Mundo ficciónIniciar sesiónEl viento de Skarn no era dulce. Era un castigo helado que olía a humo de roble y sal marina. Kael lo respiró hondo, dejando que le quemara los pulmones. Era el olor de su hogar, de la fuerza y de la disciplina.
Estaba en el foso de entrenamiento, bajo la luz ocre de una mañana temprana. No vestía su armadura ceremonial, solo cuero curtido y botas pesadas. Su mano derecha sostenía un hacha de combate, una extensión natural de su brazo. Su oponente era Ulf, un guerrero veterano con más cicatrices que años. Kael se movía con una precisión brutal, forzando a Ulf a retroceder. No era solo fuerza, era el entendimiento del vacío: el espacio que el enemigo deja por miedo, fatiga o arrogancia. —¡El vacío! —gritó Kael, y su hacha encontró el hueco en la guardia de Ulf, no para herir, sino para desarmar. El hacha de Ulf cayó con un clang resonante. Ulf, jadeando, se inclinó. —Tus golpes son más fríos que el glaciar del norte, Comandante. —Y deben serlo, Ulf. El fuego de la pasión se apaga. El hielo de la disciplina, nunca. Kael se volteó para mirar a la legión reunida. Cientos de rostros curtidos por el sol y el fuego. Su guardia, los Corazones de Dragón. —¡Lirien confía en sus fantasías! —resonó su voz en el valle—. Confían en el aire, el agua, la luz. Elementos débiles que se rompen bajo el peso del acero. ¡Nosotros confiamos en la Tierra y en el Fuego! Porque el Fuego quema la mentira. ¡Y la Tierra da sustento a la verdad! Un rugido atronador respondió a sus palabras, y el suelo tembló. No era la voz de los hombres, sino la de Vidar, su dragón. Kael subió la colina hacia el nido de Vidar. El dragón era una bestia imponente, con escamas de bronce y una mirada inteligente en sus ojos ámbar. Vidar no era una mascota ni una montura; era un compañero de armas, unido a Kael desde su infancia. Vidar inclinó la cabeza, dejando escapar una ráfaga de aire caliente con olor a azufre. Kael tocó el hocico del dragón, sintiendo el calor intenso bajo las escamas. —Vamos a la frontera, amigo —dijo Kael, hablando con el dragón no con palabras, sino con un dialecto gutural y susurrado que solo la Legión conocía—. El Jarl nos envía a mostrar el puño. Y el Rey Elmsworth nos envía a sus tejedores de aire, a sus encantadores. La Conversación con el Jarl Kael fue llamado a la Gran Sala, una caverna natural tallada en la roca, donde el Jarl Bor, un hombre que parecía más viejo que las montañas, estaba sentado en su trono de hierro forjado. —Kael —el Jarl habló, su voz como el roce de piedras—. ¿Estás listo para esta farsa? —Estoy listo para defender Skarn. Si Lirien busca la paz, la aceptaremos. Si buscan la guerra, la terminaremos. —Elmsworth no busca la paz. Busca la distracción. Y la distracción tiene forma de mujer joven y mágica —dijo el Jarl, con una mueca de desprecio—. Me han informado que su principal agente diplomático será su protegida personal. Una hechicera. Ainge. Kael se mantuvo impasible. —La Magia Mayor de Lirien es una molestia, Jarl, pero no una amenaza. Un buen acero es inmune a sus trucos. —La hechicería es un veneno lento —advirtió el Jarl, sus ojos fijos en la cicatriz sobre el ojo de Kael. Una quemadura antigua, de su adolescencia, un recordatorio físico de lo que era capaz el "caos" mágico—. Yo no quiero su paz, Kael. Quiero la unidad. Skarn y Lirien deben ser uno. Kael comprendió. La misión del Jarl era más grande que una escaramuza fronteriza. Era una prueba. —¿El Jarl busca la unificación a través de la fuerza? —La fuerza es la única unificación que el tiempo no rompe. Sin embargo, no necesitamos derramar sangre, por ahora. Necesitamos que el plan de Elmsworth fracase. Necesitan creer que su hechicera falló en su misión de seducir y distraer. El Jarl se inclinó. —Kael, eres el más joven, el más temido. Y, dicen, el más apasionado en la batalla. Tu debilidad es tu disciplina. No permitas que esta elfa o mujer mágica use sus trucos de seda. Si ella intenta atraparte, que sea ella quien quede atrapada por el honor de Skarn. —Ella no me atrapará —dijo Kael, su voz firme y sin emoción. —Bien. Porque si ella te doblega, no solo habrás traicionado a Skarn, sino que habrás probado que el fuego de la magia es más fuerte que el fuego de tu dragón. El Caballero de la Ceniza Mientras se preparaba para montar, Kael miró su reflejo en su yelmo pulido. Una cicatriz sutil marcaba su mandíbula, y la más antigua, la quemadura, cruzaba su ceja izquierda, recordando un pasado que prefería olvidar. Magia. Había presenciado el caos que podía causar, el odio irracional que podía despertar. Sus padres, unos simples herreros, habían sido arrastrados a la guerra de fronteras. El fuego de la magia había dejado cenizas. El fuego de dragón, en cambio, purificaba y fortalecía. Al acercarse a Vidar, Kael vio algo al pie del nido. No era suyo. Era un fragmento carbonizado de madera, no más grande que su pulgar, envuelto en un hilo fino de seda. Lo recogió. La madera olía a humedad, pero la seda, sutilmente, olía a jazmín y ozono. Lirien. Una premonición, helada y repentina, lo recorrió. La guerra por venir no sería con acero o hechizos masivos. Sería un juego de almas, de engaños y de disciplina. Kael subió a la silla de montar, su armadura fría contra su piel. Vidar se irguió, sus enormes alas se desplegaron proyectando sombras sobre el valle. —A la frontera, Vidar —ordenó Kael. El dragón rugió, un trueno de fuego contenido. Y mientras surcaban el cielo hacia el sur, Kael apretó el fragmento de madera y seda. Se dijo a sí mismo que la hechicera Ainge era solo una misión. Una distracción peligrosa. Pero por primera vez en años, el comandante indomable sintió una punzada de emoción que no era rabia de batalla, sino una curiosidad que olía tanto a prohibido como a peligroso.






