El amanecer en el campamento de Lirien llegó con una calma engañosa. Los vientos de Skarn seguían azotando los mojones fronterizos, arrastrando polvo y hojas secas, pero la atmósfera estaba cargada de expectación. Ainge se movía entre los planos y mapas extendidos sobre la mesa de guerra, revisando la información que había enviado la víspera a Kael. Cada coordenada, cada anotación marginal, cada cifra y símbolo, era parte de un patrón que solo ella comprendía completamente.
—Capitán Varen —dijo, sin levantar la vista—. Prepare a los mensajeros. No llevarán armas, ni siquiera runas de protección. Solo información y precisión.
Varen asintió, aunque su ceño permanecía fruncido. —Señorita, ¿está segura de que Skarn recibirá el mensaje sin sospechar nada?
—No es el mensaje lo que importa —replicó Ainge, con un destello de ironía—. Es la obligación de Kael. Su honor le obligará a reaccionar. Esa es la primera regla de la disciplina.
El Capitán soltó un suspiro resignado. Sabía que la hechic