Inicio / Fantasía / Entre Fuego y Hechizos / Capítulo 2: Veneno y Seda (Ainge)
Capítulo 2: Veneno y Seda (Ainge)

El salón de sastrería de la corte era un torbellino de colores flotantes y murmullos de seda. Los elfos costureros, con dedos ágiles y cargados de anillos de enfoque mágico, teñían telas en el aire con pigmentos extraídos de la luz lunar.

Ainge, sin embargo, no prestaba atención a la fina túnica de viaje que le ajustaban. Estaba concentrada en el único objeto que el Rey Elmsworth le había entregado personalmente: un brazalete de plata pulida con un único rubí opaco incrustado.

—No es mágico, pero está encantado —le había dicho el Rey con una sonrisa enigmática—. Una protección contra ciertos métodos de interrogatorio rudos que suelen usar los de Skarn.

Protección contra la tortura. Eso sí que inspira confianza.

—¿Y qué protección tengo contra los métodos de la corte, Su Majestad? —había preguntado Ainge, desafiando.

—Ninguna, querida. La corte enseña. Skarn, en cambio, mata sin enseñar nada. Es mejor que aprendas aquí.

El recuerdo la hizo estremecer. La guerra de Lirien se libraba con hechizos, diplomacia y veneno. La guerra de Skarn, con fuego, acero y ferocidad. Y ella se dirigía al encuentro entre ambas.

La Conversación Inesperada

La puerta se abrió y entró el Príncipe Alaric, su entrada siempre ruidosa y teatral. Los costureros se inclinaron hasta el suelo. Ainge frunció el ceño. Alaric rara vez se dignaba a hablar con ella fuera de las reuniones formales.

—He oído de la misión, Ainge —dijo, dando vueltas a su alrededor como un depredador aburrido. Llevaba su uniforme de gala, impecable pero inmerecido, pues su mayor proeza militar era ganar un torneo de tiro con arco que él mismo había organizado.

—No es una misión, Príncipe. Es una delegación diplomática.

—Tonterías. Eres un peón. El Rey te está ofreciendo a ese bárbaro, Kael, como distracción. Quiere que creas que estás seduciendo al comandante, pero en realidad está comprando tiempo para que Serel mueva sus fichas.

Ainge se puso tensa. Alaric era arrogante, pero no era tonto. Y su resentimiento hacia su hermana y su padre era un hecho público.

—¿Y por qué me adviertes, Príncipe?

Alaric se acercó, su aliento a vino especiado. —Porque Kael es peligroso. Y porque no puedo soportar la idea de que ese salvaje se divierta con la protegida de mi padre antes que yo. —Había lujuria y celos en sus ojos. Un insulto apenas velado.

—No soy una cortesana para tu entretenimiento, Príncipe, ni una ofrenda para el suyo.

—Toda mujer en esta corte es una herramienta, Ainge. La única diferencia es si sabe que lo es. Vuelve con información útil, y quizás te recompense. Vuelve deshonrada, y me aseguraré de que las cenizas de tus padres no sean lo único que quede de ti.

Alaric salió tan abruptamente como había entrado, dejando tras de sí un rastro de poder y amenaza vacía. Ainge sintió que la corte era más letal que cualquier dragón.

Recordando el Fuego

Ainge pasó la noche en la biblioteca privada del Rey, estudiando los archivos de Skarn. La mayoría eran advertencias: "Pueblo rudo, sin respeto por la Magia Mayor," "Utilizan bestias de fuego como caballería," "Su código de honor es el del guerrero: brutal y directo."

Leyó sobre Kael: su ascenso meteórico, su fama de ser indomable y su absoluta lealtad al Jarl. También leyó un viejo informe militar sobre un ataque en la frontera de Lirien, siete años atrás.

—Fuerzas de Skarn no involucradas. Ataque liderado por fanáticos del Culto del Sol y la Espada, renegados de Lirien y Skarn, que consideran la magia una abominación.

Sus padres, simples boticarios mágicos de la frontera, habían sido los primeros objetivos. Ainge, de trece años, había visto el resplandor rojo del fuego y el humo, antes de que un centinela la encontrara en el bosque, oculta por un hechizo de camuflaje que su madre le había susurrado.

No había dragones. Solo fanáticos que odiaban la magia. Sin embargo, el recuerdo del fuego era idéntico a la quemadura en el pergamino de Skarn: brutal y directo.

La Herramienta de Magia

Ainge cerró el pesado tomo. Se dirigió al balcón de su habitación. La luna llena iluminaba los jardines encantados. Cerró los ojos y alzó las manos.

Ella no solo conjuraba; moldeaba. Sus dedos se movieron con precisión, no en grandes arcos dramáticos, sino con pequeños tirones en el tejido de la realidad. Invocó una esfera de luz pura, tan densa que era casi sólida. Flotó sobre su palma, tan brillante que parecía devorar la luz de la luna.

No era suficiente. La misión no requería solo fuerza, sino sutileza. El Rey quería un hechizo personal.

Se concentró en el rubí del brazalete de plata. Lo tocó con la punta del dedo. El rubí se calentó levemente.

Susurró un juramento en un dialecto arcano: Lirien me dio un hogar. Les daré la victoria. Me enviaron como una herramienta, y seré la herramienta más afilada que hayan tenido.

El rostro de Kael, tal como lo describían los informes ("mandíbula dura, cicatriz de quemadura sobre el ojo, ojos de un gris gélido"), apareció en su mente. Ella tenía que odiarlo. Tenía que verlo como el enemigo que representaba a la brutalidad.

Pero la última descripción de los archivos era la más inquietante: "Un hombre que cree en lo que lucha. Nunca ha traicionado a su pueblo."

Esa pureza de propósito, ese núcleo de lealtad, era el único aspecto de Kael que Ainge, la hechicera de la corte, no estaba segura de poder romper con su magia ni con su seducción.

Se fue a dormir, pero el sueño no vino. Solo el susurro del fuego de las cenizas de su pasado, mezclado con la imagen del guerrero que cabalgaba dragones. El juego había comenzado, y Ainge sabía que, en la corte, la seda y el veneno eran a menudo la misma cosa.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP