Un grito la detuvo.
—¡SORIANA, NO! El puñal no impactó pero igualmente Alina cayó al lago por el impulso, los ojos abiertos de par en par, buscando un asidero que no existía. El vacío la recibió antes de que su cuerpo se precipitara al lago. El agua helada la envolvió como un abrazo cruel. El golpe contra la superficie la desorientó; el vestido pesado tiraba de ella hacia las profundidades. El frío lacerante la paralizó. No sabía nadar. Pataleó desesperada, tragando bocanadas de agua. —¡Ayuda! —gritó con lo último de aire en sus pulmones—. ¡Por favor! Y entonces lo vio. Devon. Sus ojos brillaban en la orilla, cargados de una furia que no supo si era por ella o contra ella. Pero no dudó: se lanzó al agua. Devon rompió la superficie con fuerza, nadando hacia ella como un depredador decidido. Sus brazos la atraparon antes de que la oscuridad la arrastrara. Alina sintió su calor incluso en medio del agua helada, y por un instante, antes de perder el conocimiento, pensó que no era un enemigo… sino la única persona capaz de salvarla. Él emergió con ella en brazos. La recostó en la hierba húmeda, jadeando. Alina estaba pálida, los labios azules. Y Soriana no estaba por ningún lado. —¡Alina! —rugió Devon, zarandeándola suavemente. Ella apenas alcanzó a abrir los ojos, temblando, antes de caer desmayada. Devon apretó la mandíbula, la recogió en brazos y corrió hacia la residencia destartalada donde la habían confinado. Allí, al entrar, el ceño se le frunció aún más. Paredes húmedas, colchones raídos, comida podrida en un rincón. La visión lo sacudió. ¿Esa era la forma de tratar a quien estaba destinada a ser su esposa? Algo dentro de él se contrarió, un instinto de protección que lo desconcertó. Con cuidado, la acomodó en una cama y la contempló un instante más, notando lo frágil que parecía. Luego se obligó a dar media vuelta y salir sin mirar atrás. Horas más tarde, el silencio en la oficina del Alfa era espeso. Devon estaba de espaldas, con los brazos cruzados. El reflejo de la luna entraba por la ventana, tiñendo de plata sus hombros tensos. Soriana entró, con pasos contenidos. Sabía que él la había visto en el lago. Sabía que lo que había hecho no tenía perdón, pero también sabía que lo amaba demasiado para dejar que Alina se interpusiera. Había crecido como su hermana, compartido su infancia, sus secretos, sus batallas. Para el resto del mundo eran familia, pero en su corazón, Devon siempre había sido algo más. Y ahora él estaba a punto de casarse con esa mujer. Una traidora Moonlight. —Devon… —murmuró—. Fue un accidente. Él giró lentamente. Sus ojos dorados estaban fríos, duros como el acero. —Te vi. —Su voz era un gruñido contenido—. Intentaste matarla. Soriana, eso fue despreciable. Nos guste o no, tengo un compromiso con ella. ¿En qué demonios estabas pensando? El corazón de Soriana se rompió un poco más. Nunca había logrado que él la mirara como ella lo miraba. Y ahora, defendía a la hija de los traidores. —¡No lo entiendes! —su voz se quebró, y las lágrimas que brotaron no fueron fingidas—. ¡Ella es peligrosa! Su manada, la Moonlight, nos traicionó hace quince años. Por culpa de ellos murió media generación de Blacknight. ¿De verdad vas a confiar en ella? Devon no respondió. La mandíbula tensa, el recuerdo de esa traición cruzó fugazmente por su mente. El olor a sangre, los cuerpos en la nieve, los aullidos desgarrados. Tenía motivos para odiar a la Moonlight. Pero la imagen de Alina, temblando entre sus brazos, lo desarmaba de una manera que no podía explicar. Soriana, al ver la duda en sus ojos, decidió apretar la herida. —Hoy la vi entregando algo en secreto a una sirvienta. La seguí. Estaba pasando información a su manada. No podía permitirlo. Y… envié a alguien a interceptar la carta. Sacó un papel arrugado y lo extendió. Devon lo tomó con fuerza, leyéndolo en silencio. “Hemos encontrado la manera de conquistar a la manada Blacknight. Por favor, esperen noticias.” El aire desapareció de la habitación. Los ojos de Devon se oscurecieron, la furia rugió en su interior. El papel tembló entre sus dedos. —¿Estás segura de que esto era de ella? —preguntó, cada palabra teñida de amenaza. —Sí. —Soriana no vaciló—. Lo vi con mis propios ojos. Te lo juro por mi vida. Devon la sostuvo con la mirada. Había crecido con ella, sabía leer sus gestos. Pero esta vez, el veneno de la traición pasada lo cegaba. Recordó el lago, el frío cuerpo de Alina entre sus brazos, y la idea de que pudiera ser parte de un complot lo llenó de ira. Dio media vuelta y salió de la oficina con pasos firmes, dejando a Soriana temblando. Ella cerró los ojos y suspiró. Había ganado tiempo, pero también había encendido la mecha de una guerra silenciosa. Y que la luna se apiadara de esa zorra porque la furia de Devon no se comparaba con nada. Alina se despertó con un sobresalto. Se había tirado a descansar solo un par de minutos luego del estrés de lo que había pasado, pero había dormido profundamente. La respiración aún irregular, el cuerpo tembloroso. Se incorporó lentamente y caminó hacia el lavabo para refrescarse el rostro. El agua estaba helada, pero le vino bien. Cerró los ojos por un instante. La imagen regresó con fuerza: el lago, sus gritos, el agua tragándola… y Devon, irrumpiendo como una tormenta, lanzándose al agua sin dudar. Aquel hombre —frío, lejano, casi cruel— la había salvado. Con sus brazos fuertes la sostuvo hasta la orilla, murmurándole que ya estaba a salvo. Un escalofrío recorrió su espalda. Era como si hubiera visto por un segundo al verdadero Devon… antes de que volviera a ocultarse tras esa coraza impenetrable. Se quedó junto a la ventana. Desde allí se divisaban los límites del jardín, la espesura más allá, y un pequeño ciervo que correteaba entre los árboles. Se sintió un poco como él: un ser frágil atrapado en territorio hostil. En la otra punta del terreno, Devon caminaba con paso decidido. La carta ardía en su puño. Las palabras aún le vibraban en la sien: “Hemos encontrado la manera de conquistar Blacknight. Por favor, espera noticias.” Con cada paso, su sangre se encendía más. —¿Dónde está ella? —gruñó al guardia que temblaba frente a él. Haciendo guardia en la entrada de la estancia de ella. —Em... Dentro su alteza. —¿Y quién es el que está a cargo de vigilar a la princesa Alina? El guardia bajó la mirada. No llegó a responder. Devon lo hirió sin previo aviso: un zarpazo limpio al brazo, suficiente para derribarlo sin matarlo. No dijo más. Salió disparado hacia la residencia. Alina no tuvo tiempo de reaccionar. La puerta fue abierta de una patada, y Devon irrumpió como una bestia desatada. Era una sombra oscura, un lobo con el alma rota, y esa no era la misma persona que la había rescatado del agua. Sus ojos ya no eran los del héroe. Eran los de un enemigo. —¿¡Qué es esto!? —rugió, arrojándole un sobre que le golpeó el pecho antes de caer al suelo— ¿Me estás traicionando? —la acusó con un tono sobrenatural. Ella apenas tuvo tiempo de procesarlo. En un instante, sus manos estaban atrapadas por la fuerza de él, y Devon la empujó contra la pared, asfixiándola con una sola mano. —¡Respóndeme! ¿¡Qué carajos es esto!?