Olivia Walton juró nunca permitir que su vida fuera negociada cual contrato. Inteligente, ambiciosa e indomable, sabe que Nueva York es un campo de batalla… y ella, una guerrera. Pero su abuelo le impone una estrategia: casarse con Liam Macmillan, el arrogante CEO. Su némesis. El hombre que siempre la hizo hervir de rabia... y deseo. Obligados a compartir la firma y el lecho, se enfrentan a una guerra de poder tan peligrosa como erótica. Un matrimonio sin amor se convierte en un vínculo inquebrantable, alimentado por una pasión oscura, salvaje e innegable. Descubrirán que el verdadero riesgo no es perder la firma… Sino entregarse por completo al único enemigo que no pueden vencer: su propio deseo. “Un latido después, Liam la tenía contra la pared, su cuerpo duro presionándola hasta robarle el aire. —Esto no cambia nada —gruñó contra su oído, su voz rasposa y peligrosa. —No —jadeó ella, pero su cuerpo ya se arqueaba hacia el suyo, traicionándola. Sus labios chocaron con furia, Liam deslizó la mano bajo su blusa, arrancándole un suspiro ahogado cuando sus dedos atraparon uno de sus pezones endurecidos. Olivia se estremeció, aferrándose a sus hombros mientras él la alzaba, envolviéndole las piernas en la cintura sin romper el beso. —Mía —murmuró contra su garganta, deslizando su lengua en una línea abrasadora hasta su escote. En un movimiento brutal, la penetró de una sola embestida profunda, arrancándole un grito ahogado que se perdió en su boca. Olivia arañó su espalda, perdida en el ritmo salvaje de sus cuerpos, como si fuera el único derecho que alguna vez reclamaría sobre ella. Porque en medio del odio, de la traición, del deber... Su pasión era la única verdad imposible de negar.” #MatrimonioporContrato #RomanceOscuro #Poderfemenino #CEO #Abogado
Ler maisEl sol brillaba sobre el campus como si supiera que aquel día marcaba el final de una era. Banderas con los colores de la universidad ondeaban entre los árboles, los pasillos se llenaban de familiares emocionados, cámaras listas para capturar la gloria y la juventud despidiéndose de sus años más intensos.
Olivia Macmillan estaba sentada en la primera fila del auditorio principal. Su toga negra estaba impecable, su cabello recogido con precisión quirúrgica y sus labios rojos ocultaban una línea tensa de frustración. Miraba al escenario con expresión dura, fingiendo que escuchaba con atención… pero en realidad lo único que oía era el retumbar de su corazón.
—...Y con ustedes, el mejor promedio de la generación, representante de excelencia académica y liderazgo estudiantil: Liam Walton —anunció el rector.
Olivia apretó la mandíbula. Sabía que había empatado con él en promedio académico. Y aun así, había sido Liam quien recibió el honor del discurso. Siempre era así. Siempre él.
Aplausos. Gritos. Aclamaciones. Todos lo adoraban.
Olivia se obligó a no rodar los ojos mientras él subía con su característica seguridad al podio. Liam caminaba como si el escenario le perteneciera, como si el mundo entero ya le debiera algo. Traje perfectamente cortado bajo la toga, sonrisa carismática, mirada que atravesaba a todos sin titubeo.
Ella lo conocía demasiado bien.
Desde su infancia habían sido enemigos naturales. Él, arrogante. Ella, perfeccionista. Él, hijo del poderoso Anthony Walton. Ella, nieta del legendario James Macmillan. Ambos sabían desde el principio que no estaban allí solo para estudiar. Estaban para demostrar quién merecía heredar la corona de oro del mundo legal. Y ese día, él había ganado.
—No hay victoria sin sacrificio —dijo Liam desde el micrófono, sus ojos encontrando los de Olivia por un segundo—. Pero tampoco hay gloria sin competencia. Gracias por hacerme mejor… incluso aquellos que me desafiaron todos los días.
Sabía a quién se refería.
Ella clavó las uñas en la palma cerrada de su mano. No iba a llorar. No por él. No por esto. Liam siempre encontraba una forma de estar un paso adelante. Siempre tenía las palabras correctas. Siempre conseguía que el mundo girara a su favor.
Mientras los asistentes aplaudían de pie, Olivia se hundía en el asiento. No porque envidiara su éxito, sino porque, en el fondo, lo conocía mejor que nadie. Sabía que Liam no solo era talentoso… era peligroso. No había límite que no cruzara si se trataba de ganar.
Esa noche, en la fiesta de graduación organizada en un salón privado de Manhattan, las dos familias celebraban como si ya se tratara de una fusión real. Los Walton y los Macmillan brindaban entre risas, discursos y abrazos. James Macmillan alzó su copa, Anthony Walton lo imitó. Todos hablaban de futuro, de gloria compartida, de “los chicos”.
Las miradas entre Olivia y Liam continuaban cargadas de electricidad. Se cruzaban de lejos, evitándose con precisión quirúrgica, aunque no podían dejar de observarse. Ella reía con sus compañeros, él brindaba con los suyos, pero el roce de sus presencias era constante.
Ella se mantenía en un rincón, copa en mano, cuerpo tenso, escuchando a su madre presumir su título con orgullo. Liam, a pocos metros, rodeado de familiares y admiradores, fingía no notarla. Pero cada tanto, sus miradas se cruzaban… y el odio era tan evidente que se sentía como un hilo de fuego tensado entre ambos.
—Te felicito, Macmillan —le dijo Olivia, al pasar junto a él cerca del bar.
—¿Eso fue un cumplido, Walton, o sarcasmo bien disfrazado? —respondió él con una media sonrisa.
—Tú decide —replicó, alejándose con elegancia.
Esa noche, Olivia prometió que un día él tendría que inclinarse ante ella.
Y Liam, con una sonrisa imperceptible, pensaba exactamente lo mismo.
Max se desabrochó la camisa sin apuro, con esa seguridad que no necesita presumir, pero que lo invade todo. Cada botón que caía era una provocación muda. Su pecho quedó al descubierto bajo la luz tenue que llenaba la habitación de sombras que temblaban al ritmo de sus respiraciones.Luego bajó el pantalón.Mia lo observó sin poder pestañear, como si el mundo se hubiese detenido justo ahí, entre el crujido del cierre y el momento en que su dureza quedó expuesta ante sus ojos. Y entonces el tiempo se rompió. Su aliento se cortó.Era grande. Innegablemente. Pero lo que de verdad la estremeció fue la forma en que él la miraba: desafiante, pero también vulnerable, como si con ese acto le estuviera entregando una parte secreta de sí mismo.—¿Te va a entrar todo esto, Mia? —susurró él, con voz áspera, cargada de peligro y deseo—. Mírame. Y dime si quieres que pare ahora… porque después, nada va a detenerme.Tenía los dedos todavía dentro de ella. Sus caricias eran lentas, suaves, pero profun
Maximiliano llegó al apartamento de Mia a las 7:30 p.m. Ni un minuto más, ni uno menos. El reloj marcaba temprano para una cena... pero tarde para contener lo que venía sintiendo. Llevaba días, semanas, meses enteros postergando lo inevitable. Y esa noche, simplemente no podía esperar más.Tocó la puerta con decisión. Un toque seco. Corto. Firme. Y cuando Mia abrió, la visión de ella fue como un golpe directo al pecho.Estaba descalza, con el cabello recogido de forma descuidada y una blusa holgada que dejaba un hombro al descubierto. Sencilla. Desarmada. Hermosa. Pero su sonrisa, esa sonrisa... fue lo que terminó de quebrarlo por dentro.—Vaya… debes tener mucha hambre, llegaste temprano —dijo Mia con ese tono juguetón que lo hacía arder desde adentro.Él no respondió de inmediato. Sus ojos se quedaron fijos en los de ella como si buscaran algo más allá de lo evidente. Y entonces, cuando habló, su voz fue grave, baja, cargada de una tensión que se sentía más con el cuerpo que con los
La pantalla parpadeó una vez antes de desplegar la información. El silencio en la cueva era tan espeso como la tensión que se respiraba. Adrian se pasó una mano por el rostro, cansado, pero con los ojos encendidos de determinación.—Lo encontré —dijo al fin, rompiendo el mutismo. Todos se acercaron de inmediato, atraídos por el tono grave de su voz—. Este es el reporte oficial de la redada para capturar a Arturo Meneses, Colombia, hace más de dos décadas.El nombre encendió una chispa inmediata en cada uno de los presentes. Elijah frunció el ceño. Olivia contuvo el aliento. Maximiliano cruzó los brazos, con la mandíbula tensa.Adrian continuó, con el cursor resaltando los datos uno a uno en la pantalla.—Según el informe, Meneses murió durante el operativo. El gobierno declaró su muerte basándose en el cuerpo de su mano derecha, al que disfrazaron con documentación falsa. Una jugada sucia para cerrar el caso y silenciar la vergüenza.—¿Y la familia? —preguntó Lucas, la voz grave.—Ten
En tres segundos, la noche trasmutó en una silueta seductora. Luna subió al auto negro con una elegancia que heló la sangre de Lucas, Elijah y los agentes que los seguían con sigilo. Las ruedas arrancaron y, en el espejo retrovisor, los focos de Manhattan se diluyeron hasta convertirse en un rojo distante.La caravana avanzó por avenidas silenciosas, atravesando el puente hacia zonas donde el lujo se medía en portones de hierro y fuentes de mármol. El aire nocturno, denso y perfumado de pino, contrastaba con la tensión de la misión. Los agentes iban en dos vehículos: uno conteniendo a Luna en su vista, otro enfocado en el hombre que la esperaba, esa figura que se desdibujaba entre sombras, chaleco oscuro, aura poderosamente autoritaria.El auto se adentró en un barrio de mansiones inaccesibles. El convoy de Lucas ralentizó. Las cámaras térmicas captaban presencia humana, pero las cámaras convencionales no podían franquear los muros. El escolta de Luna regresó la mirada y sus labios se
Olviden todo lo que creían saber: la pieza que cae en su lugar no es una cifra, ni un testimonio… es Luna.Ella —su propia sombra— era la clave. En esa palabra se encerraba todo: traición, sangre, redención y el oscuro poder que emergía entre sus costuras. El aire estaba enrarecido, con la cadencia contenida de un presagio. En la cueva, la confianza brillaba por su ausencia, pero la determinación lo envolvía todo.Una luz enferma se colaba por las rendijas del salón cuando Ethan Marshall entró por el fondo, sin hacer ruido. Su rostro se esbozó en la penumbra como un lobo herido. Frente a él, Benjamin Walton se mantenía firme, tembloroso. Una mesa mínima entre ambos y una silla sola esperaba a ella, la verdadera presa de aquella noche.
En el instante en que cayeron las palabras de Ethan, el silencio se volvió una losa en aquella sala improvisada, rodeada de pantallas titilantes y documentos esparcidos. Cada respiración se sentía excesiva, como si estuvieran nadando entre un mar de secretos.Lucas bajó la mirada, dedos acariciando el borde de la carpeta que había caído sobre la mesa. Ethan permanecía de pie, con la espalda recta pero temblorosa, mirando a cada uno como si los viera por primera vez. Había confesado demasiado, pero aún mucho quedaba enterrado entre laberintos de poder.—Todo parecía aleatorio —murmuró Élijah, cruzando los brazos—. Nombres flotando en documentos, sin conexión tangible. Hasta ahora.Romano, de pie junto a la pared de pantallas, amplificó su voz al ver los rostros tumbados:—Arturo Meneses… es la clave. Un nombre que sacude los cimientos del cartel de Medellín y las operaciones globales de la Sombra.Las pantallas mostraban mapas financieros y rutas de dinero: transferencias crípticas ent
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