Sergio dejó a la mujer en el camastro con brusquedad.
Ariana se cruzó de brazos, sus ojos brillaban con furia mientras clavaba la mirada en su esposo.
—¡Sí! —soltó de golpe—. ¡Yo la empujé! ¿Sabes por qué lo hice?
Sergio la miró con severidad, pero Ariana no se intimidó.
—¡No importa por qué lo hiciste! —rugió él—. No debes ser una mujer cruel. ¡Eres mi esposa y debes ser dócil y amable!
Ariana rio con amargura.
—Ah, ¿sí? ¿Dócil y amable con la mujer que te acusó de ser infiel?
Sergio se quedó pálido. Sus ojos se abrieron tanto que Ariana creyó que podrían salírsele de las órbitas.
A su lado, Lorna se incorporó con una expresión de incredulidad.
—¡Ella miente! —exclamó, desesperada.
Ariana avanzó con lentitud, disfrutando la confusión en el rostro de su esposo.
—No miento —susurró—. La empujé al agua porque no permitiré que difame a mi esposo. ¡Él me es fiel, él me ama! ¿Verdad, amor?
Los ojos de Sergio se endurecieron cuando miró a Lorna. Su voz fue un látigo:
—Señorita Méndez, retíre