El mensajero de Lirien llegó al anochecer, cuando el cielo de Skarn se teñía de un rojo apagado, como una herida que se cierra mal. No llevaba armas. No llevaba escolta. Eso, por sí solo, era una declaración.
Kael observó desde la colina mientras el elfo avanzaba con pasos medidos, resistiendo el viento como si fuera parte del terreno. No había miedo en su postura, solo cautela. Disciplina prestada. Kael permitió el acercamiento.
—Habla —ordenó cuando el mensajero estuvo a una distancia prudente.
—Traigo un documento oficial de Lirien para el Comandante Kael —dijo el elfo, inclinándose—. Una corrección crítica sobre la demarcación de la cuenca oriental. La hechicera Ainge solicita que lo lea personalmente.
Kael no reaccionó al nombre. No delante de nadie. Tomó el pergamino sin tocar la mano del mensajero y lo examinó con atención. No había sello mágico. No había runas ocultas. El papel era ordinario, incluso tosco. Demasiado simple para Lirien.
—Puedes retirarte —dijo.
El elfo no se m