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Capítulo 10. Dulce veneno

El campamento Blacknight respiraba tensión bajo el cielo estrellado. La presencia de Alina Moonlight había encendido fuegos invisibles en los rincones más oscuros del alma de muchos… y sobre todo, en el corazón de Soriana.

Desde que había llegado aquella chica con ojos amplios y rostro pálido, Devon se mostraba más introspectivo, más silencioso. No hablaba mal de ella, pero tampoco bien. Simplemente, se había vuelto un muro de piedra.

Y para Soriana, eso era más peligroso que cualquier palabra.

Desde pequeña, lo había amado.

No como una hermana, aunque lo llamaba así: hermano. Aunque su madre la hubiera adoptado y todos los vieran como familia, ella lo quería como una compañera a un compañero y no había nada de fraternal en ello. En su pecho había ardido siempre otro tipo de amor. Más carnal. Más profundo. Más desesperado. Uno que había aprendido a ocultar como quien esconde un cuchillo bajo la manga.

Porque Devon nunca la había visto de ese modo. Y ahora estaba esa intrusa. Esa “princesa” que venía de la manada que había traicionado a la suya. Una Moonlight, con su vestido blanco, sus palabras suaves y sus lágrimas limpias.

¿Quién llora con los ojos secos?, pensó con rencor. Ella no ha perdido nada. Solo vino a quitarme lo que es mío por derecho.

Soriana caminó con paso firme hacia la oficina de Devon. Nadie osó detenerla. Nadie nunca lo hacía. Ella era una sombra que todos respetaban, aunque no supieran por qué.

Cuando entró, lo encontró inclinado sobre el escritorio, revisando informes. Aunque tenía un vaso de whisky y había olor a alcohol, no parecía borracho.

La tenue luz del farol resaltaba las cicatrices que el tiempo le había dejado en la piel. Su fuerza era silenciosa. Contenida.

Hermosa.

—Estás despierto —dijo suavemente, cerrando la puerta tras de sí.

—Apenas. —No alzó la vista—. ¿Ocurre algo?

—Solo que no podía dormir —respondió con voz cargada de falsa inocencia—. El castillo… se siente distinto desde que ella llegó.

Él dejó la pluma en el tintero y la miró. Su expresión era neutral, pero Soriana lo conocía mejor que nadie. Había un leve fruncimiento en su entrecejo. Estaba tenso.

—Todo cambia cuando se introducen elementos nuevos —dijo Devon—. Pero la estabilidad vendrá. Tiene que venir.

—¿De verdad piensas que una Moonlight puede traer estabilidad a esta manada? —preguntó, sentándose sin esperar invitación—. Me cuesta creerlo. No después de lo que nos hicieron.

Devon la observó en silencio. No con desconfianza, sino con esa mirada profunda que usaba cuando quería comprender.

Soriana jugó su carta. Su voz se volvió más suave, más íntima.

—Devon, yo sé que estás haciendo esto por la manada. Y te admiro por eso, lo sabes. Pero... ¿y si ella no es lo que parece? ¿Y si solo está fingiendo? ¿Una enviada para dividirnos desde adentro?

Él suspiró.

—No tengo evidencia de eso.

—No tienes evidencia de lo contrario tampoco.

Se hizo un silencio espeso.

—Vi cómo la mirabas —añadió ella, bajando la voz—. La compadeces. La quieres proteger aunque no lo admitas en voz alta. Pero esa compasión puede costarnos caro.

Devon apretó la mandíbula.

—No la compadezco —dijo, casi a regañadientes—. Solo... entiendo que ella también es víctima de decisiones que no tomó.

¿Víctima?, pensó Soriana. Si supieras cuán buena actriz puede ser una loba disfrazada de dulce mujercita.

—A veces el veneno viene en frascos hermosos, Devon —susurró ella—. ¿Quieres que te diga lo que vi hoy?

Él no respondió, pero ella continuó.

—Hablaba con uno de los guardias. Le sonreía. Se inclinó demasiado cerca. No sé si fue intencional o no... pero está empezando a tejer redes. Es lo que hacen los Moonlight, ¿no? Se infiltran. Prometen paz. Y cuando abres los ojos, tienes un cuchillo en la garganta.

Devon la miró, y por primera vez, algo se movió en su expresión. ¿Duda? ¿Incomodidad?

—No todos son traidores, Soriana.

Ella se inclinó hacia él, sus ojos buscando los suyos.

—Tal vez no. Pero ella… no vino aquí para amarte. Vino para sobrevivir. Para cumplir un deber. Y cuando termine, ¿qué vas a hacer? ¿Confiar en ella? ¿Llevarla a tu cama? ¿Darle cachorros de un linaje que no entiende el dolor de esta tierra?

Devon frunció el ceño. Se levantó de golpe, alejándose.

—Basta —dijo con firmeza—. No voy a hablar de eso.

Pero Soriana no se detuvo. No podía.

—Yo te conozco, Devon. Nadie te conoce como yo. Sé lo que llevás adentro. La furia. El miedo. El amor por esta tierra. Esa chica no lo entiende. No puede. Pero yo sí. Yo estuve ahí. Siempre.

Sus palabras flotaron en el aire como cuchillas. Ella dio un paso hacia él. Quería tocarlo, abrazarlo, fundirse en su calor como tantas veces había soñado.

Pero él no se movió.

No la vio.

No quería verla.

Finalmente, ella retrocedió. Sus ojos se empañaron, pero no por debilidad. Era rabia.

—Cuidate de ella, Devon —murmuró, dándose la vuelta—. Porque si no lo hacés tú, lo haré yo por todos nosotros.

Y salió sin mirar atrás.

Devon se quedó solo, el pecho agitado, los pensamientos hechos un nudo. Algo en lo que Soriana había dicho... resonaba.

Pero no sabía si era verdad o solo el eco de las heridas que aún no sanaban.

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