Mundo ficciónIniciar sesiónEn un mundo dividido por la magia y el acero, dos reinos se enfrentan en una guerra silenciosa que arde bajo la superficie. Lirien, tierra de elfos y hombres bestia, vive envuelta en hechizos cotidianos, gobernada por un rey sabio incapaz de conjurar magia, pero dotado de una mente brillante. A su lado, Ainge, una joven hechicera de cabello dorado, crece como su protegida tras perder a su familia a manos de fanáticos antimagia. Mientras Ainge domina los secretos arcanos, se ve envuelta en las intrigas de la corte: el príncipe Alaric, un joven arrogante y caprichoso, y la princesa Serel, heredera astuta y calculadora. Pero el verdadero peligro acecha más allá de las montañas, en Skarn, un reino vikingo donde los humanos cabalgan dragones y la magia es considerada una amenaza. Allí, Kael, el comandante más joven y temido de la guardia, vive entre fuego y conquista. Seductor, rudo y apasionado, Kael es todo lo que Ainge debería evitar… pero también todo lo que su alma anhela. Su historia de amor prohibido se entrelaza con traiciones, batallas y secretos que podrían cambiar el destino de ambos reinos. Entre Fuego y Hechizos es una novela de ritmo ágil, con giros inesperados en cada capítulo, narrada como un antiguo relato que arde con magia, deseo y peligro.
Leer másEl aire de Lirien era dulce, saturado del aroma a jazmín de los setos y el ligero ozono que dejaban los hechizos de limpieza matutinos. Ainge amaba ese olor. Era la fragancia de la civilización, de la seguridad y, sobre todo, de la magia aceptada.
Se inclinó sobre la fuente del patio central, donde un geiser de plata líquida se elevaba en el aire solo para congelarse en una intrincada filigrana antes de caer. Un hechizo de nivel tres, caprichoso y costoso. —¿No te aburre? —preguntó una voz a sus espaldas. Ainge no necesitó girarse. Reconocía la cadencia arrastrada y levemente burlona de la Princesa Serel. La hechicera, de apenas veinte años y con un cabello dorado que competía con el oro de la fuente, se enderezó. —Me aburre la imperfección, Princesa. La filigrana de hielo tiene una simetría fractal que aún no puedo replicar sin agotar mis reservas. Es un buen desafío. Serel, siempre impecable, caminó a su lado con la gracia de alguien que sabe que es la heredera. Sus ojos, del mismo azul helado que la fuente, no mostraban admiración, sino cálculo. —Mi madre, la difunta reina, decía que los desafíos más interesantes no se encuentran en la simetría, Ainge. Sino en el caos. —Serel tomó una rosa mágica del seto, cuyos pétalos giraban eternamente sin caer, y la deshizo con un gesto rápido. No usó magia. Usó una mano enguantada de seda, una declaración de que el poder no siempre reside en lo arcano. —El caos es lo que mató a mis padres, Princesa —replicó Ainge, sin permitir que el tono de Serel la afectara. La mención fue deliberada. Ainge era la protegida del Rey, pero en la corte, su origen de huérfana de una masacre a manos de fanáticos antimagia de la frontera era una cicatriz que algunos, como Serel, disfrutaban pinchando. —Por supuesto. Un recuerdo muy útil para mantener la lealtad, ¿verdad? —Serel sonrió, pero era una sonrisa sin calidez—. El Rey te valora, Ainge. Más de lo que valora a mi hermano, me temo. O a mí misma, en ocasiones. Eso es un arma de doble filo, querida. Antes de que Ainge pudiera responder a la velada amenaza, la campana de la Torre del Augurio tocó tres veces, un sonido grave que interrumpía incluso la música de los vientos encantados. —Ha llegado el correo de Skarn —dijo Serel, sus ojos brillando con una avidez inusual. El Correo de Skarn. La tregua. Lirien (magia) y Skarn (acero/dragones) no estaban en guerra abierta, pero el intercambio de misivas era una formalidad tensa, un apretón de manos frío antes de una puñalada. Minutos después, Ainge estaba en la Sala del Consejo, un lugar diseñado para hacer que uno se sintiera pequeño. El Rey Elmsworth IV, de mediana edad, sin un solo hilo de cabello gris pero con la sabiduría que superaba su incapacidad mágica, estaba sentado en la cabecera. A su derecha, el Príncipe Alaric jugueteaba con el broche de su capa, su rostro atractivo y aburrido reflejando su desinterés habitual por los asuntos de Estado. A la izquierda, el Capitán Varen, jefe de la guardia, esperaba tenso. El mayordomo colocó el pergamino en la mesa. No tenía sello de cera, sino una quemadura profunda y precisa en el borde, como si hubiese sido sellado por el propio fuego de dragón. El Rey asintió a Ainge. "Léelo, Ainge. Tienes la mente más ágil y menos prejuicios que mi descendencia." Ainge tomó el pergamino. La letra era áspera, angular, casi militar. Los términos eran esperados: demanda de territorios fronterizos, aumento de impuestos a las caravanas, y una negación a desmantelar sus puestos de guardia más avanzados. Pura provocación. Pero al final, había una nota manuscrita. Un añadido que no parecía oficial. Ainge sintió un escalofrío que no era mágico. Tuvo que forzarse a leer la última línea en voz alta, aunque su garganta se secó. —"Y por orden del Jarl, se informa a Su Majestad que, para reforzar la voluntad de paz, el Comandante Kael, de la Guardia Dragón de Skarn, supervisará personalmente la zona de amortiguamiento durante las próximas cuatro semanas. Llevará consigo la disciplina de Skarn y el fuego de la justicia." Se hizo un silencio gélido en la sala. Alaric rompió el silencio con un bufido arrogante. —Kael. Ese bárbaro. ¿Qué necesidad tenemos de un perro guardián? El Jarl solo busca humillarnos. —El Comandante Kael es muchas cosas, hijo —dijo el Rey, su voz baja y grave, por primera vez carente de ironía—. Pero no es un perro. Es el lobo que mató al último dragón de las Tierras Sombrías a los diecisiete años y el hombre que comanda a la mitad de su ejército. —El Rey miró a Ainge, aunque su mente parecía estar en las montañas. —Es una declaración de guerra, Su Majestad —murmuró Ainge, sus manos temblando ligeramente por el pergamino. El fuego de ese sello parecía arder en su piel. —No. Es una amenaza. Y una oportunidad —dijo el Rey, golpeando la mesa. Sus ojos se fijaron en Ainge con una intensidad que la hizo jadear. —Ainge. Los espías nos dicen que el Comandante Kael es arrogante, que es fácilmente seducido por el poder y la belleza. Y, lo más importante, que odia la magia, pero es débil ante la persuasión femenina. El Rey se reclinó, esbozando una sonrisa fina. —Serás la acompañante de la delegación diplomática a la frontera. Irás a la línea de fuego, mi querida hechicera. Y si Lirien no puede doblegar a Skarn con tratados, tal vez lo dobleguemos con un poco de hechizo personal. No hay mejor agente que un alma que lleva el fuego de la venganza. Ainge sintió que el aire mágico de la fuente se había esfumado, reemplazado por el olor a humo y peligro. El mandato era claro: la corte de los hechizos la enviaba a la tierra del acero para seducir y traicionar al hombre más peligroso de Skarn. Kael. Mientras la reunión terminaba, Ainge se dirigió a sus aposentos. Un último hechizo diario: invocar un puñado de ceniza de sus padres, guardada en un diminuto vial de cristal. La ceniza, sin magia, caía como un suave susurro sobre su palma. Para evitar el caos, debemos controlarlo. Apretó el puñado de ceniza y sintió el calor de su propia magia encendiéndose. Dentro de cuatro días, estaría cara a cara con el hombre que cabalgaba dragones y odiaba todo lo que ella era. Y solo uno de los dos saldría ileso.El aire del Valle de las Cicatrices estaba más denso de lo habitual. No era el viento helado de Skarn ni la bruma que descendía de las montañas; era un silencio cargado de expectativas. Kael estaba en su posición en la colina, con Vidar descansando a su lado, su mirada fija en el horizonte donde se encontraba la delegación de Lirien. El hilo de seda de cristal que Ainge había enviado reposaba en su mano, delicadamente enrollado, pero imposible de ignorar.Su primera reacción había sido medirlo, analizarlo, asegurarse de que no contenía trampas ni magia activa. Pero había algo más en él: un patrón, un orden, un mensaje que iba más allá de la superficie. Cada línea, cada pequeño pliegue en el pergamino, hablaba de observación y precisión, de un entendimiento profundo de su código de honor. Kael lo entendió en segundos, pero su orgullo le impedía reconocerlo abiertamente.—Vidar —susurró, acariciando el hocico del dragón—. Ha llegado el momento de actuar, no de esperar.El dragón dejó es
El sol se alzaba pálido sobre el Valle de las Cicatrices, filtrando rayos entre las nubes grises que Skarn parecía atrapar con su propio aliento. Ainge estaba en su tienda, rodeada de pergaminos, mapas y pequeños instrumentos de concentración mágica. La vela junto a su escritorio lanzaba un brillo tembloroso sobre la superficie del hilo de seda cristalina, que ahora reposaba sobre un almohadón de terciopelo verde bosque.Ella cerró los ojos y respiró hondo, recordando la reacción de Kael al recibir la corrección del documento. No había duda: su orgullo y disciplina lo habían obligado a actuar, a mostrar interés, pero no había cedido a la provocación más allá de la obligación de honor. Era el primer paso, y Ainge sabía que la siguiente fase debía ser más sutil. Más peligrosa.—Para que un hombre como Kael se mueva por curiosidad —murmuró para sí misma—, debo usar algo que él valore más que la fuerza o la magia: la verdad de su pasado.El broche de amatista que contenía el hilo fue acti
El amanecer en el campamento de Lirien llegó con una calma engañosa. Los vientos de Skarn seguían azotando los mojones fronterizos, arrastrando polvo y hojas secas, pero la atmósfera estaba cargada de expectación. Ainge se movía entre los planos y mapas extendidos sobre la mesa de guerra, revisando la información que había enviado la víspera a Kael. Cada coordenada, cada anotación marginal, cada cifra y símbolo, era parte de un patrón que solo ella comprendía completamente.—Capitán Varen —dijo, sin levantar la vista—. Prepare a los mensajeros. No llevarán armas, ni siquiera runas de protección. Solo información y precisión.Varen asintió, aunque su ceño permanecía fruncido. —Señorita, ¿está segura de que Skarn recibirá el mensaje sin sospechar nada?—No es el mensaje lo que importa —replicó Ainge, con un destello de ironía—. Es la obligación de Kael. Su honor le obligará a reaccionar. Esa es la primera regla de la disciplina.El Capitán soltó un suspiro resignado. Sabía que la hechic
El Valle de las Cicatrices estaba silencioso, salvo por el silbido del viento que recorría las piedras gastadas y los mojones tallados con runas de advertencia. Kael llegó antes que nadie. Vidar descendió lentamente, sus alas plegadas, y el dragón se posó en la colina que dominaba la línea fronteriza. Desde allí, Kael podía observar cada movimiento, cada sombra de Lirien que se aproximaba. La disciplina de su pueblo le había enseñado que la paciencia, como el acero, puede cortar más profundo que la espada.Ainge llegó poco después, acompañada únicamente por el Capitán Varen, que mantenía la mano sobre el pomo de su espada, aunque sabía que no sería necesaria. El aire estaba impregnado del aroma a jazmín de Ainge, una nota que se sentía casi insolente en aquel páramo de humo y hierro. Kael la observó aproximarse con una frialdad controlada, midiendo cada paso, cada gesto.—Hechicera —dijo, su voz resonando sobre el viento—. Veo que ha llegado sola.Ainge inclinó levemente la cabeza, si
El mensajero de Lirien llegó al anochecer, cuando el cielo de Skarn se teñía de un rojo apagado, como una herida que se cierra mal. No llevaba armas. No llevaba escolta. Eso, por sí solo, era una declaración.Kael observó desde la colina mientras el elfo avanzaba con pasos medidos, resistiendo el viento como si fuera parte del terreno. No había miedo en su postura, solo cautela. Disciplina prestada. Kael permitió el acercamiento.—Habla —ordenó cuando el mensajero estuvo a una distancia prudente.—Traigo un documento oficial de Lirien para el Comandante Kael —dijo el elfo, inclinándose—. Una corrección crítica sobre la demarcación de la cuenca oriental. La hechicera Ainge solicita que lo lea personalmente.Kael no reaccionó al nombre. No delante de nadie. Tomó el pergamino sin tocar la mano del mensajero y lo examinó con atención. No había sello mágico. No había runas ocultas. El papel era ordinario, incluso tosco. Demasiado simple para Lirien.—Puedes retirarte —dijo.El elfo no se m
El campamento de Lirien era una burbuja de orden y encantamiento en el páramo. Los magos de apoyo habían levantado barreras sutiles contra el viento de Skarn y un domo de invisibilidad parcial para disuadir a los espías. Dentro, la tienda de Ainge era un oasis, aunque la decoración de seda contrastaba con la mesa de guerra temporal que ahora ocupaba el centro.Ainge pasó las primeras horas después del encuentro analizando a Kael. No sus palabras, que eran una obvia defensa militar, sino su lenguaje corporal. La forma en que sus dedos se apretaban en los guanteletes, la rigidez de su cuello. Y, sobre todo, la pequeña pieza de madera quemada y seda atada a su cinturón.El fragmento. Era de las Tierras Sombrías.—¿Qué piensa, Ainge? —preguntó el Capitán Varen, de pie a su lado. El Capitán era leal al Rey, pero desconfiaba de las hechiceras, y especialmente de las misiones que no requerían espadas.—Pienso que es un hombre de disciplina impecable. Y eso lo hace predecible. La disciplina e
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