acercó a ella con paso cuidadoso y ojos llenos de compasión.
Era Brenda, su amiga más cercana, quien siempre había estado a su lado en los momentos más oscuros.
—Lo siento tanto, Sídney —susurró Brenda, con la voz quebrada—. Sé qué estás pasando por un infierno.
Sídney frunció el ceño, desconcertada por la tristeza que veía en su amiga. Pero entonces Brenda sacó de su bolso una invitación, la cual mostró con cierta hesitación.
—Hoy… hoy se casa —dijo Brenda, como si dijera algo prohibido.
Sídney tomó la invitación con manos temblorosas.
Sus ojos recorrieron el papel cuidadosamente impreso, y una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.
—Me alegro por él —