Hace quince años, las manadas Blacknight y Moonlight eran aliadas. Sus Alfas —el abuelo de Devon y el abuelo de Alina— habían forjado una sólida amistad basada en la cooperación y el comercio. Con la esperanza de unir aún más sus clanes, pactaron un matrimonio entre sus nietos. Pero una tercera manada, los Darkfang, temiendo la unión de ambos linajes y su creciente poder, con el joven Alfa Adriel a la cabeza, conspiraron en secreto. —Este es el matrimonio que rogaste, ¿te gusta? Alina sintió que el corazón se le partía. No era solo el desprecio en sus palabras, sino la contradicción en sus gestos. Él la deseaba. Estaba claro. Pero se odiaba por ello. Y usaba esas palabras duras como un muro, como una barrera para protegerse de algo que ni siquiera se atrevía a nombrar. Ella ladeó la cabeza. Y una lágrima rodó silenciosa por su mejilla. —No me arrepiento de haberme casado contigo, Devon —dijo, con voz suave, dolida pero firme—. No me arrepiento de que seas mi esposo. Lo miró a los ojos, sin miedo ahora. —El que tiene miedo… eres tú, ¿verdad? Me has estado evitando a propósito durante tres meses, ¿verdad? Devon retrocedió medio paso. Como si sus palabras lo hubieran herido más que cualquier arma. El silencio volvió a caer entre ellos, espeso. Tenso. Pero no duró mucho. De pronto, Devon pareció romperse por dentro. Como si todas las emociones contenidas durante meses se derramaran de golpe. Se inclinó sobre ella y la besó. No con dulzura. Sino con rabia. Con frustración. Con hambre.
Leer másEl sol caía como un río de oro sobre las montañas, tiñendo el claro de destellos cálidos. Allí corrían Alina y Marianne, sus risas rebotando entre los pinos como campanas. Eran gemelas idénticas, inseparables… aunque Alina había nacido unos minutos después, siempre con esa chispa distinta en los ojos, un corazón marcado por la rebeldía.
—Mi compañero tendrá los ojos como el cielo antes de la tormenta —dijo Alina, con un brillo travieso en la mirada. —El mío será sabio —replicó Marianne, acariciando mentalmente el lomo de su loba gris—. Querrá paz, no guerra. Soñaban. Esa mañana, después del entrenamiento en las cumbres del norte, se sentían invencibles. El mundo les parecía vasto y lleno de promesas. Hasta que un grito quebró la ilusión. Un mensajero apareció corriendo, sudoroso, con la voz hecha trizas: —El Alfa Magnus la requiere, princesa Marianne. Es urgente. El corazón de Alina se encogió. El brillo en los ojos de su hermana se apagó de golpe. Como arrastrada por un presentimiento oscuro, decidió seguirla. Se escabulló tras la tienda principal, con el pulso desbocado, y escuchó lo que nunca debió oír. Dentro, las voces graves de su padre y su abuelo se mezclaban con el peso de siglos. —El Alfa Devon Blacknight ha reconquistado el territorio de los Darkfang —informó Magnus, la voz firme pero cargada de preocupación—. Capturó y mató a Adriel. Y solo hay una forma de detenerlo. Alina contuvo el aliento. —Hace quince años —confesó su abuelo, con voz quebrada— cometimos un error. Traicionamos la alianza con los Blacknight, cegados por las mentiras de los Darkfang. Abandoné a mi mejor amigo… y Devon nunca lo olvidó. Pero su abuela, Matilda, ha convencido a su nieto de honrar el antiguo pacto: un matrimonio entre nuestras familias, para sellar la paz. —¿Matrimonio? —la voz de Marianne tembló como cristal a punto de romperse. —Matilda Blacknight nos da una salida, hija —dijo Magnus, tratando de sonar firme. —¿Una salida? —Marianne retrocedió un paso, pálida—. ¡Me piden que me case con un lobo salvaje que quiere destruirnos! —Es la única forma de salvar a nuestra gente —sentenció Magnus, con dolor en cada sílaba. Marianne cayó de rodillas, como si el mundo se derrumbara bajo sus pies. Detrás de la lona, Alina sintió que algo se desgarraba dentro de ella. Horas después, Alina entró en la tienda de su hermana con una bandeja de comida. Marianne la abrazó con desesperación, los sollozos enterrados en su hombro. —Ayúdame… —susurró, la voz rota—. No quiero morir en ese matrimonio. —Debe haber otra forma —dijo Alina, impotente. Marianne la miró entonces con un brillo extraño en los ojos, como si hubiera tomado una decisión. —Quizá la haya… —respondió en un susurro enigmático, y se despidió alegando cansancio. Esa misma noche, bajo la luna llena, Marianne huyó. El amanecer trajo un grito que desgarró el campamento: —¡La princesa ha desaparecido! El caos se desató. Los guerreros corrían sin rumbo, los ancianos lloraban. El abuelo enfermó del susto, y Magnus, el Alfa, caminaba con el rostro deshecho, consciente del desastre. Alina observó a su gente: los niños riendo sin saber lo que se avecinaba, las madres protegiendo a sus bebés, los guerreros agotados de derramar sangre en una guerra interminable. Y supo lo que debía hacer. —Yo me casaré —dijo. El silencio cayó como una losa. Magnus la miró incrédulo, mientras su hermano menor rompía en llanto. —¡No puedes, Ali! Ella lo estrechó en un abrazo, con ternura y determinación. —Alguien debe ser valiente. Prefiero sacrificarme yo… antes que ver destruido todo lo que amamos. Esa mañana, la vistieron con un vestido blanco bordado con símbolos de paz. Besó la frente de su abuelo, abrazó a su padre, acarició el cabello de su hermano. Y subió al carruaje, con el estandarte Moonlight ondeando al viento. Las lágrimas se deslizaron por su rostro, pero su mirada permanecía firme. A su lado, el miedo se sentó como un pasajero silencioso. ¿Cómo mirar a los ojos al lobo que la odiaba sin conocerla? ¿Cómo dormir junto al Alfa que llevaba la venganza grabada en la sangre? La luna, testigo eterna de los lobos, la acompañó en el camino. Y, más allá de la frontera, la esperaba un destino cruel: un Alfa que aún no sabía que aquella muchacha Moonlight no llegaba para rendirse… sino para encender la chispa de una confrontación aún mayor.El aire de la noche era fresco, impregnado de la humedad del bosque y del murmullo lejano del río. Devon avanzaba lentamente, guiando a Alina de la mano, mientras la luna llena se alzaba majestuosa sobre el cielo despejado. Aquel lugar había sido un testigo mudo de sangre y dolor, pero también del instante en que su vida había cambiado para siempre.Se detuvo, allí donde la hierba aún crecía desigual, como si la tierra guardara memoria de lo sucedido, justo frente a una choza escondida. Durante meses había evitado traerla. No porque no confiara en ella, sino porque no sabía cómo enfrentar el cúmulo de recuerdos que lo asaltaban cada vez que evocaba esa noche. Y, sin embargo, allí estaba, con Alina junto a él, el corazón latiéndole con fuerza como si todo estuviera ocurriendo de nuevo.Ella, percibiendo la tensión en su cuerpo, entrelazó sus dedos con los suyos y apoyó la cabeza en su hombro.—Este es el lugar, ¿verdad? —preguntó con suavidad, sin apartar los ojos de allí.Devon tragó
El sol de la mañana se filtraba por los ventanales del gran salón del castillo, iluminando los corredores con tonos dorados. Devon caminaba junto a Alina, quienes sostenían con cuidado a sus tres hijos recién nacidos. La felicidad que se dibujaba en sus rostros era casi tangible, una calma que contrastaba con la tormenta que habían vivido apenas días atrás. La torre ya no era un recuerdo de peligro, sino del punto donde la familia se inició.Alina miraba a sus hijos, el vientre que había sostenido con tanto esfuerzo ya vacío, y sentía cómo la energía de la maternidad la envolvía, mezclada con la fuerza que Devon le transmitía con cada mirada y cada gesto, pero también a través de su vínculo. Las tres pequeñas criaturas descansaban entre mantas suaves, cálidas y perfumadas, mientras Martha, Matilda y Mya las rodeaban con ternura, cada una contemplando el milagro de la vida y sonriendo ante el vínculo que se estaba creando.—Son perfectos —susurró Alina, apoyando su cabeza en el hombro
La torre aún temblaba con los ecos del enfrentamiento, los susurros de la tensión y el miedo que apenas se disipaban. Devon caminaba con cuidado, sosteniendo a Alina entre sus brazos mientras descendían por los angostos escalones. Su respiración era profunda, controlada, pero sus ojos no perdían detalle: cada sombra, cada piedra suelta, cada sonido distante.—Devon… —jadeó Alina, apoyando la frente en su pecho—. Creo… creo que las contracciones… ya no puedo… no puedo sostenerlas…Devon se detuvo un instante, presionando su frente contra la de ella, sintiendo el temblor de su cuerpo, la fuerza que luchaba contra el dolor. Su corazón se encogió.—Alina… —dijo, con voz firme y suave a la vez—. Voy a llamar a Morgan, que busque al sanador inmediatamente. Quédate conmigo, ¿sí? Respira, confía en mí…Alina se agarró a su pecho con fuerza, jadeando entre contracciones que se hacían cada vez más frecuentes. Su vientre se abultaba con intensidad, y la presión de los hijos que estaban por llega
Devon avanzó por los pasillos oscuros de la torre superior, respirando con fuerza contenida. Marianne se encontraba frente a él, jadeante, tratando de sostenerse firme, pero el brillo en sus ojos mostraba miedo y desafío a partes iguales. Sin mediar palabra, Devon alzó su espada y la apoyó con firmeza contra la garganta de su cuñada.—¡Dime dónde está Alina! —ordenó, su voz gélida, cada palabra impregnada de la furia y el miedo que lo devoraban por dentro—. Si haces un solo movimiento en falso, te juro que esto se acaba aquí mismo.Marianne palideció, pero no soltó la mirada. Sabía que cualquier intento de engaño le costaría caro. Con un suspiro que parecía cargar meses de culpa y desesperación, finalmente habló.—No puedes detenerme, Devon. Pero si quieres verla… —sus labios temblaron apenas, pero su voz no flaqueó—. Sígueme.Con un gesto medido, Marianne condujo a Devon por los corredores de la torre, subiendo escalones que parecían no tener fin. Finalmente, llegaron a la cúspide.
El amanecer se filtraba tímido entre los ventanales del ala este del castillo. Devon avanzaba con pasos largos por el corredor, el ceño fruncido. Algo en su interior le había advertido desde antes de despertar: un presentimiento, un vacío. Cuando empujó las puertas de la habitación de Alina, su respiración se cortó. La cama estaba deshecha, las cobijas caídas al suelo, y ninguna señal de ella.—¡Alina! —llamó, aunque sabía que no obtendría respuesta.Los guardias acudieron de inmediato al escuchar su voz grave. Con un ademán rápido los despachó. —Revisen los alrededores, cada rincón del castillo, las caballerizas, la entrada del bosque. Nadie descansa hasta que la encontremos.Pues por alguna razón, tenía un mal presentimiento.La orden resonó en los pasillos como un trueno. Sin embargo, Devon sabía que no era un descuido común. Sentía la ausencia como una puñalada. Y entonces, en medio de la agitación, sus ojos se encontraron con los de Lyra, la joven sirvienta que siempre estaba ce
La noche había caído sobre el castillo Blacknight, pero el corazón de Alina no lograba hallar descanso. La carta de Marianne ardía contra su pecho como un hierro candente. Se había despertado una y otra vez, su mente repasando las palabras, buscando una señal, una verdad escondida entre los trazos. Al final, tomó la decisión que sabía era peligrosa, pero inevitable: debía verla.Al amanecer, mientras todos se ocupaban de sus tareas y Devon había salido con algunos soldados para inspeccionar los muros, Alina se vistió con una capa oscura y bajó en silencio a los establos.—Mi señora —susurró una voz entre las sombras. Era Lyra, con la expresión ansiosa y los ojos muy abiertos—. ¿A dónde va?Alina se detuvo, sosteniendo con firmeza las riendas de un caballo alazán.—No puedes decirle a nadie —pidió con urgencia, mirándola directo a los ojos—. Debo ver a Marianne.—¡No! —exclamó Lyra, tomando su brazo con fuerza—. ¡No lo haga! No es seguro, está a punto de dar a luz, no puede arriesgarse
Último capítulo