Entre Fuego y Hechizos

Entre Fuego y Hechizos ES

Fantasía
Última actualización: 2025-12-27
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Resumen
Índice

En un mundo dividido por la magia y el acero, dos reinos se enfrentan en una guerra silenciosa que arde bajo la superficie. Lirien, tierra de elfos y hombres bestia, vive envuelta en hechizos cotidianos, gobernada por un rey sabio incapaz de conjurar magia, pero dotado de una mente brillante. A su lado, Ainge, una joven hechicera de cabello dorado, crece como su protegida tras perder a su familia a manos de fanáticos antimagia. Mientras Ainge domina los secretos arcanos, se ve envuelta en las intrigas de la corte: el príncipe Alaric, un joven arrogante y caprichoso, y la princesa Serel, heredera astuta y calculadora. Pero el verdadero peligro acecha más allá de las montañas, en Skarn, un reino vikingo donde los humanos cabalgan dragones y la magia es considerada una amenaza. Allí, Kael, el comandante más joven y temido de la guardia, vive entre fuego y conquista. Seductor, rudo y apasionado, Kael es todo lo que Ainge debería evitar… pero también todo lo que su alma anhela. Su historia de amor prohibido se entrelaza con traiciones, batallas y secretos que podrían cambiar el destino de ambos reinos. Entre Fuego y Hechizos es una novela de ritmo ágil, con giros inesperados en cada capítulo, narrada como un antiguo relato que arde con magia, deseo y peligro.

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Capítulo 1

Capítulo 1: El Susurro de las Cenizas (Ainge)

El aire de Lirien era dulce, saturado del aroma a jazmín de los setos y el ligero ozono que dejaban los hechizos de limpieza matutinos. Ainge amaba ese olor. Era la fragancia de la civilización, de la seguridad y, sobre todo, de la magia aceptada.

Se inclinó sobre la fuente del patio central, donde un geiser de plata líquida se elevaba en el aire solo para congelarse en una intrincada filigrana antes de caer. Un hechizo de nivel tres, caprichoso y costoso.

—¿No te aburre? —preguntó una voz a sus espaldas.

Ainge no necesitó girarse. Reconocía la cadencia arrastrada y levemente burlona de la Princesa Serel. La hechicera, de apenas veinte años y con un cabello dorado que competía con el oro de la fuente, se enderezó.

—Me aburre la imperfección, Princesa. La filigrana de hielo tiene una simetría fractal que aún no puedo replicar sin agotar mis reservas. Es un buen desafío.

Serel, siempre impecable, caminó a su lado con la gracia de alguien que sabe que es la heredera. Sus ojos, del mismo azul helado que la fuente, no mostraban admiración, sino cálculo.

—Mi madre, la difunta reina, decía que los desafíos más interesantes no se encuentran en la simetría, Ainge. Sino en el caos. —Serel tomó una rosa mágica del seto, cuyos pétalos giraban eternamente sin caer, y la deshizo con un gesto rápido. No usó magia. Usó una mano enguantada de seda, una declaración de que el poder no siempre reside en lo arcano.

—El caos es lo que mató a mis padres, Princesa —replicó Ainge, sin permitir que el tono de Serel la afectara.

La mención fue deliberada. Ainge era la protegida del Rey, pero en la corte, su origen de huérfana de una masacre a manos de fanáticos antimagia de la frontera era una cicatriz que algunos, como Serel, disfrutaban pinchando.

—Por supuesto. Un recuerdo muy útil para mantener la lealtad, ¿verdad? —Serel sonrió, pero era una sonrisa sin calidez—. El Rey te valora, Ainge. Más de lo que valora a mi hermano, me temo. O a mí misma, en ocasiones. Eso es un arma de doble filo, querida.

Antes de que Ainge pudiera responder a la velada amenaza, la campana de la Torre del Augurio tocó tres veces, un sonido grave que interrumpía incluso la música de los vientos encantados.

—Ha llegado el correo de Skarn —dijo Serel, sus ojos brillando con una avidez inusual.

El Correo de Skarn. La tregua. Lirien (magia) y Skarn (acero/dragones) no estaban en guerra abierta, pero el intercambio de misivas era una formalidad tensa, un apretón de manos frío antes de una puñalada.

Minutos después, Ainge estaba en la Sala del Consejo, un lugar diseñado para hacer que uno se sintiera pequeño. El Rey Elmsworth IV, de mediana edad, sin un solo hilo de cabello gris pero con la sabiduría que superaba su incapacidad mágica, estaba sentado en la cabecera.

A su derecha, el Príncipe Alaric jugueteaba con el broche de su capa, su rostro atractivo y aburrido reflejando su desinterés habitual por los asuntos de Estado. A la izquierda, el Capitán Varen, jefe de la guardia, esperaba tenso.

El mayordomo colocó el pergamino en la mesa. No tenía sello de cera, sino una quemadura profunda y precisa en el borde, como si hubiese sido sellado por el propio fuego de dragón.

El Rey asintió a Ainge. "Léelo, Ainge. Tienes la mente más ágil y menos prejuicios que mi descendencia."

Ainge tomó el pergamino. La letra era áspera, angular, casi militar. Los términos eran esperados: demanda de territorios fronterizos, aumento de impuestos a las caravanas, y una negación a desmantelar sus puestos de guardia más avanzados. Pura provocación.

Pero al final, había una nota manuscrita. Un añadido que no parecía oficial.

Ainge sintió un escalofrío que no era mágico. Tuvo que forzarse a leer la última línea en voz alta, aunque su garganta se secó.

—"Y por orden del Jarl, se informa a Su Majestad que, para reforzar la voluntad de paz, el Comandante Kael, de la Guardia Dragón de Skarn, supervisará personalmente la zona de amortiguamiento durante las próximas cuatro semanas. Llevará consigo la disciplina de Skarn y el fuego de la justicia."

Se hizo un silencio gélido en la sala.

Alaric rompió el silencio con un bufido arrogante. —Kael. Ese bárbaro. ¿Qué necesidad tenemos de un perro guardián? El Jarl solo busca humillarnos.

—El Comandante Kael es muchas cosas, hijo —dijo el Rey, su voz baja y grave, por primera vez carente de ironía—. Pero no es un perro. Es el lobo que mató al último dragón de las Tierras Sombrías a los diecisiete años y el hombre que comanda a la mitad de su ejército. —El Rey miró a Ainge, aunque su mente parecía estar en las montañas.

—Es una declaración de guerra, Su Majestad —murmuró Ainge, sus manos temblando ligeramente por el pergamino. El fuego de ese sello parecía arder en su piel.

—No. Es una amenaza. Y una oportunidad —dijo el Rey, golpeando la mesa. Sus ojos se fijaron en Ainge con una intensidad que la hizo jadear.

—Ainge. Los espías nos dicen que el Comandante Kael es arrogante, que es fácilmente seducido por el poder y la belleza. Y, lo más importante, que odia la magia, pero es débil ante la persuasión femenina.

El Rey se reclinó, esbozando una sonrisa fina.

—Serás la acompañante de la delegación diplomática a la frontera. Irás a la línea de fuego, mi querida hechicera. Y si Lirien no puede doblegar a Skarn con tratados, tal vez lo dobleguemos con un poco de hechizo personal. No hay mejor agente que un alma que lleva el fuego de la venganza.

Ainge sintió que el aire mágico de la fuente se había esfumado, reemplazado por el olor a humo y peligro. El mandato era claro: la corte de los hechizos la enviaba a la tierra del acero para seducir y traicionar al hombre más peligroso de Skarn. Kael.

Mientras la reunión terminaba, Ainge se dirigió a sus aposentos. Un último hechizo diario: invocar un puñado de ceniza de sus padres, guardada en un diminuto vial de cristal. La ceniza, sin magia, caía como un suave susurro sobre su palma.

Para evitar el caos, debemos controlarlo.

Apretó el puñado de ceniza y sintió el calor de su propia magia encendiéndose. Dentro de cuatro días, estaría cara a cara con el hombre que cabalgaba dragones y odiaba todo lo que ella era. Y solo uno de los dos saldría ileso.

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Capítulo 1: El Susurro de las Cenizas (Ainge)
Capítulo 2: Veneno y Seda (Ainge)
Capítulo 3: La Disciplina del Fuego (Kael)
Capítulo 4: El Acero y el Jazmín
Capítulo 5: La Geometría de la Traición (Ainge)
Capítulo 6: El Peso de la Verdad (Kael)
Capítulo 7: El Encuentro del Honor
Capítulo 8: El Juego de Sombras
Capítulo 9: La Danza del Hilo
Capítulo 10: El Primer Movimiento
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