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Capítulo 5. Desconfianza

Alina intentó hablar, pero no podía. La presión en su garganta era tan brutal que sus piernas flaquearon. El aire se negaba a entrar, sus ojos se llenaron de lágrimas y un ardor rojo cubrió su rostro. La desesperación se apoderó de ella. Buscó con la mirada la carta caída, la señaló con dedos temblorosos, quiso gritarle que no era suya, que no era capaz de algo así. Pero las palabras no salieron.

Un ahogo áspero fue lo único que emergió de su garganta.

Con lo poco que le quedaba de fuerza, levantó el pie y lo descargó contra el empeine de Devon, clavando el talón con toda la rabia que pudo reunir.

El Alfa gruñó, sorprendido, y aflojó apenas la presión.

Alina cayó de rodillas al suelo, jadeando con desesperación. El aire volvió a entrar en sus pulmones como cuchilladas, doloroso pero vital. Tosió, se llevó la mano al cuello, sintiendo el ardor abrasador de sus dedos aún marcados en su piel. Con movimientos torpes, alcanzó la carta del suelo. Sus manos temblaban tanto que casi se le escapaba.

La abrió. La leyó, incrédula. Luego levantó la mirada hacia él, con la garganta en llamas pero la voz cargada de furia.

—¿Tú… tú crees que yo hice esto? —escupió.

Devon la observaba desde arriba, los ojos dorados encendidos con un odio que parecía no tener fin.

—La encontraron en manos de una sirvienta que salió de tu sector —dijo con dureza—. ¿Qué demonios se supone que debo pensar?

Alina apretó los labios, tragando lágrimas de dolor y de ira.

—Eres el Alfa. El rey de Blacknight —replicó con voz rota pero firme—. ¿De verdad crees que sería tan estúpida como para enviar una carta así desde tu propio territorio… con tu propio membrete?

El ceño de Devon se endureció. Sus labios se contrajeron.

—¿Y cómo puedo saber que no la escribiste tú?

—En primer lugar —alzó el papel frente a él, como si fuera un arma—, esta letra no es mía. Puedes comprobarlo.

—La letra se falsifica.

—¿Y el membrete oficial de Blacknight? —contraatacó, la rabia ahora vibrando en cada palabra—. ¿También lo fabriqué en mi habitación destartalada, sin acceso a nada?

Devon frunció el ceño, sus pupilas se estrecharon.

—Todo se consigue.

Alina temblaba de frustración. Aun así, se obligó a ponerse de pie. El cuerpo le dolía, el cuello ardía, pero no pensaba dejarlo como vencedor. Lo miró directo a los ojos.

—Entonces escucha, Alfa. Arriesgué mi vida viniendo aquí. Entré en tus tierras sin protección, aceptando un contrato matrimonial que yo no firmé, todo para salvar a mi familia y a mi manada de tu odio. ¿De verdad crees que lo arriesgaría todo para escribir esta basura, incluso mi propia vida?

La voz de ella retumbó en la habitación como un desafío.

Devon respiró hondo, sus puños cerrados con fuerza. Las palabras de ella eran lógicas, demasiado lógicas. Y eso lo rabió aún más. No quería que tuviera razón. No quería sentir esa punzada de duda. No quería que la fuerza de su voz le calara en el pecho.

La miró. Su cuello estaba enrojecido por las marcas de sus dedos, las muñecas lastimadas por cómo la había sujetado. Y, aun así, lo miraba de frente, desafiante, con los ojos brillando por las lágrimas que no había permitido caer.

Y entonces lo sintió. La duda. Pequeña, venenosa. Como un aguijón que se clava en la carne y no deja de doler.

Devon cerró los ojos un instante, luchando consigo mismo. Luego se dio la vuelta, dándole la espalda como si solo así pudiera sofocar lo que se agitaba en su interior.

—No quiero volver a verte intentando obtener información, ni enviando nada fuera de estas tierras —dijo, su voz convertida en un filo helado—. No quiero tus trucos… ni tu belleza.

Alina no pestañeó. Su corazón sangraba, pero su orgullo permanecía intacto.

Devon, con el puño crispado en la puerta, añadió con desprecio:

—No pienses que me casaré contigo como si nada.

El portazo fue brutal, hizo temblar las paredes como si el propio Alfa hubiera querido arrancarlas.

Alina permaneció de pie, tambaleante, el papel aún entre sus dedos temblorosos. Un silencio denso la rodeó hasta que una sirvienta irrumpió, horrorizada al verla.

—¡Princesa! —exclamó Lyra—. ¡Oh, dioses, su cuello!

Se arrodilló junto a ella, aplicándole pomada en las marcas rojas, luego en las muñecas. Sus manos temblaban.

—¿Qué hacemos ahora, princesa? —susurró con miedo—. ¿Volvemos?

Alina no respondió de inmediato. Caminó, lenta, hasta el espejo del fondo. Su reflejo le devolvió la imagen de una mujer despeinada, con la piel enrojecida, los ojos vidriosos… pero aún erguida.

Estaba viva. Y estaba firme.

—No —dijo, la voz baja pero determinada—. No podemos volver. No aún.

La sirvienta la miró con preocupación.

Alina alzó el mentón, los ojos encendidos con una nueva resolución.

—Por el bien de nuestro Alfa. Por nuestra gente. Por la paz… y por la justicia.

La muchacha guardó silencio, comprendiendo que no había marcha atrás.

Alina se acomodó el cabello, su mirada ya no era la de una víctima, sino la de alguien que había tomado una decisión irreversible.

—Haré que Devon venga a rogarme que me case con él —murmuró con voz cortante.

Y esta vez, no era una promesa. Era una sentencia.

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