Devon bajó las escaleras del edificio principal con paso decidido, aunque en su interior se sentía como un campo de batalla. No tenía claro qué lo empujaba a buscarla: si el deseo de confrontarla, de herirla, o simplemente de volver a mirarla.
Desde su llegada a Blacknight, Alina se había convertido en una espina en su costado… y en su mente. El recuerdo de su rostro, al observarla por primera vez, volvía sin aviso en los momentos más inoportunos. No importaba cuántas veces se dijera que era un truco, una estrategia sucia de Moonlight. Que esa belleza no borraba lo que había hecho su manada. Y, sin embargo…
Recordó ese instante con claridad. Él, con la mandíbula apretada, esperando ver el rostro de una espía, de una manipuladora… y en su lugar encontró algo que no supo describir.
Era ella. Alina. Una de las gemelas de Moonlight, nieta del traidor. Pero también era algo más. Un torbellino de contradicciones. Valentía, dignidad, serenidad. Y una mirada que no se agachó ante la suya, ni siquiera cuando todo el mundo parecía odiarla.
Eso lo había descolocado.
Y ahora, siete días después, todavía no podía sacársela de la cabeza. Y no era solo su belleza, su lobo había rascado el interior de su piel con sus uñas, susurrando que era ella aunque había querido ignorarlo.
Cruzó el patio central, saludó con un gesto vago a los guardias que montaban vigilancia, y se dirigió hacia el ala olvidada donde la habían alojado.
Apretó los dientes. Ese día, más temprano, había hablado con su abuela. La conversación aún le pesaba en la garganta.
—No voy a casarme con ella —había dicho apenas entró al salón del consejo familiar—. No me importa el contrato. No me interesa esa unión. No me importa nada, pero no puedo unir mi vida a la nieta de quien traicionó a nuestra manada.
Su madre lo observó en silencio, como tantas otras veces. Pero su abuela se irguió desde su silla, apoyando ambas manos sobre el bastón de madera oscura que había pertenecido a generaciones de Alfas.
—Devon —dijo con voz firme—, no estás viendo el todo. El contrato fue parte del acuerdo que firmaron ambas manadas. Tu abuelo... lo firmó con sangre. Y tú vas a honrar ese pacto, para que finalmente tengamos paz y logremos una tregua.
—¿Tregua? ¿Le llamas tregua a aceptar a una Moonlight en nuestra casa? —había escupido él con amargura—. ¿Qué sigue? ¿Invitarlos a cenar y brindar por los caídos?
—Ya no hay guerra —intervino su madre, suave—. Y no queremos más muertes. De eso se trata esto, hijo.
Devon giró hacia ella con los ojos llenos de furia. Pero luego se dirigió a su abuela.
—Yo sí. Yo quiero justicia. Quiero la verdad. Quiero mirar a los ojos de Maaximus y preguntarle porqué traicionó al abuelo ¿O acaso lo han olvidado?
El silencio se volvió espeso.
Su abuela bajó la mirada, por primera vez, y dijo en voz baja:
—Todos los días lo recuerdo. Y también recuerdo lo que la guerra nos quitó. Pero, Devon... llevas quince años encerrado en ese dolor. Ya no vives. Sobrevives. Cada batalla, cada decisión que tomas está teñida por el mismo odio. ¿No te cansaste aún? Ya mataste al Alfa Adriel.¿No ha sido suficiente ya?
Devon tragó saliva.
La verdad era que sí.
Se había cansado de las pesadillas, de la sangre, de despertar en medio de la noche con la respiración agitada y el corazón al galope. De ver el rostro de su padre una y otra vez, con los ojos abiertos y sin vida. Se había cansado de fingir que todo tenía un propósito.
Pero rendirse…
¿Rendirse significaba aceptar a Alina?
¿Compartir su techo, su apellido, su cama con una mujer que venía del mismo linaje que los dejó solos cuando los Darkfang los destruyeron?
¿Podía hacer eso sin traicionar todo lo que juró vengar?
Sus pasos se detuvieron al llegar al jardín interior y su mente volvió al presente. Había luna llena, y a la distancia, a través de la ventana, distinguió una silueta femenina. Ella.
Se quedó un instante observándola desde la distancia.
Estaba de espaldas, el cabello suelto cayendo como un manto de luna sobre los hombros. No la llamó. No se acercó. Solo la miró.
Y ahí estaba otra vez, ese maldito tirón en el pecho. No era amor. No. Era algo peor. Y eso lo llenaba de curiosidad.
Ahora mientras caminaba hacia donde ella estaba, eso no dejaba de darle vueltas en su
cabeza.
Quería entenderla. Quería saber si todo lo que había oído sobre ella era cierto. Si estaba ahí solo por estrategia política o si realmente quería proteger a su mamada, a costa de lo que fuera.
Volvió a pensar en las palabras de su abuela: “No estás viviendo, Devon.” ¿Quería vivir él?
Sí, pero parte de él creía que sí era al lado de una descendiente de la manada traidora el precio era demasiado caro. Aunque en su interior, otra parte de él, quería averiguar si realmente valía la pena.
Y ya había llegado el tiempo de acabar con sus sospechas pensó con un gruñido interno.