Hace quince años, las manadas Blacknight y Moonlight eran aliadas. Sus Alfas —el abuelo de Devon y el abuelo de Alina— habían forjado una sólida amistad basada en la cooperación y el comercio. Con la esperanza de unir aún más sus clanes, pactaron un matrimonio entre sus nietos. Pero una tercera manada, los Darkfang, temiendo la unión de ambos linajes y su creciente poder, con el joven Alfa Adriel a la cabeza, conspiraron en secreto. —Este es el matrimonio que rogaste, ¿te gusta? Alina sintió que el corazón se le partía. No era solo el desprecio en sus palabras, sino la contradicción en sus gestos. Él la deseaba. Estaba claro. Pero se odiaba por ello. Y usaba esas palabras duras como un muro, como una barrera para protegerse de algo que ni siquiera se atrevía a nombrar. Ella ladeó la cabeza. Y una lágrima rodó silenciosa por su mejilla. —No me arrepiento de haberme casado contigo, Devon —dijo, con voz suave, dolida pero firme—. No me arrepiento de que seas mi esposo. Lo miró a los ojos, sin miedo ahora. —El que tiene miedo… eres tú, ¿verdad? Me has estado evitando a propósito durante tres meses, ¿verdad? Devon retrocedió medio paso. Como si sus palabras lo hubieran herido más que cualquier arma. El silencio volvió a caer entre ellos, espeso. Tenso. Pero no duró mucho. De pronto, Devon pareció romperse por dentro. Como si todas las emociones contenidas durante meses se derramaran de golpe. Se inclinó sobre ella y la besó. No con dulzura. Sino con rabia. Con frustración. Con hambre.
Leer másEl eco de las botas resonaba como un reloj de arena al revés. Cada paso de Devon dentro
de la celda subterránea era una cuenta regresiva hacia la muerte. «Clack, clack, clack». Bajo la tenue luz de las antorchas, su tapado largo de cuero negro ondeaba como una sombra viva, y el hedor a sangre seca, óxido y humedad se pegaba a la piel como una maldición ancestral. Frente a él, encadenado al potro de tortura, el maldito de Adriel Darkfang lo observaba con lo que pretendía ser una mueca cínica a pesar de que apenas conservaba un halo de dignidad. Su cuerpo desnudo sangraba por decenas de heridas, y su respiración era un esfuerzo que se notaba por el sonido que salía con dificultad de sus cosas nasales.
—Quince años… —murmuró Devon, su voz un susurro más cortante que un cuchillo afilado—. He esperado demasiado este día.
Se detuvo frente al torturado y, sin apuro, extendió la mano, tomó un mechón de cabello oscuro con fuerza levantando el rostro ensangrentado de Adriel hasta enfocar su mirada.
—Fuiste tú quien falsificó las pruebas que hicieron que los Moonlight dudaran de nosotros y creyeran que los traicionamos. Tú conspiraste para que nuestra manada y los Moonlight se enemistaran. Tú sembraste la duda. Tú fuiste el responsable de la masacre. ¿Alguna vez pensaste que llegaría este momento, maldito bastardo?
Adriel, con el rostro deformado por la sangre seca y la hinchazón, forzó una sonrisa burlona. Le faltaban dientes por los golpes pero aún le sobraba arrogancia.
—¿Y qué, Devon? ¿Acaso vas a matarme? Eres tan ingenuo como tu padre. ¿De verdad crees que eso hará que vuelvan tu abuelo, tu padre, y esa hermanita tan bonita tuya, la pequeña que apuñalamos en el salón donde tu familia daba esos banquetes tan lujosos? ¿Lo recuerdas? ¡Jajajaja!
El lobo dentro de Devon aulló. No de dolor. No de miedo. De furia. Furia helada. Salvaje. Implacable.
Sin decir una palabra, agarró el hierro de marcar al rojo vivo y lo estampó con brutalidad sobre el pecho del alfa. Un chillido inhumano llenó la celda. El olor a carne quemada se apoderó del aire, quemando todo menos los recuerdos.
—¿Si recuerdo? —gruñó Devon, apretando más fuerte el hierro—. Lo tengo grabado a fuego, igual que tú ahora, maldito bastardo. A partir de este momento, nunca olvidarás lo que ocurre cuando te conviertes en enemigo de los Darknight.
La tortura continuó. Azotes. Cortes. Mordidas de hierro y garra. No por placer, sino por justicia. Por cada grito, una lágrima no derramada. Por cada golpe, un recuerdo. Su padre siendo apuñalado frente a la puerta. Su abuelo desplomado sobre la mesa luego de que una daga cortara con frialdad su garganta. Su hermanita de pie, siendo arrastrada de los cabellos, la puñalada fatal, los ojos abiertos sin ver cuando su aliento abandonó su cuerpo. Ni siquiera les habían dejado los cuerpos para darles una digna sepultura los muy malditos. Y él, escondido en la oscuridad, viendo a través del agujero de la habitación secreta, con la mano de su abuela apretando su boca para que no gritara hasta que prácticamente se rompió los huesos de los dedos dejándole tatuado por mucho tiempo un moretón con esa marca, para que callara. Pero ya había llegado el momento de gritar y clamar por su
venganza.
Tiempo después, cuando Adriel dejó de moverse, cuando sus costillas ya no subían ni bajaban, Devon simplemente soltó la daga y la dejó caer con un clang húmedo al suelo.
Se limpió la sangre del rostro, sin sentir alivio. Solo un gran vacío.
Se quedó un momento en silencio. Luego, habló para sí mismo.
—Darkfang... esto fue solo el principio. La próxima serán los conspiradores de la manada Moonlight. Lo que me deben… lo recuperaré todo. Con sangre, si es necesario.
Los recuerdos volvieron como una tormenta.
Las tres manadas de hombres lobo alguna vez coexistieron en una alianza frágil, pero poderosa. Darknight y Moonlight eran hermanas en todo menos en nombre. El abuelo de Devon y el de los Moonlight habían luchado juntos contra invasiones externas, compartido cosechas y ganado, sellado pactos con sangre y honor desde tiempos inmemoriales.
Pero los Darkfang no querían paz. Ni mucho menos el nuevo y joven líder, el infame Adriel Darkfang que celoso ansiaba todo lo que los demás tenían, para sí mismo.
Todo comenzó con rumores y documentos falsos. Decían que el padre de Devon estaba comprando acciones y propiedades de los Moonlight a escondidas. Las pruebas, claro, eran falsas, manipuladas. Pero en ese mundo, la confianza era más débil que la carne cediendo ante el deseo.
Así que la venganza no se hizo esperar. En una sola semana, las acciones de la Corporación Darknight cayeron en picada. Perdieron aliados, recursos y posición. Y cuando estaban más débiles, los Darkfang atacaron. Asaltaron sin piedad, matando y saqueando como lobos rabiosos. Incluso había rumores de que algunos miembros de los Moonlight los habían ayudado aunque eso nunca había podido comprobarse.
Esa noche quedó grabada en la retina de Devon como si fuera ayer. Su madre empujándolo junto a su abuela a la habitación secreta. El silencio forzado. El olor a humo y sangre que se filtraba por las grietas. Y ese ojo, ese maldito agujero desde donde lo vio todo. Cómo mataron a su padre cortándole su cabeza con un hacha cuando intentó defender a su madre deteniendo a los invasores con su cuerpo, como degollaron a su abuelo por la espalda mientras intentaba proteger a su nieta, su pequeña hermana a la que apuñalaron sin piedad pese a su corta edad.
Desde entonces, la venganza fue su único alimento. Su único consuelo cuando de noche las pesadillas lo azotaban.
Y ahora, con Adriel muerto. Los Moonlight eran el próximo objetivo. Porque cuando Darknight intentó hacer valer su tratado de paz y gritó por ayuda, los Moonlight no respondieron. Por miedo, por cobardía, por conveniencia, por un complot. Ya no importaba. La traición, para Devon, era tan imperdonable como la masacre de esa noche que había
marcado de la peor manera a su manada. Dejando viudas a jóvenes mujeres, a niños sin padres, y todo en ruinas. Saqueado, prendido fuego, devastado por los malditos Darkfang.
Salió de la celda con paso firme. El suelo tembló a su paso. Afuera, la lluvia lo recibió como una madre tardía. Alzó el rostro al cielo. Cada gota lavaba la sangre, pero no su alma.
A la distancia, las luces del terreno que ocupaba la manada vecina —los Moonlight— titilaban como luciérnagas. Ignoraban que la muerte ya se cernía sobre ellos.
—Manada Moonlight… —susurró mientras la lluvia goteaba desde sus pestañas—. ¿Acaso estás lista para tu ruina?
Y entonces, una figura pareció observar a lo lejos desde la colina. No era un guerrero. Era una mujer desnuda.
Su cuerpo se recortaba contra la luz de la luna, posiblemente había llegado a la colina en su forma de lobo y luego se había transformado.
De cabello plateado como la luna. Seguramente una miembro de la manada Moonlight. Él no sabía su nombre aunque no era la primera vez que la observaba allí.
Igual ya no tenía importancia. Ninguno de los de su manada sabía la magnitud de su dolor ni conocía el alcance de su sed de venganza.
Pero pronto lo harían.
Todos ellos.
Y entonces ya sería demasiado tarde.
El campamento oculto en el bosque estaba envuelto en una atmósfera densa y opresiva. La humedad de la fiebre lupina hacía que el aire fuera casi irrespirable, y los gemidos de los soldados enfermos se mezclaban con el crujir de las ramas al ser pisadas por sombras furtivas.En una tienda apartada, la más resguardada, reposaba el enmascarado. Su rostro parcialmente cubierto por vendajes, sudoroso y con la respiración entrecortada, dejaba entrever un hombre poderoso, aunque ahora vulnerable.Sus músculos, tensos a pesar de la debilidad, se crispaban con cada recuerdo de lo ocurrido. Los ojos, oscuros como la noche sin luna, brillaban con furia contenida.Sobre una silla cercana, su amante, enjugaba cuidadosamente su frente con paños frescos, intentando calmar las llamas internas que parecían consumirlo desde adentro.—Deberías descansar —murmuró con voz suave—. No sirve de nada que gastes esa energía en la rabia.—¿Descansar? —gruñó el enmascarado, la voz seca, áspera—. Perdí la oportun
La gran sala del consejo estaba llena de tensión. Las antorchas en las paredes iluminaban con un parpadeo las caras duras de los líderes de la manada. En el centro, Devon permanecía erguido, con la expresión firme, aunque sus ojos reflejaban el cansancio de las últimos acontecimientos.Joseph, aún con la ropa rasgada y una venda improvisada en el costado, se sentó en un banco con dificultad, tomando aire antes de hablar.—No quería llegar a esto —comenzó con voz ronca—. Soriana me amenazó, me dijo que si no testificaba en contra de Alina, las consecuencias serían peores para mí. No tuve elección.Un murmullo recorrió la sala, algunos se mostraban escépticos, otros claramente preocupados.Devon alzó la mano para pedir silencio.—Entiendo la presión que sufrió Joseph —dijo con voz firme—, pero no podemos permitir que Soriana siga dentro de nuestra manada. Sus acciones son una amenaza para todos. Así que he tomado una decisión vital.Matilda, sentada en un trono elevado, recién recuperad
El aire en la mazmorra era frío y húmedo, un espacio oscuro y opresivo donde Alina yacía encadenada a la pared. La única luz provenía de una antorcha vacilante que arrojaba sombras danzantes sobre los muros. El silencio era pesado, roto solo por el sonido sordo de cadenas y suspiros de desesperación.De pronto, la puerta se abrió con estrépito y apareció Soriana, su mirada llena de ira y determinación.—¡Que la azoten! —ordenó con voz firme y cruel, mientras los soldados dudaban, mirándose entre ellos, incómodos—. ¡Ejecuten la orden!Uno de los soldados, un hombre corpulento con cicatrices en el rostro, frunció el ceño.—Pero aún no hay luna llena mi señora.—QUEVLO HAGAN YA.Finalmente el lobo alzó el látigo.Alina tragó saliva, preparada para lo peor, mientras Soriana se acercó lentamente, disfrutando la humillación que infligiría. Le arrancó la prenda superior, una especie de camisa a juego con su falda.El primer golpe resonó contra la piel desnuda de Alina. El dolor la atravesó,
La tenue luz blanca del hospital humano bañaba la habitación donde Mya reposaba en la cama, aún débil pero estabilizada. El ambiente estaba cargado de una mezcla de esperanza y preocupación. Devon permanecía a su lado, apretando suavemente su mano, mientras ella intentaba mantenerse fuerte a pesar de las molestias.El médico, un hombre de mediana edad con ojos claros y expresión serena, entró en la habitación acompañado por una enfermera. Miró a Devon y a Mya con una sonrisa profesional, aunque algo cansada.—Buenas noticias —comenzó el doctor con voz calmada—. Hemos logrado estabilizar a Mya. Su cuerpo ha resistido mucho, y aunque recibió un medicamento para inducir el aborto, parece que su organismo está luchando con fuerza para mantener el embarazo. Y lo está logrando.Mya apretó los ojos con un leve temblor, pero una sonrisa tímida se dibujó en sus labios. Devon exhaló con alivio, permitiendo que la tensión en sus hombros disminuyera un poco.—Es un milagro —susurró Mya con voz dé
La penumbra del bosque apenas dejaba pasar la luz de la luna. Las sombras de los árboles se alargaban, formando figuras inquietantes en el suelo cubierto de hojas secas. Joseph caminaba apresuradamente entre los troncos, el rostro tenso y la respiración agitada. Sabía que debía encontrar a Soriana, y confrontarla antes de que hiciera algo irreversible.Aparte eso no era lo que habían acordado, se suponía que iban a expulsar a Alina no torturarla.Finalmente la vio cerca de un claro pequeño, junto a un arbusto bajo. Soriana estaba de espaldas, casi como si esperara su llegada, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Al escucharlo, se giró lentamente, esbozando una sonrisa fría que no llegaba a sus ojos.—Joseph —saludó con voz suave pero venenosa—. Llegas justo a tiempo.—Soriana —respondió Joseph, tratando de mantener la calma, pero con un filo en la voz—. Nunca me dijiste que Alina iba a ser sometida a ese ritual. No puedo permitirlo. Esto es una locura, y voy a decírselo a Marth
El gran salón del castillo estaba colmado. La atmósfera se sentía densa, cargada de una tensión casi palpable. En el centro, entre dos filas de guardias firmes y vigilantes, Alina y Liam esperaban con la mirada fija, aunque sus cuerpos denotaban cansancio y preocupación. No era común que se juzgara a miembros tan visibles y cercanos al líder, pero las circunstancias exigían una respuesta firme.Martha ocupaba el lugar que habitualmente pertenecía a Matilda, aún convaleciente tras la caída que la mantenía en cama, aún no había recuperado el conocimiento incluso. Los ojos de Martha, profundos y serenos, recorrían con autoridad la sala. Había una mezcla de dolor y resolución en su rostro, reflejo de la delicada situación en que se encontraba la manada.Joseph se plantó ante el consejo con una postura rígida, el rostro marcado por el peso de la traición y la obligación. Sabía que muchos de los presentes lo veían con recelo, pero no podía volver atrás.—He venido a contar la verdad —empez
Último capítulo