Mundo ficciónIniciar sesiónSídney sacó su teléfono con manos temblorosas.
Lo encendió y la pantalla se iluminó con una letanía de llamadas perdidas.
Todas eran de Travis Mayer. Su nombre aparecía, una y otra vez, como una sombra que no quería desaparecer.
Por un instante, sintió una mezcla de nostalgia y rencor. Con un suspiro, decidió devolver la llamada. El corazón le latía con fuerza, no sabía si por miedo, por ira o por una pizca de esperanza.
—¿Qué quieres? —su voz sonó firme.
Al otro lado, la voz de Travis emergió como un rugido contenido, lleno de frustración y rabia contenida.
—¡Maldita sea, Sídney! ¡Quiero el divorcio! —gritó sin filtros.
Sídney frunció el ceño, consciente de que las palabras que él quería oír no iban a llegar tan fácilmente.
—Tienes que cumplir mi último deseo —respondió ella con un hilo de voz, firme, decidida.
—Deja de actuar como tonta —replicó él, la impaciencia era palpable
—Te veré en dos horas en la antigua casa del lago del abuelo. Si no vas, ¡nunca firmaré el divorcio!
Con un clic seco, la llamada terminó.
Sídney dejó caer el teléfono en la mesa, tratando de ordenar sus pensamientos.
«Voy a decirte la verdad —se prometió—, y después de hoy, si no quieres creerme, entonces será tu ruina, Travis Mayer».
***
El aire frío de la mañana la recibió cuando llegó al lago.
El silencio era absoluto, solo el susurro del viento entre los árboles y el suave vaivén del agua contra la orilla la acompañaban.
Miró alrededor con ansiedad, esperando ver a Travis, pero no había rastro de él.
Un presagio le nubló el corazón: no iba a venir. Sin embargo, no podía darse por vencida.
Entró en la vieja cabaña del abuelo, y ahí lo vio.
Sus ojos eran severos, casi helados, como si el calor humano se hubiera evaporado de ellos hace tiempo.
Sobre la mesa, lanzó los papeles del divorcio con desprecio.
—Firma el divorcio, ahora —ordenó sin miramientos.
Sídney tomó los documentos con manos temblorosas, pero su mirada no se quebró.
—Lo haré —dijo despacio—, pero antes, déjame hablar. Todo lo que no pude decirte, antes.
Travis frunció el ceño, el fastidio se reflejaba en cada músculo de su rostro.
—No tengo nada que hablar contigo, Sídney. Pronto me casaré con Leslie. Firma el divorcio, o haré que lo firmes a la fuerza.
La sangre le hirvió.
—¿Sabes quién es realmente Leslie? —exclamó con voz quebrada, luchando contra las lágrimas—. Ella es la amante de mi padre. Por eso él me acusó de ser su cómplice, cuando no es cierto. Se acercó a ti desde un inicio para intentar quitarte la fortuna Mayer de tu abuela. Todo era un cruel plan. Primero robaban el dinero de mi madre, luego el de tus padres, y después iban por ti. Finalmente, nos matarían a todos. Es mi padre, pero es un monstruo. No soy tu enemigo, yo te ayudé a hacer justicia.
Su voz se hizo un susurro, casi un grito ahogado en la desesperación.
Travis permaneció inmóvil, como si sus palabras se estrellaran contra una pared invisible.
De repente, sacó un arma de su bolsillo. Sídney sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Pero no mostró miedo, sino una fría determinación.
—¿Vas a matarme? —dijo con una sonrisa amarga—. Entonces, hazlo. Anda, ¿puedes? ¡Dispara!
—¡Firma el maldito divorcio! —rugió Travis, con la rabia desbordando en su voz.
Ella alzó la barbilla, desafiante, con una mirada altiva.
—Lo haré, pero antes… arrodíllate. Puedes matarme, pero nunca me harás firmar sin que entiendas quién soy realmente.
Travis la miró como si estuviera hablando con una loca.
—¡Estás loca! Nunca lo haré.
Sídney rio, una carcajada burlona que resonó en la habitación.
—Entonces, tu farsante favorita, la zorra Leslie, nunca será tu esposa.
Travis exhaló un resoplido frustrado.
—Te odio, Sídney. Juro que te odio.
Ella sonrió con esa mezcla de dolor y victoria.
—Arrodíllate, o no podrás casarte —insistió.
El hombre bajó la mirada. Su rabia se tornó en derrota cuando lentamente dejó caer el arma y cayó de rodillas.
Sídney sintió un pequeño triunfo que la quemaba por dentro, porque en el fondo sabía que había perdido.
Con manos firmes, tomó la pluma y firmó los papeles de divorcio.
Por fuera, su rostro mostraba una sonrisa segura; por dentro, el dolor la atravesaba como un puñal invisible.
—Exesposo —dijo con voz baja, cargada de significado—, Recuérdalo, algún día, tú terminaste con este matrimonio. Se acabó. Aquí tienes nuestro final. Pero un día, cuando sepas la verdad, no vuelvas a buscarme.
Con un gesto de desprecio, lanzó los papeles al suelo y salió sin mirar atrás.
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