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Capítulo 5: La Geometría de la Traición (Ainge)

El campamento de Lirien era una burbuja de orden y encantamiento en el páramo. Los magos de apoyo habían levantado barreras sutiles contra el viento de Skarn y un domo de invisibilidad parcial para disuadir a los espías. Dentro, la tienda de Ainge era un oasis, aunque la decoración de seda contrastaba con la mesa de guerra temporal que ahora ocupaba el centro.

Ainge pasó las primeras horas después del encuentro analizando a Kael. No sus palabras, que eran una obvia defensa militar, sino su lenguaje corporal. La forma en que sus dedos se apretaban en los guanteletes, la rigidez de su cuello. Y, sobre todo, la pequeña pieza de madera quemada y seda atada a su cinturón.

El fragmento. Era de las Tierras Sombrías.

—¿Qué piensa, Ainge? —preguntó el Capitán Varen, de pie a su lado. El Capitán era leal al Rey, pero desconfiaba de las hechiceras, y especialmente de las misiones que no requerían espadas.

—Pienso que es un hombre de disciplina impecable. Y eso lo hace predecible. La disciplina es una jaula —dijo Ainge, trazando líneas en un mapa desgastado de la zona de amortiguamiento.

—Es un bárbaro. Lo doblegará en la cama. El Rey lo dijo.

Ainge frunció el ceño. Odiaba esa parte del mandato, no solo por la implicación personal, sino porque era un error táctico subestimar a su oponente.

—El Rey subestima el fuego de Skarn. Kael odia la magia, Capitán. Él no es como Alaric, que solo busca una conquista. Kael busca una aniquilación. Si entro en su tienda con intenciones obvias, me apuñalará. O, peor, me enviará de vuelta humillada.

—¿Entonces?

Ainge se inclinó sobre el mapa. La línea de demarcación era una recta aburrida. Pero Kael, al ordenar el repliegue, había creado un triángulo perfecto. El vértice era la colina más alta, donde se había posado Vidar. La base era la franja de valles que Lirien reclamaba.

—Nos está observando desde esa colina. Y está buscando mi debilidad. La magia es el orgullo de Lirien, pero es también nuestra mayor extravagancia. Él esperará que lo ataque con fuerza.

Ainge sonrió, la sonrisa fría que había aprendido de Serel.

—No. Lo atacaré con algo que Skarn no puede controlar: curiosidad.

La Pieza Faltante

Esa noche, Ainge se dirigió sola a la Tienda de Encantamientos, una de las pocas estructuras de Lirien que mantenía una fuerte protección mágica. Allí estaba la única maga que viajaba con la delegación, una anciana elfa, Maestra Elara, cuyo poder era sutil, enfocado en el escrutinio y la manipulación de información.

—Maestra, necesito un objeto simple que pueda cruzar la frontera sin ser detectado por las defensas anti-magia de Skarn —pidió Ainge.

Elara la miró con sus ojos plateados. —Skarn usa runas de hierro para "apagar" la magia. Cualquier cosa encantada que cruce la línea será detectada y destruida al instante.

—Lo sé. Por eso no será un objeto encantado, sino un objeto de enfoque. Algo que solo sirva como un portal diminuto para mi conciencia.

Elara sopesó la idea. —Podría tejer un fino hilo de seda de cristal. Es casi invisible y la magia en él es tan débil que solo tú podrías activarla. ¿Qué quieres enviar a ese salvaje? ¿Un mensaje de amor?

—Un mensaje de desafío. Pero más importante, de información —replicó Ainge.

La Maestra Elara tejió un hilo en el aire, casi transparente, que brilló con un tenue tono azul. Ainge lo tomó. En su mano, parecía frágil.

El Cebo

Ainge volvió a su mesa de guerra. Tomó el informe oficial de la masacre de sus padres. No el documento formal del Rey, sino el registro personal de la guardia fronteriza que la había rescatado.

El informe describía el ataque, mencionando que los fanáticos antimagia habían sido repelidos, pero no sin antes incendiar dos aldeas. Y, crucialmente, mencionaba a un grupo de Skarn que se había unido a la milicia de Lirien para luchar contra el Culto del Sol y la Espada. Un grupo liderado por un joven teniente conocido por su ferocidad: Kael.

Ainge se dio cuenta de la ironía: Kael odiaba la magia, pero su primer acto conocido de heroísmo fue defender a gente que usaba magia de fanáticos que odiaban la magia más que él.

Tomó la hoja más relevante del informe, la que mencionaba la participación del joven Kael, y la dobló en un diminuto cuadrado.

Luego, ató el hilo de seda de cristal a un pequeño broche de amatista que usaba para sujetar su cabello, y lo escondió en el pliegue del papel.

—La geometría de la traición —murmuró.

Si Kael había defendido las Tierras Sombrías de los fanáticos, y llevaba un fragmento quemado de esa tierra, eso significaba que la masacre de sus padres no le era indiferente. Su odio a la magia no era absoluto; era condicionado.

Su plan era simple: enviaría el documento. Un pretexto tonto. Diría que contenía un error en la demarcación territorial. Pero el verdadero mensaje estaría escondido en ese pliegue, destinado a tocar la fibra de su honor.

Te enviaron a resistir a una hechicera, Kael. Yo te envío una verdad que cuestiona tu disciplina. Si eres un hombre de honor, investigarás.

El acto de enviar el documento requería la presencia de un emisario. Y eso significaba que Kael tendría que salir de su fortaleza en la colina para recibirlo. La primera etapa no era la seducción. Era la obligación. Ainge lo obligaría a reunirse.

Al amanecer, Ainge llamó a Varen.

—Capitán, envíe un mensajero. Un elfo rápido, que no porte armas. El documento contiene una "corrección crítica" sobre la demarcación de la cuenca. Pídale al Comandante Kael que lo lea personalmente.

—¿Y si lo destruye?

—No lo hará. Si Lirien tiene razón, incluso en un detalle minúsculo, él no permitirá que su honor se vea empañado. Es la disciplina del fuego, Capitán. Él la respeta más de lo que nos odia a nosotros.

Ainge observó al mensajero partir. El viento helado de Skarn se llevó el aroma a jazmín de su tienda. Ella había lanzado el cebo. Ahora solo tenía que esperar a que el lobo indomable se acercara a la trampa. El juego de Lirien no era de magia o acero, sino de información. Y Ainge sabía que ella ya tenía una pieza que Kael no poseía.

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