Quince años atrás, una traición ideada por el celoso líder de la manada Darkfang desató una guerra que destruyó la alianza entre las manadas Blacknight y Moonlight. Devon, el joven Alfa, lo perdió todo... menos su sed de venganza. Hoy, orillado a casarse con la hija del enemigo para cumplir con un viejo pacto, Devon está decidido a cumplir su parte del trato sin ceder su corazón en el intento. Pero Alina no es lo que él esperaba. Ella es fuego y hielo, fuerza y vulnerabilidad, luna en su noche eterna. Entre ellos no hay confianza, solo un vínculo impuesto por un antiguo pacto y una tensión que amenaza con volverse deseo. Sin embargo, cuando las heridas del pasado comienzan a sangrar y la traición vuelve a respirar en la nuca, Devon tendrá que elegir: proteger el vínculo que comienza a nacer… o dejar que su sed de venganza lo consuma para siempre.
Leer másEl eco de las botas resonaba como un reloj de arena al revés. Cada paso de Devon dentro
de la celda subterránea era una cuenta regresiva hacia la muerte. «Clack, clack, clack». Bajo la tenue luz de las antorchas, su tapado largo de cuero negro ondeaba como una sombra viva, y el hedor a sangre seca, óxido y humedad se pegaba a la piel como una maldición ancestral. Frente a él, encadenado al potro de tortura, el maldito de Adriel Darkfang lo observaba con lo que pretendía ser una mueca cínica a pesar de que apenas conservaba un halo de dignidad. Su cuerpo desnudo sangraba por decenas de heridas, y su respiración era un esfuerzo que se notaba por el sonido que salía con dificultad de sus cosas nasales.
—Quince años… —murmuró Devon, su voz un susurro más cortante que un cuchillo afilado—. He esperado demasiado este día.
Se detuvo frente al torturado y, sin apuro, extendió la mano, tomó un mechón de cabello oscuro con fuerza levantando el rostro ensangrentado de Adriel hasta enfocar su mirada.
—Fuiste tú quien falsificó las pruebas que hicieron que los Moonlight dudaran de nosotros y creyeran que los traicionamos. Tú conspiraste para que nuestra manada y los Moonlight se enemistaran. Tú sembraste la duda. Tú fuiste el responsable de la masacre. ¿Alguna vez pensaste que llegaría este momento, maldito bastardo?
Adriel, con el rostro deformado por la sangre seca y la hinchazón, forzó una sonrisa burlona. Le faltaban dientes por los golpes pero aún le sobraba arrogancia.
—¿Y qué, Devon? ¿Acaso vas a matarme? Eres tan ingenuo como tu padre. ¿De verdad crees que eso hará que vuelvan tu abuelo, tu padre, y esa hermanita tan bonita tuya, la pequeña que apuñalamos en el salón donde tu familia daba esos banquetes tan lujosos? ¿Lo recuerdas? ¡Jajajaja!
El lobo dentro de Devon aulló. No de dolor. No de miedo. De furia. Furia helada. Salvaje. Implacable.
Sin decir una palabra, agarró el hierro de marcar al rojo vivo y lo estampó con brutalidad sobre el pecho del alfa. Un chillido inhumano llenó la celda. El olor a carne quemada se apoderó del aire, quemando todo menos los recuerdos.
—¿Si recuerdo? —gruñó Devon, apretando más fuerte el hierro—. Lo tengo grabado a fuego, igual que tú ahora, maldito bastardo. A partir de este momento, nunca olvidarás lo que ocurre cuando te conviertes en enemigo de los Darknight.
La tortura continuó. Azotes. Cortes. Mordidas de hierro y garra. No por placer, sino por justicia. Por cada grito, una lágrima no derramada. Por cada golpe, un recuerdo. Su padre siendo apuñalado frente a la puerta. Su abuelo desplomado sobre la mesa luego de que una daga cortara con frialdad su garganta. Su hermanita de pie, siendo arrastrada de los cabellos, la puñalada fatal, los ojos abiertos sin ver cuando su aliento abandonó su cuerpo. Ni siquiera les habían dejado los cuerpos para darles una digna sepultura los muy malditos. Y él, escondido en la oscuridad, viendo a través del agujero de la habitación secreta, con la mano de su abuela apretando su boca para que no gritara hasta que prácticamente se rompió los huesos de los dedos dejándole tatuado por mucho tiempo un moretón con esa marca, para que callara. Pero ya había llegado el momento de gritar y clamar por su
venganza.
Tiempo después, cuando Adriel dejó de moverse, cuando sus costillas ya no subían ni bajaban, Devon simplemente soltó la daga y la dejó caer con un clang húmedo al suelo.
Se limpió la sangre del rostro, sin sentir alivio. Solo un gran vacío.
Se quedó un momento en silencio. Luego, habló para sí mismo.
—Darkfang... esto fue solo el principio. La próxima serán los conspiradores de la manada Moonlight. Lo que me deben… lo recuperaré todo. Con sangre, si es necesario.
Los recuerdos volvieron como una tormenta.
Las tres manadas de hombres lobo alguna vez coexistieron en una alianza frágil, pero poderosa. Darknight y Moonlight eran hermanas en todo menos en nombre. El abuelo de Devon y el de los Moonlight habían luchado juntos contra invasiones externas, compartido cosechas y ganado, sellado pactos con sangre y honor desde tiempos inmemoriales.
Pero los Darkfang no querían paz. Ni mucho menos el nuevo y joven líder, el infame Adriel Darkfang que celoso ansiaba todo lo que los demás tenían, para sí mismo.
Todo comenzó con rumores y documentos falsos. Decían que el padre de Devon estaba comprando acciones y propiedades de los Moonlight a escondidas. Las pruebas, claro, eran falsas, manipuladas. Pero en ese mundo, la confianza era más débil que la carne cediendo ante el deseo.
Así que la venganza no se hizo esperar. En una sola semana, las acciones de la Corporación Darknight cayeron en picada. Perdieron aliados, recursos y posición. Y cuando estaban más débiles, los Darkfang atacaron. Asaltaron sin piedad, matando y saqueando como lobos rabiosos. Incluso había rumores de que algunos miembros de los Moonlight los habían ayudado aunque eso nunca había podido comprobarse.
Esa noche quedó grabada en la retina de Devon como si fuera ayer. Su madre empujándolo junto a su abuela a la habitación secreta. El silencio forzado. El olor a humo y sangre que se filtraba por las grietas. Y ese ojo, ese maldito agujero desde donde lo vio todo. Cómo mataron a su padre cortándole su cabeza con un hacha cuando intentó defender a su madre deteniendo a los invasores con su cuerpo, como degollaron a su abuelo por la espalda mientras intentaba proteger a su nieta, su pequeña hermana a la que apuñalaron sin piedad pese a su corta edad.
Desde entonces, la venganza fue su único alimento. Su único consuelo cuando de noche las pesadillas lo azotaban.
Y ahora, con Adriel muerto. Los Moonlight eran el próximo objetivo. Porque cuando Darknight intentó hacer valer su tratado de paz y gritó por ayuda, los Moonlight no respondieron. Por miedo, por cobardía, por conveniencia, por un complot. Ya no importaba. La traición, para Devon, era tan imperdonable como la masacre de esa noche que había
marcado de la peor manera a su manada. Dejando viudas a jóvenes mujeres, a niños sin padres, y todo en ruinas. Saqueado, prendido fuego, devastado por los malditos Darkfang.
Salió de la celda con paso firme. El suelo tembló a su paso. Afuera, la lluvia lo recibió como una madre tardía. Alzó el rostro al cielo. Cada gota lavaba la sangre, pero no su alma.
A la distancia, las luces del terreno que ocupaba la manada vecina —los Moonlight— titilaban como luciérnagas. Ignoraban que la muerte ya se cernía sobre ellos.
—Manada Moonlight… —susurró mientras la lluvia goteaba desde sus pestañas—. ¿Acaso estás lista para tu ruina?
Y entonces, una figura pareció observar a lo lejos desde la colina. No era un guerrero. Era una mujer desnuda.
Su cuerpo se recortaba contra la luz de la luna, posiblemente había llegado a la colina en su forma de lobo y luego se había transformado.
De cabello plateado como la luna. Seguramente una miembro de la manada Moonlight. Él no sabía su nombre aunque no era la primera vez que la observaba allí.
Igual ya no tenía importancia. Ninguno de los de su manada sabía la magnitud de su dolor ni conocía el alcance de su sed de venganza.
Pero pronto lo harían.
Todos ellos.
Y entonces ya sería demasiado tarde.
La ceremonia fue impecable. Fría. Silenciosa. Cada palabra, cada paso, cada símbolo del ritual entre Devon, Alfa de la manada Blacknight, y Alina, nieta del antiguo líder de Moonlight, se cumplió como estaba estipulado en el tratado. Y, sin embargo, no hubo celebración. Nadie sonrió. Nadie brindó. Nadie bailó. Los soldados observaron con rostros duros. Algunos miembros del consejo murmuraban entre ellos, y los más ancianos no pudieron ocultar el dolor en sus ojos. La unión entre los descendientes de los que una vez fueron amigos parecía una burla. Devon lo sentía. Cada mirada, cada suspiro contenido era un puñal. Pero el más doloroso fue cuando alzó la vista y vio, entre la multitud, los rostros ausentes de quienes no habían sobrevivido al ataque de Darkfang. Su padre. Su hermana. Su abuelo. Su nana. Todos ellos... muertos hacía quince años. Alina, de pie junto a él, notaba también la tensión. Las manos le temblaban bajo las mangas del vestido ceremonial. Estaba sola excepto por
La había obligado a acompañarlo…o algo así. El viaje hacia Darkfang fue extenuante. Las montañas se volvían más empinadas con cada kilómetro, el aire más denso, más seco. Alina intentaba mantenerse erguida sobre el caballo, ocultando su malestar, pero su cuerpo ya no respondía como antes. No comía bien, dormía poco y su corazón estaba atrapado entre la ansiedad y la desconfianza. La escolta de soldados de Blacknight no era precisamente amable, y Devon, siempre al frente, apenas giraba lacabeza para verla. Hasta que lo hizo. Cuando la vio tambalearse ligeramente en la montura, frunció el ceño. Ordenó un alto inmediato, pese a las protestas del comandante. —Acamparemos aquí esta noche —dijo con voz tajante. —Señor, estamos a tan solo medio día del asentamiento. Si nos apresuramos podríamos… —He dicho que nos detenemos —repitió, esta vez con una mirada que heló la sangre de su interlocutor. Mientras los soldados armaban las tiendas, Devon se acercó a Alina. No dijo nada al princ
Devon no volvió a ver a Alina tras el incidente. No lo soportaba. No la mirada que ella le había dedicado justo después de que la soltó. Una mezcla de humillación y desafío, como si aún se negara a rendirse, incluso cuando él la había tratado peor que a un enemigo. Por eso, en silencio, dio órdenes. Mandó llevar ungüentos para las heridas de su cuello y muñecas. Nada que pudiera dejar marcas permanentes. No lo hacía por compasión. Eso se repetía a sí mismo. Era una forma de limpiar su conciencia, al menos lo justo para seguir respirando sin que el peso del desprecio se le clavara en el pecho. Y luego ordenó que la reubicaran. La vieja residencia en ruinas donde había estado viviendo Alina desde su llegada ya no era suficiente. Era inhumana. En su lugar, dispuso una casa más cercana al corazón de la manada, con suministro regular de comida, ropa limpia y vigilancia más sutil. No podía permitirse otro incidente… pero tampoco quería seguir con la humillación.Aunque se lo negara, a
Alina se despertó con un sobresalto. Se había tirado a descansar solo un par de minutos pero había dormido profundamente. La respiración aún irregular, el cuerpo tembloroso. Se incorporó lentamente y caminó hacia el lavabo para refrescarse el rostro. El agua estaba helada, pero le vino bien. Cerró los ojos por un instante. La imagen regresó con fuerza: el lago, sus gritos, el agua tragándola… y Devon, irrumpiendo como una tormenta, lanzándose al agua sin dudar. Aquel hombre —frío, lejano, casi cruel— la había salvado. Con sus brazos fuertes la sostuvo hasta la orilla, murmurándole que ya estaba a salvo. Un escalofrío recorrió su espalda. Era como si hubiera visto por un segundo al verdadero Devon… antes de que volviera a ocultarse tras esa coraza impenetrable. Se quedó junto a la ventana. Desde allí se divisaban los límites del jardín, la espesura más allá, y un pequeño ciervo que correteaba entre los árboles. Se sintió un poco como él: un ser frágil atrapado en territorio hostil.
Devon bajó las escaleras del edificio principal con paso decidido, aunque en su interior se sentía como un campo de batalla. No tenía claro qué lo empujaba a buscarla: si el deseo de confrontarla, de herirla, o simplemente de volver a mirarla. Desde su llegada a Blacknight, Alina se había convertido en una espina en su costado… y en su mente. El recuerdo de su rostro, al observarla por primera vez, volvía sin aviso en los momentos más inoportunos. No importaba cuántas veces se dijera que era un truco, una estrategia sucia de Moonlight. Que esa belleza no borraba lo que había hecho su manada. Y, sin embargo… Recordó ese instante con claridad. Él, con la mandíbula apretada, esperando ver el rostro de una espía, de una manipuladora… y en su lugar encontró algo que no supo describir. Era ella. Alina. Una de las gemelas de Moonlight, nieta del traidor. Pero también era algo más. Un torbellino de contradicciones. Valentía, dignidad, serenidad. Y una mirada que no se agachó ante la suya,
El séptimo día en la manada Blacknight amaneció con la misma tensión que lo había marcado todo desde la llegada de Alina. El viento traía el murmullo de los árboles, pero también el de los juicios. Alina caminó entre senderos solitarios, con la cabeza en alto y el corazón agotado. A pesar de las condiciones deplorables en las que la habían obligado a vivir, se mantenía serena. Los sirvientes y seguidores que habían llegado con ella, aislados, hambrientos y vigilados, recibían su fortaleza como única guía en ese lugar alejado donde los habían alojado. Pero no era fácil, sin alimentos casi, aislados y bajo el escrutinio de los miembros de la manada Blacknight que los miraban recelosos. —No bajen la guardia —les había dicho esa mañana—. No sabemos de qué son capaces aún. Lo único claro es que nos odian. Había enviado a tres de los suyos a investigar en secreto las estructuras internas de lamanada. Necesitaba un plan. Si quería mantener viva a su gente, debía lograr una única cosa: qu
Último capítulo